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Fede / Durán

El sindicato del 'rating'

DOS estudiantes acaban paralelamente las carreras de Economía y Derecho. Al leer en el tablón de la facultad la última nota, esa no siempre deseada llave al mercado laboral, nuestros protagonistas lanzan un espeso suspiro y recuerdan, como quien va a morir, las imágenes más significativas de su lustro académico: las juergas, las novias, los apuntes prestados y fotocopiados, la tremenda disparidad cualitativa del profesorado, los plazos incumplidos, el agua al cuello... y aquellos zotes invariablemente sentados al final del aula, repetidores profesionales, rémoras susurrantes con carpetas sin apuntes y el tabaco en el pupitre. Pues bien, la teoría de la evolución marcará el destino de este último recuerdo, acaso el más intenso: los zotes de Derecho acabarán siendo políticos y los de Económicas ficharán por alguna agencia de rating.

Ah, el rating. Debe ser cojonudo levantarse por la mañana, mojar un donut en el café y decidir a qué pardillo vas a endosarle una nota de mierda. No importa que seas temerario o carezcas de criterio; tampoco influye que históricamente hayas errado ante realidades financieras monstruosas (Lehman Brothers). El rating está por encima del bien y del mal. Es inmune al juicio crítico y a las advertencias de Bruselas; al conflicto de intereses (potentísimos fondos de inversión son accionistas del trío calavera que conforman Fitch, Moody's y Standard & Poor's); o al esfuerzo reformista y ahorrador del país víctima de la calificación. ¿Grecia? Bono basura. ¿Portugal? Bono basura. ¿España? Acabe siéndolo o no, basa su porvenir en una colosal garantía: mala hierba nunca muere.

El rating es juez y parte, arbitra y mangonea, amedrenta y decapita. Y todos -incluido el BCE- caen en la trampa e insisten en requerir sus servicios. ¿Nadie se da cuenta de que quien le compra hoy al Tesoro Público una letrita a cinco años se lo lleva calentito, con rendimientos cada vez mayores gracias a una prima de riesgo sin techo aparente? Nah, estiremos la loncha un poquito más, treinta, ochenta, cien puntos básicos.

¿Quién es Moody's, quiénes Fitch y S&P? Un tipo en un despacho sin ventanas que cateaba microeconomía y gestión financiera. Un señor que a las seis p.m. apaga el ordenador y se marcha a casa, pasea al perro y se traga una peli mala en Telemadrid sin darle demasiada importancia al hecho de estrangular a esos griegos o portugueses suficientemente machacados ya por una penosa gestión política (recuerden, la otra estirpe de zotes) nacional y extranjera.

Sólo hay una forma de arruinarle el chiringuito al sindicato del rating: la insumisión, el ostracismo, la negativa unánime a seguirle el juego, a contratar sus veredictos aguados. Dicen algunos expertos que detrás de sus horribles notas hay un rastro de culpabilidad. Puntuaron tan alto en el pasado que prefieren endosar roscos ahora. ¿Por qué no se autocalifican?

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