Presencia de Jaime Mir

27 de mayo 2025 - 03:07

Ahora caigo en la cuenta de que aquel fue un viaje iniciático. Del sur de la isla hasta Arenas Negras, en varios días de caminata en las que conocí una isla que iba más allá de la familia, la playa y los clubs burgueses de la Santa Cruz de los ochenta. Antes de dormir, Jaime Mir sacaba de la mochila la linterna y trabajaba unos minutos en la corrección del manuscrito de El caso del cliente de Nouakchott, su primera y única novela con la que ganaría el Premio Benito Pérez de Armas. Años después leí que el libro se había convertido en una obra de culto en el archipiélago, algo en lo que había influido sin duda su voluntaria y absoluta desaparición del panorama literario. Jaime Mir se hizo un Salinger a lo canario.

Hay personas que, pese a no haber mantenido con ellas una amistad profunda, influyen en tu vida de una manera clara. Yo no tengo ninguna duda de que Jaime Mir fue para mí una de ellas. Cosa extraña, porque en poco o nada me parecía a aquel hombre tranquilo e inteligente que vestía y se pelaba como un rocker, abandonó la carrera de Ingeniería por la de Filosofía, practicaba boxeo y montañismo y editaba una enigmática revista cultural llamada Más allá del sur. Poco tenía que ver con él, pero por su influjo leí A este lado del paraíso, de F. Scott Fitzgerald, y aprendí a calzar unas botas de montaña. Jaime Mir poseía un indudable magnetismo y un carisma circunspecto. Su estilo se movía entre la extravagancia y el más estricto sentido común. Aparte estaban esas noches de farra por La Laguna con aquella pandilla de filibusteros esproncedistas, románticos pese a que nos queríamos clásicos. Pocas veces en la vida he vuelto a encontrar la alegría de vivir como con aquellos camaradas de Tenerife, cada uno de su padre y de su madre, todos bajo el mismo cielo azul.

La última vez que vi a Jaime Mir fue a mediados de los noventa, en la Estación de Guaguas de la avenida Tres de Mayo. Lo recuerdo porque me habló de unas historias de mi familia que había recolectado recorriendo los pueblos de las medianías del Sur, narraciones que tenían que ver con el cambio del antiguo al nuevo régimen en una convulsa España decimonónica. Después me llegaban noticias suyas a través de mis antenas en el archipiélago: su dedicación a la pedagogía y el rugby, sus travesías en velero... El sábado recibí un lacónico mensaje anunciándome su prematura muerte. Y me vino con urgencia el recuerdo de aquella feliz e iniciática caminata por el espinazo de Tenerife. Cómo pasa el tiempo, carajo, y cómo he sentido esta muerte tan lejana y cercana a la vez. Presente.

stats