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Tribuna

Pablo Gutiérrez-Alviz

El amor en invierno

Pantaleón aconsejaría la instalación de al menos una cabina con la máquina del amor en las zonas comunes de los edificios en régimen de propiedad horizontal

El amor en invierno El amor en invierno

El amor en invierno / rosell

La crisis energética y su insoportable coste económico nos tienen sumidos en la tristeza, y sin apenas imaginación. La ministra María Jesús Montero lo ha confirmado de forma algo tosca. Ha venido a decir que, para sobrellevar el frío de este próximo invierno, deberíamos conseguir un edredón "más fuerte". La verdad es que no comprendo eso de la "fortaleza" para este cobertor tan de moda. Podría haber tenido el detalle de apuntarse al modelo ecológico o sintético y, en atención a las personas muy mayores, recomendar el edredón más cálido y liviano.

En las crisis energéticas de los setenta, también muy duras, pude percibir algún toque cómico que echo en falta en la actualidad. No lo recuerdo con exactitud, pero creo que en una película algo picante, se presentaba un artefacto que convertía la pasión carnal humana en electricidad. Antes de hacer el amor, la pareja colocaba en sus cuerpos unos electrodos que mediante unos cables conducían el ardor amatorio a una máquina que lo transformaba en energía eléctrica. Este primitivo artilugio, propio de aquella época poco avanzada, no permitía acumular la energía, es decir, era para su consumo inmediato: evitaba el total apagón de la casa y permitía "calentar" el hogar, mientras los niños veían la televisión en la sala de estar. Me parece que en aquel filme el joven marido anticipó su regreso de un viaje y, al subir a oscuras por la escalera del edificio (el ascensor no funcionaba), observó estupefacto que su apartamento estaba completamente encendido, y hasta sonaba el tocadiscos con una música muy romántica.

El capitán Pantoja, el Pantaleón ("y las visitadoras") de la famosa novela de Vargas Llosa, seguro que aplicaría las nuevas tecnologías para adaptar este viejo aparato del amor en todos los ámbitos de la sociedad. Dejaría de ser un artilugio familiar para extenderlo a otros "colectivos", y lo dotaría de acumuladores de energía. "Pantita" lo haría instalar en las comunidades de propietarios, los gimnasios y las oficinas en general. Sus consecuencias podrían ser delirantes. De entrada, atendería a la progresista sociedad española del siglo XXI, que ha superado el anticuado binomio de matrimonio y familia. La máquina del amor debería estar preparada para atender cualquier tipo de acto sexual. Desde el amor "propio" (y solitario) hasta el grupal y orgiástico, pasando por el de pareja y, claro, incluyendo los tríos en sus diferentes combinaciones. La máquina del poliamor indiscriminado.

Pantaleón aconsejaría la instalación de al menos una cabina con la máquina del amor en las zonas comunes de los edificios en régimen de propiedad horizontal. Su utilización reduciría la cuota de la comunidad de los usuarios. El problema es si la del bajo-D consigue montárselo con el deseado vecino del quinto-E: ¿a quién se le aplicaría el descuento? En principio, por mitad, pero se enterarían todos los propietarios al repasar los importes de las cuotas de la comunidad. En cambio, si se colocasen estas cabinas en los gimnasios, todos los jóvenes y sudorosos deportistas dejarían de utilizar los aparatos de tortura muscular, y solo se machacarían en las máquinas del amor. Por el ahorro, sin duda.

Más complicado sería regular su aprovechamiento en los centros de trabajo. No cabría cuestionar que los solidarios trabajadores que fueran a la cabina del amor estarían cumpliendo el horario laboral, y que verían rebajadas sus cuotas de la Seguridad Social. Me temo que en España bajaría el diagnóstico de la eyaculación precoz. No obstante, se vulneraría la ley de protección de datos personales. Resultaría muy chocante que en la nómina constaran las frecuentes visitas del trabajador a la cabina, aunque redundara en un mayor salario neto para la familia. Quizá podrían disimularse como si fueran unas ficticias horas extraordinarias.

Días pasados, tuve que levantar un acta notarial en un polígono industrial y, al terminar, el empresario requirente me hizo ver que, siendo media tarde, la garita de seguridad tenía los cristales absolutamente empañados. Nos acercamos por si había algún problema, y descubrimos que los vigilantes (hombre y mujer, veinteañeros) estaban atareados haciendo el amor, semitapados con un edredón. Un apasionado cambio de turno de guardia. Por cierto, tengo entendido que los programas de telebasura han acuñado un irritante palabro, edredoning: "acto sexual o magreo realizado debajo de un edredón para evitar ser visto por terceras personas".

- Oiga, ¿y las personas muy mayores?

-Pues como dice la ministra de Hacienda, que consigan el edredón más fuerte.

-Perdone, querrá usted decir cálido, liviano…

-Eso mismo.

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