Calle Rioja

Francisco Correal

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“¿Cuándo va a terminar esta larga noche?”

Un libro reivindica el papel de las mujeres de los tres sindicalistas sevillanos condenados en el Proceso 1001: Luz de Paco Acosta, Mari de Fernando Soto y Carmelita de Saborido

“¿Cuándo va a terminar esta larga noche?”

“¿Cuándo va a terminar esta larga noche?”

Ahora se ve como una película de Berlanga, pero cuando uno lee Mujer de preso político. Entre la espera y la acción, de José Luis Fernández (Almería, 1960), todo lo que pasó en esos últimos años del franquismo se vivió como una película de Costa-Gavras, una versión andaluza del Novecento de Bertolucci.

En la portada del libro, cuatro mujeres. Luz, Mari, Carmelita y Josefina. Es decir, Luz María Rodríguez Luque, Leonor Mendoza Ventura, Carmen Ciria Ruiz y Josefina Samper, esposas respectivas de Paco Acosta, Fernando Soto, Eduardo Saborido y Marcelino Camacho, cuatro de los diez sindicalistas de Comisiones Obreras condenados en el proceso 1001 cuyo juicio estaba previsto para el 20 de diciembre de 1973, fecha del atentado contra Carrero Blanco. Josefina, de oficio pantalonera, había nacido en Fondón (Almería).

La idea del libro surgió el 20 de abril de 2023, a tres días de la Feria. El aliento se lo dio a su autor la intervención de Luz María en la Biblioteca Villaespesa de Almería reivindicando el papel de las mujeres de aquellos presos políticos. Mujeres “que tenían que hacer de madre y de padre”, dijo entonces Luz María. “Porque sus maridos estaban encarcelados, porque sus maridos habían sido despedidos, porque sus maridos no estaban”.

En la página 55 del libro hay una fotografía en la que aparecen Luz María, Carmelita y Mari. La hizo José Julio Ruiz Benavides, hijo de José Julio Ruiz Moreno, el abogado que llevaría en su coche a las esposas de Fernando Soto y de Eduardo Saborido a Valdepeñas de Jaén y Santiago de la Espada, dos pueblos de Jaén a los que fueron respectivamente desterrados antes de entrar en prisión.

Despido. Boda. Detención. Paco Acosta trabajaba de mecánico de autobuses en Tussam, empresa de la que será despedido el 24 de junio de 1970. El 23 de julio de ese año se casa con Luz María. Esa chiquilla de Bellavista de la que se enamoró cuando ella tenía 16 años. Ella se implicó por completo en el sindicato. En las movilizaciones de 1967 y 1968, el cuarteto de sindicalistas del que formaban parte Soto y Acosta tenía un serio hándicap: ninguno sabía escribir a máquina. Luz se convirtió en la mecanógrafa para sacar los mil ejemplares del primer número de la revista Realidad. Llevó a la cuesta del Rosario la máquina de escribir para repararla en la tienda Schiffer. Luz María hacía una labor impagable. Su madre, Sara, era sastra, y su casa era punto de encuentro de los compañeros de su futuro marido.

La luna de miel de los recién casados fue de película. Un día después tenía lugar en Madrid la VI Reunión General de Comisiones Obreras. Acosta conducía un coche prestado en el que viajaba con su esposa y con Fernando Soto. La reunión tuvo lugar en un convento de la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón en La Moraleja. A Acosta y Luz María los liberaron para que fueran de visita a El Escorial. Mientras que los reunidos, por la intuición de Nicolás Sartorius, detectaron el cerco policial y pudieron huir, los recién casados fueron cazados al llegar al convento. Acosta llevaba en la guantera del coche el informe que había leído condenando la muerte de tres trabajadores de la Construcción en Granada. En vehículos diferentes, los recién casados fueron trasladados a la Dirección General de Seguridad. “Posiblemente fuera Acosta la primera y única persona que acabara en aquellos calabozos conduciendo su propio auto”, escribe el autor del libro. Luz María estuvo tres días y pudo salir gracias a los buenos servicios de la abogada Cristina Almeida, que sería la madrina de su hija Yerma.

