Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Se reserva el derecho de admisión

En la mente de un asesino puede entrar Mankell o P.D. James, no un político en campaña

Un ciudadano chino mató a una compatriota en un bar de Pamplona del que ambos eran socios. En una emisora que informó del suceso dijeron que se estaba pendiente de las investigaciones pertinentes para saber si se trataba de un crimen machista, discernir si las relaciones entre víctima y verdugo iban más allá de un vínculo puramente profesional y geográfico. Todo crimen es execrable, da igual el adjetivo que se le ponga. Como la canción, uno pensaba que en este caso la distancia no había sido el olvido. Venir desde tan lejos para acabar tan mal. En una ciudad de la que al principio, en su país de origen soñando con un futuro mejor, tendrían las mismas referencias que Robinson cuando fichó por el Osasuna. Y hacer tan largo viaje, si vinieron juntos, con la persona que iba a acabar con su vida.

Resulta nauseabundo que se haga política con estas cosas. Por eso quieren saber si el crimen pertenece a la categoría de violencia de género. Para hablar en sus comparecencias de los Gobiernos del odio, de las políticas del odio. ¿Alguien se ha metido alguna vez en la mente atormentada, enfermiza de un criminal para llegar a esas conclusiones? Lo pueden hacer en sus novelas Mankell, P.D. James, Patricia Highsmith o García Pavón, pero no políticos en precampaña electoral o contertulios en barbecho.

Quien pone sus sucias manos sobre una mujer pensando que es de su propiedad merece todo el peso de la ley, toda nuestra repugnancia. Millones de hombres que nacimos de mujeres, que vivimos entre mujeres, que amamos a nuestras mujeres, que las admiramos, que las respetamos, que no entendemos nuestra vida sin ellas, somos los primeros en condenar sin paliativos esa violencia entre visillos, por decirlo con palabras de Carmen Martín Gaite, que trasciende al pasillo, a la calle, al mundo entero porque el dolor es siempre universal. La privacidad del crimen significaría avalar nuestra indiferencia, que es como una complicidad a cobro revertido.

Pero nadie puede extrapolar políticamente esos crímenes, hacer reduccionismo ideológico, dejar que la sangre de las víctimas coagule en beneficio propio al servicio de intereses espúreos, como si el verdugo representara a un espectro político y la víctima a su contrario. Esa analogía está bien para un drama shakesperiano en el festival de teatro clásico de Almagro, porque sólo los genios tienen la bula para ser sectarios, pero es reprobable que se incorpore a los debates políticos. ¿Gobiernos del odio? Hay mucha literatura barata al respecto y abundante jurisprudencia en las hemerotecas. Carros de odio a un idioma, a una bandera, a una institución milenaria, a unos servidores públicos donde en una parte de España se les excluyó de la vacunación en las olas más altas de la pandemia porque supuestamente representaban a un Estado represor en esta milonga que nos quieren contar los nuevos hijos de la fábula, por jugar con el título de la última novela de Fernando Aramburu.

Que nadie ponga sus sucias manos sobre una mujer y que nadie monopolice las condenas. Contra la violencia, da igual su nombre, no se reserva el derecho de admisión.

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