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carlos / colón

El sueño de la razón

EL uso de la razón es imprescindible en todos los ámbitos de la vida, pero especialmente en los asuntos que regulan la convivencia. Leo con asombro el último episodio de la "guerra de las capillas" en la Complutense. En su día no entendí que hubiera quien se sintiera ofendido o agredido por la presencia de una capilla en la Universidad, y mucho menos que hubiera gamberras que la profanaran entrando en ellas con las tetas fuera y besándose en el altar. Pero tampoco entendí el empecinamiento de los católicos que las quieren allí, ni sus argumentos extremos que afirmaban: "Primero cerrarán las capillas y luego, ¿qué harán? ¿Expulsar a los cristianos de las aulas? ¿Impedirles optar a una plaza de profesor o de personal no docente? ¿Marcarles con una cruz, como a los judíos?". Un poquito exagerado, ¿no? E imprudente. Los cristianos debemos ir con tiento en estas cosas porque quienes marcamos a los judíos mucho antes de que los nazis les pusieran la estrella amarilla fuimos nosotros. Ya saben: guetos, matanzas, conversiones forzadas, expulsiones, inquisiciones y esas cosas.

Ahora, cuando se anuncia la reunión entre el arzobispado madrileño y el rectorado de la Complutense, sigo sin entender nada. De una parte el arzobispado sigue empeñado en lo de la capilla. De otra el rector afirma que "las Cruzadas ya terminaron". Al arzobispado le diría que hay templos suficientes para satisfacer las necesidades espirituales de los estudiantes creyentes. "A menos de un kilómetro de esta facultad hay una iglesia", ha dicho el rector. Tiene razón el hombre. Pero también le sugeriría que, si ya existe una capilla en la Facultad, ¿qué daño hace a nadie que siga abierta? Y le recomendaría, al igual que a sus oponentes, que no exagerara. Que no haya capilla no significa que se persiga al cristianismo, ni que se defienda su existencia puede compararse a una cruzada. ¿Tan difícil es ejercitar la razón con tolerancia y sin ofender a nadie?

Consérvense las existentes y no se abran capillas en los centros nuevos. Lo primero recordaría, no la anécdota nacional católica, sino el muy antiguo origen cristiano de las grandes universidades europeas, además de respetar un espacio ya consolidado. Lo segundo respondería a la saludable separación entre el Estado y la Iglesia, y recordaría la emancipación universitaria de la tutela clerical por obra del gran Francisco Giner de los Ríos. Y todos tan contentos.

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