Relatos de verano

Hipólito G. Navarro

Las setas caladas de Jürgen (IV)

Resumen de lo publicado. Una pareja ha desaparecido durante las protestas de indignados en la Plaza Mayor de Sevilla. Son dos alemanes del equipo diseñador del Metropol Parasol, las 'setas' de la Encarnación. Simultáneamente se descubren nuevos restos arqueológicos en Sevilla. El narrador relaciona estos hechos con otros ocurridos durante las obras previas a la Expo del 92, que relató entonces en forma de cuento, tras ser despedido del extinto 'Diario 16', donde trabajó como corrector. Luego de desempolvar varias curiosidades de la trastienda de aquel periódico, descubre al fin aquellos raros acontecimientos.

El misterioso asunto que me tiene enajenado por completo me saltó a la cara hace meses en la trastienda del periódico, cuando todavía el fantasma del paro arrastraba sus cadenas lejos de mi sueldo. Holgazaneaba yo en la hora bruja de la medianoche por las mesas de la redacción, buscando una revista con la que matar el tiempo muerto a la espera de una crónica que tardaba en llegar, cuando llamó mi atención un manojo de folios llenos de tachaduras en la papelera del redactor jefe. Con letras bien grandes, manuscritas, se anunciaba el disparate: "Para Cartas de los lectores". Nada más contradictorio. En esa sección se anuncia claramente que las cartas no podrán exceder de treinta líneas mecanografiadas a dos espacios en un folio. ¡Y allí habría por lo menos diez!, ¡y manuscritos! La papelera era su destino natural; allí tendría que haberlos dejado. Pero como no encontré nada mejor que echarme a los ojos, yo, inocente, me llevé despreocupado a mi mesa aquel puñado de papeles. Y ahí empezó todo.

Después de eliminar las tachaduras y las partes ilegibles, traducir a trompicones frases enteras en inglés y pasar el resto a máquina, los nueve folios quedaron reducidos a tres. Me cuesta pensar que esos folios me hayan arrastrado luego a esta investigación alucinada que ya no me suelta, que habré de concluir desesperadamente y sin remedio más tarde o más temprano. He llenado mi casa de recortes con noticias que hablan de secuestros varios, de estudios sobre el clima del verano sevillano, de los festivales de danza, de excavaciones arqueológicas en la ciudad romana de Itálica, de catalogación de piedras en el Museo Arqueológico, de sesudos experimentos botánicos para incorporar especies arbóreas tropicales en el recinto de la Exposición Universal…, recortes de prensa que he estudiado minuciosamente buscando puntos de unión, comprobando fechas y lugares, hilvanando noticias que son del dominio público y datos que sólo yo poseo gracias a esa carta que el redactor jefe tiró a la basura.

La carta está firmada por D. H. Howard, doctor en Botánica especializado en la flora de los trópicos, jefe del Departamento de Fisiología Vegetal de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Denver, Colorado. De ella pude entresacar el fárrago que sigue (lo siento, pero he sido incapaz de organizar mejor un relato tan descabellado, escrito en spanglish): al parecer, cuando más enfrascado estaba proyectando avenidas de sombra para las principales zonas de tránsito de la Exposición Universal (conjuntos de ceibas y árboles del coral dispuestos en hileras para conformar túneles umbríos, enlazados con trepadoras en celosía y adornados con la finísima lluvia de oro de las flores de los laburnos; hasta eso especifica en la carta), su delirio arquitectónico-fotosintético se vio interrumpido de súbito por un suceso terrible: la desaparición de un compatriota, medio colega suyo. Si he traducido bien los párrafos en inglés, y si las partes en castellano del doctor Howard expresan lo que él quiso expresar y no otra cosa, el asunto es que su amigo, el ingeniero de origen hispano Winston Vega, responsable junto con otros profesores sevillanos de los estudios bioclimáticos de la Expo, dejó de acudir a su trabajo el día 7 de julio sin previo aviso. Nadie se extrañó por ello, por lo menos no su compañero el botánico, que conoce bien el carácter juerguista del ingeniero, y que sabía que la noche anterior había sucumbido a la tentación de ver a la Trisha Brown, otra compatriota, danzarina ella, en uno de los espectáculos programados en el Festival Internacional de Danza en las ruinas de Itálica. Resultaba bastante plausible que después del evento se hubiese tomado Winston unas copichuelas con alguien hasta bien entrada la madrugada. Pero luego faltó otro día, y después otro y otro, y luego muchos más, hasta hoy. Las llamadas a los Estados Unidos resolvieron poco: allí no estaba. Había desaparecido. A pesar de que los chistes circularon rápido ("el yanqui no aguantó los cuarenta y ocho a la sombra"), la cosa tomó bifurcaciones insospechadas y, por encima del comentario que pretendió imponerse como oficial, de que había sido visto con una rubia pechugona en el espectáculo de Itálica, se fue abriendo camino la hipótesis no del todo descabellada del secuestro. Si hiciera caso a los recortes que sobre este particular conservo en mi dossier, habría que deducir, sin miedo a caer en una explotación exagerada de la imaginación, que Sevilla está plagada de secuestradores de científicos pidiendo abultados rescates por ellos. De cualquier forma, este empacho de secuestros y secuestradores parece ser que no desvió un ápice (sic) la atención del botánico D. H. Howard, que centró sus pesquisas en un aspecto sucio (sic) que pasó inadvertido para los medios de comunicación audiovisual, y que si apareció como noticia impresa fue porque en el verano se aprovecha cualquier chorrada (sic) que pasa para llenar páginas. (El diserto es del propio Howard, y mucho me temo que la utilización del término chorrada es un farol desmañado en su partida con nuestro idioma, porque la noticia a que hace referencia, como se verá, no entra en esa categoría periodística veraniega.)

El artículo que llamó su atención trataba del hallazgo, en las excavaciones que tienen lugar en los límites de la ciudad romana de Itálica, de un conjunto escultórico en impresionante estado de conservación, que representa a una pareja joven haciéndose arrumacos, algo que ha desconcertado a los mismísimos arqueólogos que dirigen los trabajos. Pero no llamó su atención la noticia porque le interese especialmente el arte antiguo, qué va, sólo porque en la fotografía que publicó la prensa creyó adivinar no a un romano esculpido en arenisca sino a su amigo desaparecido hacía casi dos semanas. El joven de piedra, asegura en su carta, es igualito que Winston Vega.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios