LARGO y cálido a la vez, el puente que enlazó el festivo de la Constitución con el de la Inmaculada trajo en su mochila un buen puñado de sensaciones mayormente positivas. Hoteles y comederos hasta la mismísima corcha, riadas de gente por el corazón de la ciudad, especialmente por ese trozo de tierra que es el secreto de tal poder de convocatoria, con el adobo de buenos taquillajes en espectáculos como el de esa magnífica película con la que Spielberg desempolva aquel fantasma que fue la Guerra Fría. Y dos puntos en especial que polarizaron el interés y la bulla, Plaza de San Francisco y Alameda con sus pistas de hielo y sus canesús, léase tíovivo en el primero y sus puestos donde prima la calidad de unos excepcionales pasteles portugueses el segundo. Pasará a los anales un puente que se cerró con la continuidad en Europa del fútbol según Sevilla. ¡Bingo!
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