Ventana de la memoria

Juan Alberto / Fernández / Bañuls

Ellos serán siempre fieles

HA tardado en llegar, porque nos empeñamos en colocar el almanaque por encima de la propia naturaleza. Y ésta tiene sus ciclos acostumbrados a las lluvias finales del invierno y al tibio sol de las tardes de principios de la primavera, cuando las luces del poniente tiñen de un azul exacto los cielos de la ciudad por encima de la caligrafía apasionada de la espadaña de la Magdalena.

Ha tardado en llegar, porque insistimos en no querer comprender que, por encima de todo lo demás, faltaba el aire a su cita. Esa breve, pero rotunda, esperanza de escalofrío que ondea en los recónditos entresijos de los espejos del corazón porque ha llegado la certeza de la memoria.

Ha tardado en llegar, aunque sabemos que nunca falta al encuentro acordado desde antes de los tiempos. Y que seguirá acudiendo puntual como la sombra que nos aguarda emboscada tras la esquina sin retorno. Como escribió en un deslumbrante poema, que se llama Los espinos, ese sevillano enterrado en Ciudad de México a causa de los desmanes de la historia de esta tierra: Luis Cernuda Bidón.

Cuántos ciclos florecidos

les has visto. Aunque a la cita

ellos serán siempre fieles,

tú no lo serás un día.

Hace dos o tres días, paseando por el barrio donde nací y al que acudo cada vez que tengo el ansia de reencontrarme conmigo, me adentré en el callejón de la plaza de los toros y, deslumbrado por las cales y el amarillo preciso de la calle Circo, tras una negra cancela, me asomé a un patio solitario en el que, dentro de cuatro macetones, unos naranjos escuálidos me dieron la buena nueva de sus brotes blanquecinos. Antes que la sombra caiga, ya supe lo que es la dicha. Un viejo reloj lejano dio la hora, el aire que venía del río meció apenas las ramas y todo se quedó quieto, fuera del tiempo que sigue su carrera inexorable.

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