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SE ha colado en el veraneo de todas las familias, y no hay quien se desembarace de ella, la muy gorrona. La prima de riesgo se lo está comiendo todo por la cara. Convierte a toda España en un país nudista. En pelotas está la deuda pública y la deuda privada. En cueros el Estado, los bancos, nuestras multinacionales, pymes y autónomos. Al garete los esfuerzos acumulados desde que nos hemos apretado el cinturón (recortes a los funcionarios, reducción de prestaciones sociales, paralización de inversiones, saneamiento de las cajas, incremento del ahorro familiar...). En cinco meses, la prima se ha ventilado el equivalente al 60% de los ingresos que Hacienda ha recaudado con el IRPF. Y suma y sigue devorando puntos, ya ha provocado la alerta roja.

Todos los poderes fácticos que han presionado a Zapatero para que adelantara las elecciones, creyendo que eso calmaría a los mercados, se quedan sin argumentos cinco días después. El presidente carece de credibilidad. Pero el verdadero problema es que la economía española ha dejado de ser creíble para superar su demoledor nivel de paro y alcanzar cotas de crecimiento que le permitan pagar las deudas. Gobierne Rajoy, Rubalcaba o el lucero del alba, tenemos lastres tan grandes (falta de dinero, galopante pérdida de competitividad, tremendo fracaso educativo, corrupción en las instituciones, ausencia de reformas de las de verdad...) que nos ven cara de insolventes.

Lo más grave del calvario es que hace cuatro años era previsible. Auténticos estadistas hubieran fraguado un gobierno de unidad nacional que acometiera sin encarnizamiento estéril toda la cirugía necesaria, toda la regeneración imprescindible y toda la defensa numantina de España para mantenerla en la Europa de la primera velocidad.

Carece de sentido la precampaña electoral de los tópicos cuando está en juego el interés mayúsculo de la nación, sometida a la mayor incertidumbre económica de su etapa democrática, y al borde de hundirse en la precariedad para 25 años.

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