PRESENTÁBASE la primera sabatina de este noviembre con el atractivo de despejar un par de incógnitas. La primera, si el Sevilla iba a ser capaz de romper para bien su dinámica de empatar fuera, sólo empatar; la segunda, si el Betis estaría en condiciones de romper de la única forma posible, para bien, su increíble racha de seis derrotas consecutivas, seis. La primera en desvelarse fue para demostrar un más de lo mismo respecto a lo que el Sevilla da de sí como viajero. Un par de horas después, un Betis agónico, se mató ante el todopoderoso Málaga para romper su racha con un empate que no supo demasiado mal.

La sugerente sabatina empezaba bajo uno de esos tremendos diluvios mediterráneos que llevó el partido a un pulso en el que el físico iba a imponerse al buen gusto. Y bajo el diluvio estuvo a punto de pasar de todo, que pudo ganar el Mallorca de no ser por la reaparición de los milagros de Javi Varas y que también pudo caer de parte de un Sevilla que acabó el pleito en el área isleña. Todo acabó sin goles, lo normal ante tamaño recital futbolístico, para que viésemos a un Sevilla que fue un más de lo mismo, más rico en actitud que en aptitud y que nota demasiado la ausencia de pilares como son Negredo y Kanoute, sobre todo por lo que este último le aporta al bloque.

Continuaba la atractiva sabatina y lo hacía al final de la Palmera. Los comienzos fueron tenebrosos, con el Betis aculado atrás y pródigo en imprecisiones cuando tomaba la pelota. Pero conforme avanzaba el crono mejoraba el equipo de Mel, que sin recordar para nada al de los tiempos en que ganaba sí demostraba una gran entereza y unas enormes ganas de romper la dichosa racha. Pudo lograrlo a base de entrega, de esfuerzo y de un sacrificio sin límites, nada que ver con el de los buenos tiempos ni tampoco al de los muy malos recientes. Y acabó la sabatina con un más de lo mismo y con el Betis escapando ya de los persistentes doce puntos. Menos da una piedra.