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La ciudad y los días

carlos / colón

Nada vale nada

LAS declaraciones de los testigos no deben oírse y verse a través de programas de televisión o radio. Las conversaciones telefónicas entre el presunto asesino y la madre de los niños asesinados no deberían ser emitidas. Los huesos y los dientes de los niños secuestrados, asesinados y quemados no deben mostrarse en informativos o magacines. Los montajes inhumanos a fuerza de deshumanizarse que insertan fotografías de los niños inmediatamente después de mostrar sus restos óseos no deberían permitirse. El desahogo sensacionalista de informadores y tertulianos no debería tolerarse (se han utilizado los términos "barbacoa" y "barbacoa diabólica" para designar el artefacto en el que los niños fueron incinerados). Esto es espectáculo.

Las imágenes y sonidos del juicio que se queden dentro de los juzgados. La información que sobre ello se elabore que sea información y no espectáculo. Los magacines que no traten con tan superficial sensacionalismo un tema tan trágico. Ver un día y otro las felices caritas de los niños e inmediatamente después un plano de sus huesos o sus dientes nos hace peores, nos insensibiliza, nos convierte en una especie de sonderkommando virtual y audiovisual que a base de ver imágenes intolerables acaba insensibilizándose ante ellas. Estos son los pasos que nos llevan de la inhumanidad a la deshumanización. Los sonderkommando eran las unidades especiales, formadas por los propios presos, que trabajaban en las cámaras de gas y los crematorios de los campos de exterminio. Unos se suicidaban. Otros enloquecían. A todos los mataban al cabo de unos meses y los sustituían por otros.

¿Una exageración? Sí y no. Sí, porque ningún horror desatado por el hombre puede compararse a la muy alemana eficacia racional y científica con que se exterminó a más de seis millones de seres humanos no combatientes -mujeres, niños, ancianos, civiles- cuya única culpa era ser judíos o gitanos. No, porque la cotidiana exposición al horror está creando una monstruosa insensibilidad social. Ver los huesos y los dientes de unos niños asesinados junto a sus caritas felices es algo que debería perseguirnos como una pesadilla, quitarnos el sueño. Sin embargo no es así. Lo vemos, decimos "¡qué horror!" o "¡qué pena!" y pasamos con el programa a otra cosa: un escándalo de cuernos, las vacaciones de un famoso u otro caso de corrupción política. Cuando todo vale lo mismo, nada vale nada.

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