La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El poder de la mala educación

En veinte años se ha degradado todo. Nadie salía de Madrugada para acabar corriendo ni a un derbi para lamentar una agresión

El árbitro del encuentro con el palo lanzado desde la grada

El árbitro del encuentro con el palo lanzado desde la grada / M. G. (Sevilla)

Hace tiempo que la degradación de la vida pública se ceba también con las grandes celebraciones. Los planes especiales de seguridad son una suerte de torniquete para taponar la herida que provoca la mala educación. Sin necesidad de incurrir en la nostalgia, tenemos claro que hay sucesos que antes sencillamente no pasaban. Pongamos dos ejemplos. La Semana Santa no estaba amenazada por energúmenos que entienden la Madrugada como una Nochevieja con pasos. Y los derbis no se suspendían por una bestia que lanza un palo con el propósito de derribar a un jugador.

Los problemas en estas grandes concentraciones eran otros, como aguantar despiertos toda la noche para ver las seis cofradía, o tener paciencia para aguantar la guasa de los vencedores del partido al llegar el lunes al colegio o a la oficina. No se concebían determinadas acciones que cada vez nos resultan más habituales, acaso la alteración efímera provocada por la salida de tono de algún tipo pasado de copas. Tenemos un problema con la mala educación, el incivismo y la crispación. Más que nunca necesitamos dirigentes serenos y moderados en todas las parcelas de la vida pública. Y no se trata de una moderación política, de diseño para contentar a unos y otros, sino que sepa guardar un perfil institucional, sereno y responsable. En el caso del fútbol muchos jugadores tienen hasta un millón de seguidores más que el propio club en las cuentas de las redes sociales. Son empleados, por lo tanto, más potentes a la hora de lanzar mensajes que el propio empleador. Pueden romper la línea de comunicación oficial de una entidad en cualquier momento. El asunto es complejo porque tiene muchos puntos de vista.

La Madrugada como concentración de público supera los veinte años en crisis, con más de cinco ataques a cargo de maleducados que cada vez aprovechan más el miedo generado por las experiencias anteriores. Nadie sale a la calle a ver cofradías para salir corriendo, como nadie va al fútbol con sus hijos para presenciar una estampa penosa para todos y perjudicial para esa imagen de la ciudad que nos afanamos en cuidar internacionalmente. De pequeño siempre sufríamos en los cumpleaños al niño consentido que, oh casualidad, siempre vertía la taza de chocolate sobre el mantel. Fastidiaba el ambiente, obligaba a levantarlo todo, provocaba el enfriamiento de la celebración y el sobreesfuerzo de los adultos para cubrir el desperfecto. Da la sensación de que el niño se hizo mayor. Ahora sale a ver cofradías de Madrugada y asiste a los derbis.

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