La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¡Qué solos se quedan los muertos!

No habrá bares para tanto confinado ni templos para tanto funeral en diferido cuando todo acabe

Hasta ahora los muertos de agosto eran los que se quedaban con un funeral con un cuarto de entrada. La gente en las playas mandando el mensaje de justificación y el finado con menos público que la caseta del retén de bomberos de la Feria que no tendremos en abril. Los de verano siempre han sido los muertos con menos compañía del año. Este virus que juega con nosotros con crueldad ha creado una nueva categoría de muerto. El muerto sin derecho a velatorio, sin referencia a templo y hora del funeral en la esquela, sin plañideras, sin coronas de flores. Muertos por los que sólo se pide una oración por su alma, pues no hay duelo que despida, ni misa de los ocho días. Por no tener no tienen ni derecho a responso en ese gélido tanatorio que parece una taberna de cofrades con la de cuadros de imágenes que tiene ya en las paredes. Lo anunció Bécquer en la Sevilla del XIX. ¡Qué solos se quedan los muertos! Pero todavía más solos que los de Bécquer se quedan los de estos días, porque aquí nadie sale de la "triste alcoba" becqueriana, porque estos muertos van directos de su último lecho a los pies del Cristo de las Mieles. Llevan la única escolta de los cipreses de San Fernando. Más triste que morirse en agosto es hacerlo en esta crisis del coronavirus que nos ha roto la vida cotidiana y que reordena las prioridades de mucha gente. Pareciera una maldición lanzada por una bruja que nos hubiera deseado días negros en los que ni pudiéramos honrar siquiera a nuestros difuntos. Qué cruel es este virus que no distingue entre famosos y anónimos, ni entre poderosos y meros administrados, ni entre vecinos de la capital y de los pueblos. El muerto al hoyo y el vivo al confinamiento hasta nuevo aviso. Este tiempo quedará marcado como el que dejamos a los muertos solos, solísimos. No habrá bares para tanto confinado ni templos para tanto funeral en diferido cuando todo acabe. Decía en estas páginas el teniente de alcalde, Juan Carlos Cabrera, que Sevilla sin Semana Santa es como si a los sevillanos les hubieran robado un año de vida. Pues a los muertos les han robado sus velatorios y sus seres queridos se han quedado sin los cabezazos de pésame. Los muertos de hoy sólo generan llamadas o mensajes de telefonía siempre que no se colapse el sistema. Sin flores, sin copa de vino al término de las exequias, sin plática laudatoria y sin estipendio para el cura. Todo se para menos la Canina, que sigue suelta con más saña que nunca. La Canina es la única que sale este año, con su dragón y sus yedras. Sólo hay que poner el telediario para verla. Con su llamador en la zambrana, sus cuatro velones y su sonrisa de hiena. Ella no se queda nunca sin dar el paseo. Pero detrás de ella no está el paso del duelo. Sólo una fría soledad sin derecho a saetas.

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