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Carlos Colón

La razón encadenada

CONTRA los sentimientos no se puede luchar", dice un contertulio en un debate sobre la cuestión catalana. Falso. Es contra los sentimientos, precisamente, contra lo que se debe luchar en lo que a la cosa pública se refiere. El nacionalismo irracionalmente excluyente o el crecimiento de la radicalización islamista de los que advertían ayer los compañeros José Aguilar (Lo que prepara Bildu) y Rafael Padilla (Ninguna esperanza) son ejemplos de sentimientos -nacionalistas, religiosos- no disciplinados por la razón.

Se puede y se debe luchar contra los sentimientos. El nazismo fue la mayor y más irracional exaltación de sentimientos -patrióticos, culturales, raciales, castrenses, de camaradería- que el siglo XX haya conocido. Al igual que su igual opuesto: el comunismo estalinista. Y tuvieron las consecuencias que tuvieron. Cuando Samuel Johnson escribió su famoso "el patriotismo es el último refugio de los canallas", se refería a esta explotación de los sentimientos que arrastra a las masas a entregarse a una orgía emocional colectiva que hace posible toda monstruosidad.

El sentimiento es el arma que los canallas utilizan cuando se refugian en el patriotismo, el nacionalismo o la religión. Masa y poder de Canetti, Los orígenes del totalitarismo de Arendt o La barbarie de la ignorancia de Steiner, entre otros muchos, lo han razonado. El nacionalismo catalán y el vasco excitan esta irracionalidad emocional que proyecta los sentimientos de pertenencia a una cultura y una tierra (en el caso vasco hasta a una raza) en la política. Y ésta es una peligrosísima proyección que encadena la razón al instinto.

El ejemplo de Artur Mas comparando la independencia de Cataluña con la de su hija, que ha dejado la casa familiar para irse a vivir con su novio, es revelador de esta confusión entre lo individual y lo colectivo, las relaciones familiares y las institucionales, los afectos personales y las pasiones o emociones colectivas. Ni Cataluña es hija de España, ni España es una familia en la que el Estado haga el papel de padre o madre de las regiones o autonomías, ni la independencia política tiene que ver con la emancipación de los jóvenes, ni los sentimientos que nos ligan a una tierra, una ciudad o una cultura son equivalentes a los que nos ligan a otras personas. Pero la estrategia nacionalista consiste, precisamente, en fomentar esta confusión, excitando los sentimientos y amordazando la razón. La retórica de la Patria como Madre ya sólo vive en los nacionalismos periféricos, engendros burgueses del siglo XIX que han llegado al XXI como caricaturas oportunistas o fanatismos peligrosos.

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