Mercedes de pablos

Periodista

No sin mi tilde

El masculino plural inclusivo no es la causa de la desigualdad, pero sí uno de sus síntomas

Los alegres académicos de la Lengua, coloquialmente la RAE, tienen la piel fina con la cosa inclusiva, o será que siempre les pedimos opinión cuando alguien se salta la norma por la parte del género. No falla: cuando en un foro público se desliza un "femenino inclusivo" (por ejemplo) enseguida acudimos a ellos para que nos recuerden que es un disparate. Ítem cuando forzamos el femenino, lustros hace ya de los famosos "jóvenas" y " miembras" y ahí están vivos y coleando, siempre prestos a ejercer de sal viva en la herida de una lengua que tiene quien la vigile, la limpie, la fije, y, si me lo permiten, la capitalice según le venga, dicho sea de paso.

El principio de economía del lenguaje es tan real (escudriñen el Whatsapp de un menor de 40 si no me creen) que siendo loable y necesaria la voluntad de trasladar a la lengua la visibilidad de las mujeres, especialmente allí donde no se las ha querido ver, tendemos a decir mucho con poco y ese os/as permanente no sólo resulta cansino sino difícil de intercalar en una conversación fluida. Pero, reconozcamos que aunque sea con fórceps, la machacona y bendita insistencia del feminismo ha abierto una brecha que no hace sino confirmar que la realidad cambia y la forma de nombrarla también. El masculino plural inclusivo no es la causa de la desigualdad, vayamos a leches, pero sí uno de sus síntomas y lo que resulta hasta gracioso es ver la resistencia numantina de la RAE ante cualquier alteración de ese orden, si lo comparamos con la indulgencia con las que los doctos y doctas (pocas) asumen otros atropellos hijos de la contemporaneidad. Cambios que para algunos entre los que me encuentro resultan no solo incomprensibles sino, casi, indignantes. Ya saben, cada uno manda en su casa y la lengua es el hogar primero. Es curioso que se haya asumido que las mujeres puedan ser "nombradas" juezas, fiscalas o concejalas (cuando juez o fiscal son palabras si no neutras sí inclusivas) y les tiemble sin embargo la barbilla con ese imaginativo "ministras" inclusivo. Sin embargo, cuánta indulgencia y laxitud con la tilde, esa tilde del adverbio sólo o el pronombre éste, qué benevolencia más rotunda. Si somos escrupulosos con la utilidad de la norma díganme que esa tilde no es vital para diferenciar una palabra de la otra. No es lo mismo un café solo (sin leche) que sólo, frente a los cinco o seis que algunos nos tomamos nada más abandonar la cama. Por no hablar de la molicie que ha demostrado la docta casa dejando morir al imperativo, tan clarito, a favor de un infinitivo que nos acerca a todos a Gerónimo, el indio más guapo de nuestra infancia.

Dicho lo cual, sigan regañando señores por las tropelías lingüísticas de quienes defienden la igualdad, mientras los últimos mohicanos de la tilde y el imperativo (cuyo club acabo de fundar) seguiremos como el japonés aquel que murió luchando en una guerra que llevaba veinte años perdida. Al final ganarán los del Tqm , no nos pongamos estupendas.

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