La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sevilla seguirá, de momento, sin cardenal
El virus éste que gobierna nuestras vidas (no me refiero a Sánchez sino al Covid, aclaro, que la gente es muy mal pensada) es muchas cosas. Entre otras, un malaje impresentable. ¿Pues no va el tío e infecta a cuarenta y dos monjitas de las de Santa Ángela de la Cruz, habiendo tanto político y tanto asesor a sueldo público perfectamente sano? Como si no tuvieran suficiente estas religiosas con su labor asistencial habitual y con que el Gobierno (ahora sí, el de Sánchez, Iglesias y Celáa) esté intentando acabar con colegios como el que ellas regentan, viene el virus éste y se aloja en ellas. Por otra parte, también hay que alabarle el gusto al bicho. ¿Dónde va a estar mejor?
Es una pena, la verdad, que -supongo- lo estén pasando mal. Aunque, por otra parte, discurriendo con algo más de atención, no descarto que las monjas estén hasta contentas, porque así pueden ofrecer su padecimiento, porque en esta situación pueden sentirse más cercanas aún, espiritual ya que no físicamente, a los enfermos, a los sufrientes, a aquellos a los que con tanto mimo llevan tanto tiempo cuidando.
Precisa y recientemente, la sevillana editorial Maratania ha puesto en los comercios del ramo, físicos o electrónicos, un nuevo y breve libro profusamente ilustrado de Juan Pablo Navarro, sobre Ángela de la Cruz, madre de los abandonados, en forma de cuento para niños pero más que adecuado también para adultos que no conozcan la figura de Santa Ángela o quieran volver a leer sobre ella.
En estos tiempos de pesimismo más que justificado por razones sanitarias, políticas, económicas, de corrección política y menguante libertad…; en estos tiempos complicados y de cierta desmoralización, digo, en que si oteamos a nuestro alrededor vemos pocos motivos para sonreír y para esperar un futuro prometedor, en que si levantamos la cabeza y nos paramos a pensar encontramos muy pocas figuras públicas admirables; en estos tiempos, insisto, conviene aferrarse, como un político a un aforamiento, a un chófer, a un presupuesto para gastos discrecionales o a una prebenda, a las vidas de aquellos que pueden ofrecernos un ejemplo de excelencia en algún campo, especialmente si ese campo es el de la ayuda desinteresada y eficaz. En Sevilla tenemos la suerte de contar con la presencia constante, benéfica, de estas monjas y el recuerdo siempre actual de su fundadora. Quizás sea un buen momento para dedicarles una oración, el que sea rezón (no en sentido marinero, sino pío, obvio), o al menos un pensamiento cariñoso, el que no lo sea.
Si alguno de mis improbables lectores tiene influencia en el coronaleches, que haga el favor de decirle que, la próxima vez, elija a otros. Que si lo necesita, le podemos sugerir direcciones de palacios públicos, sede de señores (y señoras, y señoras) que ostentan, y en ocasiones detentan, poderes ejecutivos, legislativos o aun judiciales, mientras todavía los podamos diferenciar. Y que deje en paz a las monjas de Sor Ángela, que la ciudad las espera.
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