ESTE último verano repusieron en la tele un serial que fue santo y seña allá por la prehistoria, Curro Jiménez. Y a esa serie nos enganchamos nuevamente como paliativo para esas horas muertas en que, junto al mar, sólo esperas que sea la de salir a la cena en compañía. Acababa de morir Sancho Gracia y, desde la lógica nostalgia, te solazabas otra vez con las idas y venidas de tal bandido generoso junto a esa cuadrilla en la que El Estudiante y el Algarrobo iban de banderilleros principales. Y con El Estudiante, o sea Pepe Sancho, rememorábamos cómo un ciudadano puede, desde la ventaja de un físico agradable, convertirse en actor de raza. Fue así la evolución de este valenciano que, con cabezonería de baturro, fue escalando desde los caballazos por Sierra Morena al Anfiteatro de Mérida, a Alejandro Casona o a Margarita Yourcenar. Descansa en paz, Pepe.
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