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El poliedro

Sin tretas no hay paraíso

La Agencia Tributaria podría ofrecer una amnistía fiscal a los grandes capitales si se repatrían

SI sólo trabajamos en los costes, acabaremos muriendo de inanición; sin capacidad de maniobra el Estado, sin capacidad de consumir (ni de ahorrar) los particulares y, en parte por ello, sin capacidad de invertir las empresas por falta de financiación. Por eso, toca trabajar en los ingresos, una vez que se le han dado tajos importantes al gasto y a la inversión pública y privada (y los que quedan: nuestros acreedores, las inefables agencias calificadoras y los fondos y bancos mundiales tienen miedo y no están satisfechos). La máxima que escuché a Lázaro Eduardo, conductor de bicitaxi habanero, es de aplicación aquí hoy, quién lo iba a decir: "Por el dinero no te preocupes, que dinero no hay". A pesar de ello, a la Hacienda española le toca bailar con dos feas de manual. Una, la economía sumergida que, delitos aparte, ayuda a muchas familias a tirar para adelante: si la calle no está tan dramáticamente mal como lo están las cuentas oficiales, ¿por qué será? La otra, los regates de los grandes capitales transhumantes por el orbe, regates que cada vez resultan más incómodos a sus titulares. Éste ha sido uno de los temas positivos de la semana; no para dichos titulares de cuentas opacas, claro está. En esencia, el despiste de capitales ha dejado de ser ignorado. Primero, y básicamente, porque los estados necesitan dinero para sobrevivir, de una forma más acuciante que nunca en decenas de años. Quieren que los dineros obtenidos aquí permanezcan aquí ayudando a regar la macetita de todos, que está seca, sin llegar aún a yerma. Segundo, porque existe un interés común en este sentido: británicos, estadounidenses, alemanes, italianos, españoles y franceses, entre otros, están por la labor. Antes, vacas gordas mediante, no lo estaban o no parecían estarlo, al menos con una voluntad efectiva de coordinarse para que quien fiscalmente debe pagar en su país -y revertir parte de sus ganancias en la tesorería agregada nacional- lo haga. Y no obtenga refugio en cuevas de bucaneros de alto copete, palmera y tortuga en aguas turquesa… o entre montañas y valles verde-dólar (Andorra, Liechtenstein). De hecho, España acaba de llegar a un acuerdo con Andorra para informar sobre estas cuentas de dudoso origen y clarísimo objetivo (evadir impuestos). Y es que en este empeño sí hay dinero; dinero de verdad, que puede apuntalar algún forjado dañado de la casa presupuestaria pública. El cerco sobre los paraísos fiscales no lo cierra tanto la voluntad de detectar los grandes dineros del narcotráfico, el terrorismo y la prostitución (que, junto con otros capitales menos siniestros abundan en esos lugares que -abracadabra- no necesitan presupuestos públicos), sino la necesidad de generar ingresos públicos que no sólo se produzcan apretando a los de siempre… que también.

Si arriba hablábamos de intereses comunes, ahora debemos hablar de intereses recíprocos. A los estados les urge eliminar su déficit, y a los capitales ocultos les resulta cada vez más difícil estar a salvo, también porque hay cada vez más paraísos fiscales, como Suiza, que no quieren ser reconocidos como estados-tahúres de guante blanco. El Estado (España, por ejemplo) amnistía a los hijos pródigos del taco, y los hijos pródigos, en reciprocidad por el perdón, se comprometen a repatriar sus fortunas y mantenerlas en donde debieron siempre cotizar y nutrir a la economía (la particular, claro, pero la colectiva también). Italia consiguió así el año pasado que volvieran 80.000 millones desde San Marino. Muchos técnicos de Hacienda, muy quemados, exigen inflexibilidad: que paguen lo que deben y punto. Sea como sea, los paraísos fiscales, ya sin tretas criminales, se reconvertirían en "espacios de baja tributación", pero no opacos. De nuevo en este caso, una de las caras positivas de la crisis es la voluntad de establecer una regulación común que deje en fuera de juego las distracciones (ilegales) de quienes más parte obtienen (legal o ilegalmente) del pastel.

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