La tribuna

juan Ramón Medina

El recurso del método

AL escribir su Discurso del Método, adoptó Descartes muchas precauciones para no verse enredado en pesares como los que habían aquejado a los heliocentristas tiempo atrás: no quiso darle el nombre de Tratado para dejar constancia de que no pretendía enseñar nada a nadie sino sólo ayudarse en el correcto uso de su propia razón; para introducir su afamado "pienso, luego existo" dijo que podía fingir que sus sentidos no eran fiables sin caer en contradicción alguna, pero no que de hecho lo fuesen por si eso rozase alguna clase de herejía; para más seguridad, al poco de empezar sin saber nada con certeza ya había logrado "demostrar" la existencia de Dios, fundamento último, después de todo, de la fiabilidad de los sentidos y de la razón humana.

A pesar de tanta ¿fingida? modestia, su texto tuvo gran repercusión: una vez establecida la diferencia entre la "cosa extensa" y la "cosa pensante", los científicos pudieron dedicarse sin recato a la primera, dejando la segunda para más adelante, y de ahí el auge de las ciencias naturales. Sea porque el Maligno no deja de embrollarlo todo, sea porque hay alguna clase de misteriosa ley de equilibrio cósmico, el hecho es que el comunista y ateo Alejo Carpentier decidió iniciar cada capítulo de su novela El recurso del método con una frase del libro del creyente y prudente francés. Fue Carpentier el primero en usar el concepto de lo "real maravilloso" que, en su opinión, era la clave de su amada Cuba y, en general, de toda Latinoamérica.

Tengo para mí que los españoles contribuyeron a lo real maravilloso en no escasa medida y que no todo es mérito de los americanos precolombinos: baste con recordar que, en nuestra actual cultura, subsiste lo real maravilloso, como lo prueba el hecho de que Sánchez Gordillo haya declarado que Andalucía no es España, amparándose en los precedentes tartesios y musulmanes e ignorando a los romanos, con nuestro Trajano y nuestro Adriano, a los godos, con don Rodrigo luchando en el Guadalete, y al hecho de que en el escudo de España figure una granada, en recuerdo de la toma de Granada por los Reyes Católicos; también entra en lo real maravilloso que el mismo Gordillo haya invitado a los andaluces a unirnos a otros pueblos mediterráneos, sin importar que cinco de las ochos provincias no den al Mare Nostrum y que nuestros dos ríos principales desemboquen en el Atlántico; si eso no bastase, bastaría consultar nuestra factura eléctrica doméstica para adentrarnos en lo real maravilloso más auténtico. Podemos, por tanto, usar el recurso del método para abordar nuestros problemas políticos más importantes, entre los que destaca el separatismo catalanista.

Tengo la impresión de que eso, refugiarse en el recurso del método, es que hasta ahora han venido principalmente haciendo los dos mayores partidos españoles, el PP y el PSOE, para afrontar ese problema: la secesión no es factible porque la Constitución declara que la soberanía recae en el pueblo español entero y proclama la integridad territorial de España. Esta versión del recurso del método se emplea de forma muy moderada: se omite piadosamente cualquier referencia al artículo octavo de la Constitución, ese que encarga al Ejército proteger la soberanía nacional y la integridad territorial de España, y ni se menciona otro texto de lectura muy provechosa, el Código Penal, uno de cuyos artículos tipifica como reos de rebelión a los que proclamen la independencia de una parte del territorio nacional, una idea bien clara y distinta, como Descartes prefería.

En resumen, el recurso español del método viene a decir que cualquier opción sobre Cataluña, o sobre cualquier otra región española, debe ser coherente con la Constitución, que sólo podría modificarse siguiendo los cauces previstos en la misma Constitución. Yo estoy de acuerdo en emplear este recurso del método (el propio dictador de la novela de Carpentier acabó de mala manera cuando se apartó de su método, que consistía básicamente en masacrar a cualquier discrepante), pero a la vez defiendo que es insuficiente porque el secesionismo no es sólo un problema jurídico, sino esencialmente político y, antes o después, tendremos que entrar en el fondo de la cuestión.

Soy favorable a mantener la unidad de España por motivos que expondré en otro artículo y creo que no hay que combatir el separatismo sólo porque ahora sea anticonstitucional sino porque cualquer constitución debería mantener la soberanía y la integridad españolas o, dicho de otro modo, porque la Constitución, aun mudable, siempre deberá reflejar la voluntad del sujeto político soberano que la sustente y hay muchas y buenas razones para preferir que ese sujeto político siga siendo el pueblo español. Más, próximamente.

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