Hasta hace apenas una semana, la Unión Europea podía presumir de haber hecho grandes avances en el terreno económico; el principal de ellos, la implantación de una moneda común que es una de las divisas de referencia en el mundo. Pero en el orden político, la integración era un proceso fracasado. La imposibilidad de articular una actuación exterior y de defensa común era un lastre importante y la ampliación hacia los antiguos países del bloque soviético se le había atragantado a Bruselas, que se veía impotente para meter en cintura a democracias tan cuestionables como la de Hungría o la de Polonia. No era sólo un problema de diferente cultura política, lo era también de sistema social y de valores compartidos. Sin embargo, la agresión del sátrapa Vladimir Putin a Ucrania ha cambiado en cuestión de pocos días el panorama. Hoy podemos decir, con orgullo, que la respuesta al desafío a la comunidad internacional perpetrado por el régimen de Moscú se llama Europa. Y Europa entendida no sólo como una realidad económica y política que se ha visto agredida en su territorio, sino sobre todo como un sistema de valores decantado por siglos de progreso y por el triunfo de valores democráticos, de defensa de los derechos humanos y de solidaridad. Son esos los valores que se han puesto en peligro con la guerra que ha desatado Putin. Y la respuesta de Europa hay que valorarla como la primera vez que se actúa de forma unívoca con contundencia y claridad. Esa respuesta es la que está haciendo fracasar los planes de Moscú de una ofensiva rápida y quirúrgica para sacar de Kiev a su Gobierno proeuropeo e imponer otro títere del Kremlin al estilo soviético. En este sentido hay que destacar, al margen de la asistencia que se les da a los refugiados que llegan a territorio de la UE, el hecho de que de forma coordinada se esté entregando a Ucrania material militar para fortalecer la respuesta a la agresión. Europa vuelve a ser una potencia que defiende valores de libertad.