Tribuna

Antonio rivero taravillo

Kafka, lo aplastante y lo elusivo

Kafka conocía muy bien el mundo alienante de la burocracia, hoy reforzado con la alienación tecnológica, digital, que sufrimos tantos, por no decir todos

Kafka, lo aplastante y lo elusivo

Kafka, lo aplastante y lo elusivo / rosell

La lengua española, como otras que emplean parecidos recursos sin tener que acudir a la perífrasis, ha acuñado algunos adjetivos para referirse a lo característico de la obra de determinados escritores. Así, tenemos “cervantino”, “platónico”, “dantesco”, “homérico” (¿quién no recuerda la exclamación del casamentero en la película El hombre tranquilo, de John Ford, al barruntar el furor en el lecho de John Wayne y Maureen O’Hara?). Otro de esos adjetivos es “kafkiano”, que procede del autor checo que murió hace cien años este 2024.

Lo absurdo, lo angustioso, es el ámbito de la narrativa de Franz Kafka. Fue este alguien que dedicó su vida a la escritura, y los trabajos que desempeñó fueron para subsistir, sin gana alguna de hacer carrera profesional, para no desairar por completo a su progenitor, con quien tan compleja relación tuvo, como evidencia esa herida purulenta en forma de escritura que conocemos como Carta al padre. En vida publicó algo: cuentos, la novela corta más conocida por quienes ni siquiera lo han leído, La metamorfosis (también conocida como La transformación), y poco más. Dejó inéditas al morir, e inconclusas, tres novelas: El proceso, América (hoy conocida como El desaparecido o El fogonero) y El castillo. Las tres tienen mucho en común, pero sobre todo se puede establecer un especial vínculo entre El proceso y El castillo, aunque solo sea porque el protagonista de ambas se llama igual, Joseph K., y por el choque del individuo ante una maquinaria judicial o burocrática que lo supera, menosprecia y aplasta.

Esa elipsis del apellido (presentado por su inicial, K.) tiene mucho que ver, pues la novela El castillo está presidida por la elipsis, la veladura, lo que se nos escapa. Constantemente se habla del castillo y de sus autoridades, pero estas son escurridizas y casi invisibles, y K. se asienta en un pueblo (innominado) que está junto al castillo, que ni siquiera es castillo, pero nunca consigue entrar en este, como en un resultado inverso al de otra película, la de Luis Buñuel El ángel exterminador, en cuyo caso los invitados no logran salir de una casa.

Kafka conocía muy bien el mundo alienante de la burocracia, hoy reforzado con la alienación tecnológica, digital, que sufrimos tantos, por no decir todos, y que en otra película se reflejó tristemente a la perfección: la de Ken Loach, Yo, Daniel Blake (2016), llena de situaciones kafkianas. El problema, la gran tragedia, es que esos sinsentidos que podríamos tildar de surrealistas son meramente realistas, por desgracia.

Otros escritores se han ganado la vida en la banca (T. S. Eliot), la administración (Constantino Cavafis), las compañías de seguros (Wallace Stevens). Kafka estudió Derecho y trabajó en el Instituto de Seguros para Accidentes de Trabajo, donde obtuvo la invalidez cuando la tuberculosis ya se mostró incurable. Su experiencia profesional sin duda tiñe El proceso y El Castillo. Eliot publicó La tierra baldía en 1922, el año en el que Kafka escribió a lo largo de nueve meses El castillo. Allí hay mucho del malestar del mundo que genera la City londinense, y versos poderosos, pero nada comparable al mundo también estéril, baldío, de la burocracia que transmite Kafka. Eliot llama a la City londinense Unreal City, Ciudad irreal. Kakfa ha escrito en su novela sobre un castillo irreal, igualmente irreal, inaccesible, probablemente un espejismo.

Jorge Luis Borges, quien también ha creado el adjetivo “borgeano”, tradujo (o no) La metamorfosis (hay dudas al respecto). Su mundo tiene vínculos con el de Kafka, y a este se refiere en varias ocasiones; en casi todas dice que sus creaciones literarias son pesadillas. Hablando de las elipsis, Borges escribió de El proceso y de El castillo en 1937: “No me parece casual que en ambas novelas falten los capítulos intermedios: también en la paradoja de Zenón faltan los puntos infinitos que deben recorrer Aquiles y la tortuga”. Se pueden encontrar paralelismos también con otras obras del mismo Kafka, notablemente con un cuento de 1914, La Ley.

Es factible también comparar El castillo con otras dos novelas de su misma estirpe: Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y El tercer policía, de Flann O’Brien. En la primera, quizá otra pesadilla, alguien llega a una aldea igualmente irreal, poblada por fantasmas. En la segunda, también tenemos un mundo que comparte ese frío absurdo, onírico, irreal, de El castillo.

¿Murió Kafka hace un siglo, como se dice? Cada vez que somos testigos de un sinsentido parece vivo y coleando.

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