La aldaba

Carlos Navarro Antolín

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El segundo desprecio a Sevilla de Miquel Barceló

El pintor hizo esperar un año a Espadas para después no recoger el premio taurino y no comparece para presentar el cartel de la Bienal Los dos meses más feos de Sevilla El ejemplo de un hotel recoleto

José Luis Sanz presenta el cartel de la Bienal de Flamenco, obra de Barceló.

José Luis Sanz presenta el cartel de la Bienal de Flamenco, obra de Barceló. / M. G. (Sevilla)

Sevilla no es una ciudad suficientemente importante como para que el pintor Barceló se moleste ni en venir a recoger un premio concedido por el Ayuntamiento, ni para presentar su cartel anunciador de la Bienal de Flamenco. El alcalde Espadas descafeinó el galardón taurino durante su mandato para contentar a los socios de la extinta Participa Sevilla y la superviviente Izquierda Unida. Se alió con una fundación para decidir conjuntamente el premio, que en 2016 concedió al artista mallorquín, al que hay que reconocer su serie de grabados sobre la tauromaquia, entre otros méritos a la hora de ensalzar una fiesta tan atacada. El pintor tardó un año en mandar a recoger el premio en el Salón Colón. Y encomendó nada menos que a Curro Romero, del que entonces se dijo que le hizo un quite. Al final, ay mi Juan (Espadas), el protagonismo fue de un matador de toros, justo lo que se había pretendido evitar para no escocer a unos concejales de los que hoy nadie recuerda su nombre. Esas cosas pasan cuando no se va de frente, sino con el odioso tacticismo, que rima con el buenismo y que no queda mal con el oportunismo. Este año tendremos premio con todos los avíos, concedido con todo merecimiento a don Juan Antonio Ruiz Espartaco, un tipo entrañable y generoso, de los que confiesa que cuando la dependienta de una tienda le saca cinco o seis camisas se compra una sólo por las molestias causadas. Espartaco recogerá su premio como Dios manda, como la ciudad merece y con la gratitud y la educación que caracterizan a un personaje reconocido. Hasta el Rey vino a recoger un galardón al Ayuntamiento el pasado verano. Barceló ha remitido el cartel de la Bienal y ha pasado, otra vez, de la ciudad que le ha hecho tan importante encargo, que damos por hecho que cobra como es debido.

Vaya por delante que la obra es del gusto de muchos, por fortuna no ha causado polémica como el horror de otros carteles, pero escama que no se haya molestado en acudir a la presentación. Podía haber disfrutado estos días de la exposición sobre Botero de la Fundación Cajasol de Pulido, de la melancolía de la Sevilla de enero que deja espacios libres en las tabernas donde no hay colas, al menos por unos días. Pero nos ha dejado plantados de nuevo. Barceló lo hizo con Espadas y lo hace con Sanz. Se ve que Sevilla no es suficiente para el endiosado. Tal vez sea porque no podemos darle un segundo premio Príncipe de Asturias a las Bellas Artes. O porque carece de educación. Más allá de unos euros de las arcas públicas, podemos ofrecerle poco. A ver si le encargamos a Barceló el cartel del festival de los caracoles, o del nuevo récord del serranito gigante. Pero en la cláusula hay que obligarle a venir y a comerse entero el pimiento. Enterito.

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