Tribuna Económica

gumersindo / Ruiz

De ratones, fiscalidad y pago a proveedores

HACE unos días murió Doug Engelbart, inventor del ratón de ordenador. Yo lo conocí en 1974, en Palo Alto, California, en una presentación a estudiantes de una red de conexión de terminales con un ordenador central en la Universidad de Stanford. Era casi una leyenda porque seis años antes, en lo que se recordaba como un acontecimiento, había presentado un aparato que operaba sobre una pantalla de ordenador. Engelbart tenía 88 años, y si comparamos la informática y comunicación en los años de su madurez (y mi juventud) con lo que ahora vivimos, parece una historia de ciencia ficción.

En aquellos años el único medio de comunicación con un ordenador era mediante tarjetas perforadas, que nos preparaba el matemático Ramón Trías Capella en la Universidad de Barcelona; con estos medios, mi colega y amigo José Luis Raymond, hizo entonces su tesis doctoral midiendo los efectos del gasto y los ingresos públicos sobre el crecimiento de la economía y el empleo, así como la deuda. Toda la discusión que ahora ha aparecido sobre estas variables ya estaba entonces bien analizada y definida; y por eso cualquiera con conocimiento y visión podía prever que las políticas llamadas de austeridad, impuestas desde fuera, aplaudidas desde dentro, o al menos aceptadas, llevaban a los países a la ruina, como se ha puesto de relieve en Portugal. Desde hace muchos años sabemos que la fiscalidad depende de la economía real, tanto como influye en ella.

El gobierno prepara ahora una revisión de la fiscalidad en España, pero desde hace al menos cuarenta años hemos contado con sabios estudiosos de la Hacienda Pública, que han ido influyendo en que nuestro sistema fiscal esté diseñado de una forma razonable. El problema, como ocurre con todo, es que el diablo esté en los detalles, y la práctica fiscal se vuelve injusta, sobre todo en época de penuria. Las cuestiones a resolver son conocidas: cómo aflorar una economía oculta, que puede suponer más del 20% de la economía visible; grandes empresas y profesionales que pagan no donde producen sino donde pagan menos; y una presión que siempre cae sobre el trabajo y las clases medias. Y desde el gasto, cómo conseguir un equilibrio entre su función social redistributiva, y el apoyo a la producción.

Siendo positivos, qué bien va a venir a Andalucía la tercera fase de la financiación del pago a proveedores, que cubre ahora obligaciones de pago no sólo a empresas, sino a entidades sin lucro y Universidades. Además establece un plazo muy corto, de julio a septiembre; y permite a los acreedores de aquellos a los que se les va a pagar, tener acceso a esta información para negociar cobros. Mientras tanto, se avanza hacia la factura electrónica, que permitirá un mayor control del presupuesto de gastos. Éste es el tipo de acción política que me gusta, que hace trabajar a las administraciones en el verano, y crea expectativas fundadas en realidades. Qué deseable sería que a las discusiones sociales y políticas se añadieran, con el mismo o mayor peso y alcance mediático, el análisis inteligente de las formas justas y prácticas de dar vida a nuestra economía y a nuestra sociedad.

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