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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La ropa tendida y el pie de Boris

No extrañe la grosería turística: son tiempos en los que el primer ministro inglés pone un pie sobre la mesa en el Elíseo

Si usted escribe en Google "ropa tendida Sevilla" se encontrará con entradas como estas correspondientes a distintos medios: "Santa Cruz no quiere ser la Nápoles española", "Ropa tendida frente a la Catedral de Sevilla", "Ropa tendida en un balcón del barrio de Santa Cruz", "La ropa tendida frente a la Catedral de Sevilla pone en pie de guerra a los vecinos", "La ropa tendida: una nueva estampa del turismo en Sevilla"… Y en una foto difundida por Julio Domínguez Arjona se ve ropa tendida en la casa de Sierpes del azulejo velazqueño -por lo menos salvado, aunque de forma un tanto extravagante- que identificaba el edificio de los Seguros Velázquez. ¡Ay Sierpes, que he conocido con tres cines -Palacio Central, Imperial y Lloréns-, cuatro librerías -Pascual Lázaro, Eulogio de las Heras, Atlántida y Sanz- y nueve confiterías y cafés de una punta a otra, ¡desde la felizmente viva e intacta La Campana al difunto Laredo!

Ropa tendida en balcones frente a la Catedral, en Santa Cruz, en Sierpes y por toda Sevilla. La ansiada aspiración por romper el circuito Catedral-Santa Cruz-Alcázar para poner en valor otras zonas del casco histórico se ha resuelto en la marea guarra de la grosería, la tematización, el vaciado de vida y la proliferación de hoteles, pisos turísticos, tiendas de recuerdos y franquicias que se ha extendido como una mancha de petróleo que pringa gran parte del centro de la ciudad.

Antes se viajaba para conocer lugares que se admiraban y con los que a veces incluso se habían establecido lazos afectivos a fuerza de leer sobre ellos en novelas o de verlos en películas. Y se les respetaba. Incluso era un rasgo muy español ser más cívico cuando se viajaba que en nuestros lugares de residencia, como si adoptásemos los modales de quienes están de visita en casa ajena.

El turismo masivo plantea muchos problemas, desde el número de visitantes que abarrotan las ciudades hasta la conversión de estas, a causa de la rapacidad de los explotadores y la desidia de las autoridades, en parques temáticos o cadáveres exquisitos. Pero sin lugar a duda el más grave es el de la grosería y la mala educación de muchos turistas. Que no es sino la muestra de la grosería y mala educación global que está degradando la vida cotidiana. E incluso la institucional: estamos en los tiempos en los que un primer ministro inglés de visita en el Elíseo pone un pie sobre la mesa.

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