Las esposas de Soto y Saborido se desplazaron con sus hijos pequeños a los lugares de destierro de sus maridos. Las circunstancias surrealistas del de Saborido las cuenta en su libro de Memorias. La llamada de dos agentes de la Guardia Civil de madrugada a la pensión donde se alojaban. El viaje en autobús hasta Villacarrillo, final de trayecto, y los dos agentes con su cautivo haciendo autoestop en sucesivas escalas hasta la cárcel de Jaén.

El mérito de aquellas mujeres fue que no sólo lucharon por la libertad de sus maridos, “también por la libertad de todos y por la democracia”. En palabras de Eloísa Baena, directora del Archivo Histórico de Comisiones Obreras, “transgredieron el ámbito de lo privado a lo público, espacio vetado por el franquismo a las mujeres”.

Soto y Saborido fueron detenidos el 1 de mayo de 1967 junto a otros compañeros del Metal cuando participaban en una manifestación. Además de la multa y el procesamiento, perdieron sus empleos en Hispano Aviación, donde Soto trabajaba como chapista y Saborido de administrativo. Sus mujeres tuvieron que ingeniárselas para compensar esa merma en los ingresos familiares. Contaron con una red de solidaridad. En el libro habla del yogurtero, cariñoso apodo de Jaime Montes, que se encargaba de llevar a las mujeres de los compañeros presos fondos de esa ayuda solidaria.

La primera vez que Luz María cogió un avión en su vida fue un vuelo Madrid-Sevilla. Lo primero que hizo nada más llegar al aeropuerto de San Pablo fue ir a La Oliva y al Tiro de Línea para informar a Mari y a Carmelita de que sus maridos, Soto y Saborido, habían sido detenidos en el convento de los Oblatos. El prólogo del traslado a Carabanchel y el Proceso 1001.

Uno de los tesoros del libro es la correspondencia, las cartas que iban de Sevilla a la cárcel de Carabanchel y viceversa. “¿Cuándo va a terminar esta larga noche? ¿Cuándo?”, le escribe Eduardo Saborido a Carmelita el 27 de junio de 1972, tres días después de su detención. De Sevilla a Carabanchel, Mari Luz le escribía a Paco Acosta: “Cualquier día es mejor que el domingo. Es cuando ves a todo el mundo junto y esto me produce una sensación de soledad insoportable”.

A la presentación del libro en la histórica sede sindical de la calle Morería asistieron Eduardo Saborido (Sevilla, 1940) y Paco Acosta (1945). Rockeros del sindicalismo, el primero nació el mismo año que John Lennon; el segundo, el de Silvio. Fernando Soto (1938-2014) era el hermano mayor de esta cofradía de valientes. Nació el mismo año que Juan Carlos I. En el libro se cuenta que el hoy Rey emérito se interesó mucho por estos dirigentes de Comisiones Obreras de los que le habló al monarca su amigo José Antonio Novais, corresponsal de Le Monde en España.

“Este libro forma parte de la historia sagrada de Comisiones Obreras”, dice Saborido, que con Soto y Acosta eran como Sem, Cam y Jafet, vástagos de un arca de Noé cuyo timón en pleno diluvio represor llevaron Mari, Luz y Carmelita. Es también un canto a la Transición porque cuando obtienen la libertad (Acosta antes, Soto y Saborido ocho días después de la muerte de Franco) quieren agradecer la ayuda de quienes no pensaban como ellos. La de Areilza, que habiendo sido alcalde franquista de Bilbao en plena guerra les cedió en junio de 1967 una finca a las afueras de Madrid para que se reuniera un centenar de delegados de Comisiones. O la de Marcelino Oreja, que se interesó por el desamparo laboral de Paco Acosta, despedido de Tussam (Lo readmitió en 1981) que se reinventó como taxista.

El libro salió en versión digital y unos cuantos ejemplares en papel en El Taller de la Copia con Pepe Lebrato, arqueólogo de la vietnamita. Arranca con una frase de María González Soto, periodista, nieta de Mari y Fernando Soto: “La libertad de los presos tiene nombre de mujer”.

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