Ya se va viendo el final de una etapa formativa reveladora por muchos motivos. He aprendido a lidiar con la frustración, con el dolor propio y ajeno, con la incertidumbre y con el miedo. He convivido con la muerte y con la vida, sintiendo curiosidad por el paciente y su entorno, y acompañándolo en los más diversos escenarios: la consulta, el hospital, la ambulancia, el instituto, su casa. He disfrutado trabajando en equipo. He comprendido la importancia del autocuidado para poder seguir cuidando. Me he cruzado con compañeros de residencia, médicos, enfermeros y técnicos que han hecho más fáciles las guardias.
Y, por supuesto, he conocido a aquel que me ha guiado durante mi evolución y ha tratado de transmitirme sus enseñanzas: porque si alguna verdad certera me llevo de estos cuatro años es que un buen tutor es el que supervisa tu progreso, el que conoce tus puntos flacos y tus puntos fuertes, reforzando los primeros y validando los segundos, el que te da herramientas para que sigas tú sola... aquel que cree en ti. Gracias, Salva, por tanto. Gracias por creer en mí.
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