¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El porro de la vida

La regulación del uso medicinal del cannabis no puede servir para colar una legalización sin debate

Como tantos de mi generación, me he fumado un peta en alguna ocasión (no demasiadas). No comparto con los entusiastas del cannabis el gusto por una droga demasiado aromática y que amuerma, propia de hippies y rifeños. Me resulta risible el tono delincuencial que algunos hijos de buena familia ponen cuando lo consumen. Como los tatuajes, el hachís (o ahora la maría) le sienta sobre todo bien a los que se han ganado a pulso el privilegio de su consumo: tras largos años de servicio al Rey y a España en el Tercio, o después de una dilatada condena en la trena por ser un chorizo legendario, de esos que antes inspiraban romances y ahora rumbas y películas progresistas.

Con el tema de la legalización tengo mis dudas. Aborrezco que un político se permita decirme qué puedo fumar, comer, beber o inyectarme. También comprendo que la prohibición de las drogas, en general, estimula el florecimiento de unas mafias que han arruinado a países enteros (la América española es un ejemplo clarísimo) y a muchos barrios de nuestra geografía. Pero también tengo en cuenta la salud pública, el estropicio enorme que las drogas (el cannabis también) hace a miles de familias. Multitud de informes científicos apuntan a que el consumo temprano de cannabis puede generar daños muy importantes en el desarrollo neuronal de los adolescentes y los prepara para fiestas mayores. El mito del cannabis como droga blanda hace ya mucho tiempo que no se sostiene. Sólo hay que visitar Proyecto Hombre para comprobarlo. En cualquier caso, soy consciente de que es un problema complejo, que bascula entre la libertad individual y la necesidad de la comunidad de protegerse.

Otra cosa, claro está, es la utilización del cannabis con fines medicinales, que es lo que parece que el Congreso de los Diputados va a impulsar en los próximos tiempos. Una de las virtudes de las drogas es su capacidad para aminorar el dolor físico y psíquico, y la historia de la humanidad no se comprende sin la búsqueda de elixires, bálsamos, pociones y bebedizos que hagan más llevaderos el sufrimiento de cualquier tipo. Un porro puede dar buena vida. Por lo tanto, ya es hora de que, con todas las garantías médicas necesarias (las hay de sobra), se solucione de una vez por todas esta cuestión. Pero la regulación no puede servir de una puerta falsa por la que colar la legalización general del cannabis, al menos sin un amplísimo debate público en el que se debe escuchar atentamente a las víctimas. Sí, porque las drogas, como el terrorismo, tienen miles de víctimas. El mundo está lleno de ellas.

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