Juan M. Marqués Perales

Periodista

El tambor y los sevillanos

Rafael Iglesias fue uno de los fotógrafos fundadores del Diario de Jerez, pero antes de llegar a las redacciones probó suerte como obrero emigrante en Alemania, en una fábrica de la Volkswagen. Maravillado con el orden y la precisión, lo contaba así: "Los alemanes oyen un tambor y se ponen a desfilar". Y añado: los sevillanos oyen un tambor, y se plantan en la acera a ver qué pasa. O una corneta, trompeta o fanfarria.

Con una paciencia poco andaluza, más bien oriental, casi de santón sufí, el sevillano, de todo género y edad, espera pacientemente a que pase la cabalgata de Reyes del 5 de enero, la cabalgata postrera de Reyes del 6 de enero, una Virgen bajo palio, un Cristo, una Cruz de Mayo, unos niños con un paso del colegio de los Salesianos, su patrona, la otra patrona, el alcalde con traje de pingüino y vara de mando o el Corpus. No es una crítica, y mucho menos a los patrocinadores de tanto evento, se trata de subrayar el fervor y paciencia que muestran ante cualquier desfile popular, sea una cabalgata o una procesión.

La cabalgata de Reyes de Triana, por ejemplo, se celebró la tarde del día 6 de enero, cuando también el 5 pasó la oficial por algunas de sus calles. Eran las 9 de la noche, y aún había miles de personas en la calle, cientos de coches subidos por las acera, el Muro de Defensa atascado, medio Aljarafe encaramado en el balcón de la abuela y todo para ver una cabalgata que podía ser la de Reyes o la del Carnaval de Nueva Orleans. Personas, algunas muy mayores, guayabos y puretas, que esperaban el paso de Melchor y hasta se agachaban a recoger caramelos.

Lo admito: no entiendo nada, pero carezco de juicio de valor. De hecho, me parece loable que las personas se lleven a casa algunos caramelos, ya que la mayor parte de ellos aún forman una pasta pegajosa que ha convertido en zombis andantes a los vecinos de la calle San Jacinto.

Ya digo, carezco de criterio, pero advierto: después no os quejéis de las masificaciones. Que si la Semana Santa de hoy está masificada, que si la Madrugá está tomada por el populacho, que si a la Feria no se puede ir durante el fin de semana, que si la Navidad es como la de Ohio, que si los Reyes de antes eran más modestos pero más felices: vamos a ver, Sevilla, si no paráis de promocionar las fiestas populares, si os lanzáis a ser figurantes de la ciudad, de modo voluntario y sin trincá, cada vez que pasa un tambor, ¿cómo váis a redimensionaros? La ciudad se desborda cuatro o cinco veces al año, como en su día el Gualdalquivir.

Y esto tiene un pase, ya digo, lo cuento sin maldad, pero después no os lamentéis. El problema que acarrean estos festejos es mayor: que al año siguiente, por simplones que sean, ya se han convertido en sacrosanta tradición, y entonces hay que oír al entendido quejarse del poco gusto de cierta carroza, de la falta de solemnidad de tal rey o del desconcierto de la banda, que lo mismo tocaba una marcha fúnebre que la Macarena, aaaay.

Mesura. Que sólo es una cabalgata.

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