UNA vez a alguien, entrenador de fútbol se supone, le salió una frase que le quedó muy bien. "Nosotros jugamos a lo que sabemos y no nos importa el rival; sea el que sea, jugamos igual". La frase tiene mucha carga positiva y fuerza suficiente para reforzar un grupo y los entrenadores empezaron a repetirla y repetirla como bandera y máximo exponente de una idea de fútbol capaz de calar en directivos, aficionados y periodistas, los tres grandes colectivos a los que un técnico tiene que tener contentos.

Pero como el mecánico que coloca film protector en asiento y volante para cuando el propietario del vehículo -previo paso por caja- lo recoja y que sabe que la grasa va por dentro, el técnico dice una cosa y hace otra. Y hace muy bien. Pero si fuera cierto lo que nos cuentan, los clubes no pagarían técnicos que viajan para hacer estudios de los rivales cada vez más sofisticados apoyados en vídeos, estadísticas y análisis de gráficos.

Y como en la cadena alimenticia, pasa que en todo este proceso hasta llegar al consumidor el intermediario disfraza y le da la forma al producto a su antojo. Si alguno no se ha enterado en este país, el Real Madrid disputa la Supercopa de Europa la semana que viene. ¿El rival? Da lo mismo. Es el Sevilla como podía ser el Chernomorets. La cuestión es si juega Casillas o Diego López, si Cristiano está para ser titular o si el tal James va a debutar para que los que no lo conocen -entre los que estarán los que lo han fichado- puedan sentar cátedra y decidir en un partido si es jugador para el Madrid o no.

Desgraciadamente, es la sociedad que tenemos, por no hablar de la indecencia de pagar 80 millones por un futbolista por puro capricho mientras hay clubes históricos pidiendo limosna en la puerta de la Agencia Tributaria. Por no caer en la demagogia de la cifra de niños que mueren en el mundo por hambre, enfermedades de fácil curación o conflictos bélicos. Pero sí, el rival da igual, nosotros a lo nuestro.