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LA mayoría de los grandes cocineros coincide en que la presión llega después de conseguir la primera estrella Michelin. Hasta entonces eres libre, dueño de tu creación, de tus éxitos y fracasos. Pero después de ese momento, todo el mundo te examina, y cada año llega una reválida en la que te pueden quitar la estrellita de marras, una humillación gastronómica delante de todos tus compañeros. Algún que otro maestro de la cocina se ha quitado la vida al perder la distinción, como otros la han devuelto para evitar la ansiedad que les provocaba a la hora de enfrentarse a los fogones. Siempre es difícil permanecer en la cima. Hay mucho viento y no cabe todo el mundo.

En el mundo de la televisión también hay chefs. Algunos más divos que otros, algunos más artesanos que artistas. Así que puede haber algo peor que no triunfar en el estreno de una serie, y es equivocarte completamente con el menú de la temporada cuando crítica y público te habían puesto en un pedestal del que ahora te quieren bajar a pedradas. Le está ocurriendo en este tercer año de emisión a Sons of Anarchy, los moteros de Kurt Sutter. Tras dos primeras temporadas estupendas y dejando el listón altísimo con el cliffhanger del año pasado, la aventura irlandesa, música celta de los créditos incluida, ha resultado un completo fiasco a juicio de este crítico. A falta de ver el último episodio, emitido este martes (cuando usted lea esto, ya lo habré digerido), mucho tiene que cambiar la cosa para que modifique mi opinión. Sigo sin saber casi nada de John Teller, el padre del protagonista y fundador del club motero, pese a que este año se nos vendió como decisivo para conocer su mitología. Y la resolución del penúltimo episodio, tiroteo y navajazos incluidos, fue más propio de una parodia que de un escritor y creador de la talla de Sutter. Sentí vergüenza ajena.

Algo similar podría haberle ocurrido a otra serie de guía Michelin, Dexter, de la que somos devotos. El año pasado, con su estremecedor final, logró la tercera estrella. Así que lo tenía muy, muy difícil. Tras un arranque dubitativo, poco a poco la trama ha ganado pulso y tensión. Y cierta perspectiva. Dexter siempre ha funcionado bien porque mantiene la evolución del personaje, cada vez más humano y menos monstruo. Al contrario de lo que muchos podíamos esperar hace un año, nuestro asesino en serie favorito no se echa al monte ni en brazos de su oscuro pasajero tras la muerte de Rita. Es al revés. Otra premisa que se cumple, algo tarde, es la de darle al protagonista un rival de entidad. Era un tarea imposible sustituir a John Lithgow y su Trinity, pero Johnny Lee Miller está consiguiendo darle cierta entidad a su inquietante Jordan Chase. Puede que Dexter pierda la tercera estrella porque ya no la podemos comparar con Mad Men, Breaking Bad o la pujante e incomprendida Boardwalk Empire. Pero mantiene la segunda.

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