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El fracaso del Dragado del Guadalquivir

El fracaso del dragado es responsabilidad del Puerto de Sevilla, que parece incapaz desde hace décadas de encontrar su camino

El Puerto de Sevilla se rindió ayer a la evidencia y admitió de forma oficial que renuncia al dragado de profundización del estuario del Guadalquivir en el que había depositado todas sus esperanzas para convertirse en un recinto competitivo y con capacidad de crecimiento. La renuncia no es más que la aceptación de lo que desde hace mucho tiempo era una realidad palmaria: no se daban las condiciones que aseguraran que la obra no iba a suponer un deterioro de la calidad medioambiental del Parque Nacional de Doñana y eso eran palabras mayores: Doñana es el espacio natural más importante de Europa y ni el Gobierno ni la Junta de Andalucía iban a permitir ninguna acción que el ecologismo mundial y organizaciones de tanta influencia en la opinión pública como la Unesco pudieran interpretar como atentatoria contra sus valores. A pesar de ello, la lucha del Puerto de Sevilla y de algunos sectores de la ciudad por el dragado se ha mantenido hasta que en los últimos días una nueva negativa del Ministerio de Medio Ambiente ha hecho que se haya dado carta de naturaleza a lo que era ya era una realidad ampliamente extendida. Aun así, hay que señalar que el fracaso del dragado es responsabilidad del Puerto de Sevilla, que parece incapaz desde hace décadas de encontrar el camino que lo convierta en el activo que necesita la ciudad para convertirse en un nodo logístico de importancia nacional que impulse su desarrollo. La administración portuaria, primero con Manuel Fernández como presidente y luego con Carmen Castreño y Manuel Gracia, se empeñó en un imposible e intentó movilizar, con más voluntad que acierto, a una ciudad que ha vivido siempre de espaldas a su río y que no ha sabido ver en él la fuente de creación de empleo y riqueza que bien gestionado podría ser. Con el descarte del dragado Sevilla pierde otro tren y lo peor es que en el horizonte no se dibuja ninguna alternativa que venga, por otros medios, a potenciar el único puerto fluvial de España. El contador se pone a cero y la Autoridad Portuaria de Sevilla tendrá que buscar nuevas vías para potenciar unas instalaciones que, como se ha visto en el reciente conflicto con Huelva por la terminal de Majaribique, no terminan de encontrar su sitio y cada vez están más lejos de sus competidores. El futuro se presenta ciertamente complicado. Pero Sevilla no puede resignarse a perder, una tras otra todas las oportunidades de desarrollo que se le presentan. En el tema del dragado las cosas se han hecho mal y ahora se pagan las consecuencias.

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