Ley de vida, claro que sí, que se trata de una ley inexorable que va agravándose según empeora esa enfermedad mortal que es la edad. Bueno, pues a pesar de la indiscutibilidad de la cosa no deja de martirizar la cantidad de ausencias que van produciéndose según van y van a la papelera tacos de almanaque. El año no ha hecho más que arrancar y no me extrañaría nada que pueda batir la marca del año pasado, aquel 2019 en que fui al tanatorio casi tantas veces como al fútbol, que ya es ir. Fue un año negro en el apartado de adioses dolorosos y en este bisiesto que tan astifino salió de chiqueros las perspectivas son terroríficas. Ayer se me iba sin decir adiós un amigo del alma y no quiero ni pensar que con él se inicie una tétrica alineación de ausencias para siempre. Ya sé que todo esto pertenece a lo que viene siendo la ley de la vida, pero una tregua no vendría nada mal.