La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Era urgente guardar silencio, alcalde
Dice Sara Mesa, exitosa escritora, que ningún libro suyo tiene tantas ediciones como Silencio administrativo, la crónica de una frustración cuyos derechos la autora donó y dona a una ONG. Se trata del relato de un caso real vivido en sus carnes: cómo ella y una amiga intentaron ayudar a una mujer sintecho a la que se encontraron malviviendo en el umbral de un banco. Ellas, licenciadas, curtidas en el lenguaje oficial y el oficioso, movieron Roma con Santiago para conseguirle una ayuda de esas que publican los BOE y los BOJA. Y resultó imposible: la tela de araña de los procesos burocráticos fue tal que a Mesa sólo le quedó la salida de la denuncia que hizo publicando la historia. Juan Tallón, aunque con tintes menos dramáticos –una sola vida rota es la vida rota– da cuenta también en Obra maestra de sus afanes por conseguir el documento oficial de la desaparición de la gigantesca obra de Richard Serra en el Reina Sofía. Tallón nos cuenta el disparate y nos hace reír, Mesa comparte la desesperación de confiar en un Estado del Bienestar que no se pone al teléfono cuando alguien con nombres y apellidos llama a su puerta. Veinte millones más que en 2020 han contestado con su silencio en Estados Unidos a discursos que hablaban de romper desigualdades y restablecer derechos. Mientras que los partidarios del Sálvese quien pueda han elegido a Liberty Balance, dejando a Wayne y a Stewart fuera del guion, como a Harris, como a su partido que ha perdido unas elecciones que hemos perdido también todos los demócratas. No hace falta ser un analista experto en política internacional para ver que si Putin, Orbán, Meloni o Musk celebran la victoria de Trump, el fallecido es el Estado de Derecho. Del Estado del Bienestar ni hablamos ya. Podemos ponernos estupendos y untarnos la cara cara ceniza blanca –como Antígona– o hacer un examen de conciencia empezando por nuestro propio ombligo. A la desolación de la tragedia climática que ha anegado Valencia o Albacete se le suma la desesperanza en que las ayudas anunciadas se concreten. ¿Qué pasará con los seguros?, dicen. ¿Qué papel hay que cumplimentar para las ayudas para enseres, negocios, vehículos? Quien ha gestionado ayuntamientos sabe bien que entre la necesidad de control y la acción hay a veces una sima que torna la voluntad política en mera declaración de intenciones. El estado fallido. Hay algo peor que la inacción –pecado capital de una administración cualquiera– y es la decepción, la frustración, la promesa incumplida. Hay quien vota con rencor o simplemente no vota. Así se hacen los Trump, los Putin o aquellos que creen que la libertad no combina con la igualdad, que pista que llega el artista y que a llorar a la llorería. Así que sequémonos las lágrimas y espabilemos. O acabaremos con el stock de los pañuelos de papel.
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