Tribuna

Javier González-Cotta

Escritor y periodista

Los costaleros de Vox

Los costaleros de Vox Los costaleros de Vox

Los costaleros de Vox / rosell

Decía el colega Luis Sánchez-Moliní que a Vox le falta la pócima esencial para ser conservadores con pedigrí. Les falta humor, sentido del humor, que suele diluir la bilis y alivia la oclusión mental. Con los años uno aprende a lo Gil de Biedma que la vida iba en serio y que el humor no es más que realismo de atardecida. O sea, una sensación de postrimería bien llevada. La ironía, como destilación de la fruta amarga, vendría a ser otra forma de humor, como sugería Umbral en su memorable Mortal y rosa.

Por lo que vemos en Vox falta humor, mirar la realidad como quien mira a su perro perdiguero tendido en la alfombra persa de un salón con chimenea. A los costaleros de Vox se les ve, como decía Moliní, con el gesto ceñudo. Es como si no entendieran que no darse importancia es lo importante. A menudo la canicie plateada favorece a su usuario. Pero al canoso Ortega Smith le falta relajar el ceño, la mandíbula, la puesta en escena.

No obstante, dicho esto, nos contradecimos de inmediato y afirmamos que sí, que en Vox sí que hay humor, aunque no sea humor de fina destilación. A Vox le ha dado por el humor, digamos que en plan narrativo. Es lo que se desprende de un programa electoral y de unas reivindicaciones que no asustan tanto como dicen los gritones del No Pasarán y las que no han leído nada de la brillante Clara Campoamor (La revolución española vista por una republicana).

Hemos leído las 19 propuestas que Vox impuso para apoyar al Dúo Dinámico PP y Ciudadanos, lo que ha finiquitado el jocosamente llamado IV Reich andaluz. La propuesta 14 hablaba de proteger la cultura popular y las tradiciones del mundo rural. Respetar la tauromaquia del Cossío y limpiar el arte cinegético de su cliché homicida son dos de los valores más ibéricamente pintureros que defiende Vox (léase la propuesta 15). Pero la 14, escrita con mucho humor y probablemente desde Madrid, incluye proteger el flamenco, las expresiones folclóricas, las artesanías en general y… ¡la Semana Santa! Estamos alucinadox.

Hemos dado ya por perdida toda mesura ambiental referida al flamenco. Uno incluso respeta las artes folclóricas de la raza andaluza, aunque los verdiales de Málaga nos parezcan un ensañamiento contra la paz auditiva (por no hablar del daño que se le inflige a la población resacosa). No sabemos qué entienden en Vox por preservar, dicho sea en plural mayestático, eso de las tradiciones (¿el inagotable carnaval de Cádiz?) y las artesanías (¿la talabartería para el Rocío?).

Ahora bien, ¿defender la Semana Santa con rango de "Ley de Protección de la Cultura Popular"? Al menos en Sevilla, la Semana Santa lo que precisa es de una ley coercitiva. Hace tiempo que la Semana Santa se ha convertido en Año Santo callejeril. Se prodigan las coronaciones de vírgenes. Cada dos por tres una imagen cumple su bruma de siglos y sale a la calle para festejar el hito. Por no hablar de las innúmeras procesiones de gloria, rosarios de la aurora, Vía Crucis, traslados de sede, cortejos eucarísticos, etcétera.

Hasta las cruces de mayo se han convertido en tarimas superdotadas, ajando -y de qué modo- el sudario de alguna que otra infancia volandera. Los ensayos de los costaleros adquieren rango de acontecimiento. Toda esta santa caravana sin límite la conoce el pueblo afín y el pueblo harto de tanto abuso. Además, entenderíamos la coerción vía legislativa como la vuelta a la mesura, al reencuentro con la espiritualidad y la piedad de la Contrarreforma.

Irónicamente, la Semana Santa acaba justo cuando el Domingo de Ramos el Mesías se sube a su rucio. Nos hemos tomado con humor los horribles ninots, la imaginería para mesa camilla, los penitentes de colorines chillones (los llamados lacasitos de chocolate). A quienes lo ven todo con distancia, el desdoro en particular de la Semana Santa sevillana ha dado pie a la risa íntima. Su antesala de vísperas son las llamadas hermandades civiles, de garaje o las ilegales. Por no hablar de los gustos de los nuevos imagineros, que toman la gubia y trazan su espanto bajo lámina de crema de petisú. No queremos ni imaginar los probables desmanes que acontecen en otros pueblos y ciudades de Andalucía.

Vox pide acabar con los imanes agresivos que predican en habitáculos y cocheras la ascensión de Mahoma a los siete cielos en el curso de una sola noche. Con espíritu cruzado Vox dice No a la entrada de Turquía en la UE. Serían creíbles si pidieran prohibir tanto desmán y tanta cristiana penitencia de garaje. O, ya puestos, que fomenten la cosa para que el humor corra como el vino de Baco.

Se preguntaba Rubén Amón si tal vez Vox no es más que un partido friki. De pronto nos hemos acordado del nefasto ex ministro Federico Trillo, cuando en los telediarios de Semana Santa salía en pantalla portando un trono murciano y mostrando jeta de disciplinante. Deberíamos volver a las tradiciones, recuperar esta imagen auténticamente folclórica. Lo dicho, alucinadox estamos.

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