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Elogio del amor
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Hace ahora tres años, cuando murió Manuel Clavero, escribí en Diario de Sevilla un breve obituario que terminaba con la siguiente frase: “Con él se va una parte muy importante de la historia contemporánea de Andalucía. Afortunadamente para él, no tendrá que asistir a la tergiversación partidista que seguro va a sufrir su memoria”. No me equivocaba en el pronóstico. Lo que se está diciendo, y escribiendo, con motivo de la reciente inauguración de un busto suyo en el Parlamento andaluz lo confirma.
Vaya por delante que me parece bien la iniciativa, como también, si la hubiera, estaría de acuerdo en que se homenajeara allí (con bustos o placas bien visibles) a Rafael Escuredo, primer presidente de la Junta autonómica, y a Manuel José García Caparrós, asesinado en la manifestación del 4 de diciembre de 1977 en Málaga. A ver si así, al menos, a algunos parlamentarios les surge el interés por nuestra historia. Pero lo que no es de recibo es que se falsifique la significación de esas personas por conveniencias partidistas y se invente un ayer según sean las conveniencias de quienes gobiernen en cada momento.
Manuel Clavero, en concreto, fue una de las figuras más relevantes en la historia contemporánea de Andalucía. Era una persona conservadora, pero no reaccionario, con un perfil que le asemejaba a las grandes figuras europeas de la “derecha civilizada” (hoy tan escasas). Aunque bajo el franquismo aceptó cargos como el de rector de la Universidad de Sevilla, siempre fue dialogante, culto y capaz de construir acuerdos. En los años de la Transición política fue ministro de las Regiones y luego de Cultura. Tuvo la gallardía, y la honradez, de dimitir del Gobierno y abandonar su partido (la UCD de Adolfo Suárez) cuando este traicionó el Pacto Autonómico de Antequera llamando a la abstención en el referéndum de iniciativa autonómica del 28-F de 1980. Como diputado no adscrito, tuvo destacado protagonismo en el desbloqueo en las Cortes del reconocimiento de la victoria del pueblo andaluz en ese referéndum, que, al menos en teoría, ponía a Andalucía en el mismo primer nivel autonómico reconocido en la Constitución a Cataluña, el País Vasco y Galicia. Su obsesión era que Andalucía no fuera discriminada porque también era una nacionalidad histórica.
Por dos veces trató de construir un partido político exclusivamente andaluz, interclasista y “de centro”, primero el PSLA (Partido Social-Liberal Andaluz), que se diluyó en la UCD, y luego UA (Unidad Andaluza), que no pudo prosperar entre otros motivos por negarse a presentarse a elecciones de la mano de partidos estatales.
El otro día, en el Parlamento, se le adjudicaron posiciones que están lejos de haber sido suyas. El famoso “café para todos” que se le atribuye no refleja la realidad de que él había sido uno de los principales inspiradores del título VIII de la Constitución, en que se distinguen dos niveles de autonomía, el de las nacionalidades históricas con Estatutos plebiscitados conforme a la Constitución de 1931 y el de las regiones, con una vía, la del artículo 151, difícilmente practicable pero real (como demostró Andalucía) para acceder desde el segundo al primero de ellos. Nada parecido a buscar “la igualdad entre todas las comunidades autónomas”, como afirmara el presidente del parlamento en el acto institucional en su homenaje.
Clavero nunca cuestionó los dos niveles de comunidades autónomas, ni propuso que “España fuera un territorio de igualdad [territorial]”. Su empeño fue que Andalucía estuviera en el primero de los dos niveles definidos constitucionalmente. A ello sacrificó su carrera política, volviendo a su cátedra sevillana de la Facultad de Derecho y sin militar desde entonces en ningún partido. Lo del “café (o mejor achicoria) para todos”, con el frenazo del proceso autonómico y la homogenización a la baja del Estado autonómico, fue cosa del PSOE y la UCD (luego PSOE y PP) con sus pactos de estado.
Querer convertir ahora a Manuel Clavero en “el padre de la Andalucía moderna”, contraponiéndolo, aunque no se diga explícitamente, a Blas Infante y haciéndole, además, referente de un partido, el PP, cuya trayectoria (y la de sus directos antecedentes, Alianza Popular y UCD) ha estado -más allá de los actuales postureos cara a la galería- a años luz del reconocimiento de Andalucía como pueblo, no es otra cosa que una maniobra política sectaria que falsifica la historia y manipula a una persona por la que muchos andaluces de mi generación teníamos un gran respeto a pesar de que difiriéramos de él en bastantes cosas. Una de ellas, que en Andalucía existiera la posibilidad de un partido andalucista conservador, a la manera del PNV en Euskadi o Convergencia en Cataluña. Esto lo pensaba Clavero, sin caer en la cuenta de que en una colonia, sea externa o interna, a los sectores económico-sociales dominantes nunca les ha interesado, ni les interesa, crear o apoyar otros instrumentos políticos que no sean meras delegaciones de los partidos de la metrópolis, en nuestro caso estatales. Que el acto en su homenaje fuera exclusivamente de un partido, tampoco le habría gustado a Don Manuel (que es el tratamiento que muchos le dábamos). Un Don Manuel que se encontraba muy a gusto formando parte del patronato de la Fundación Blas Infante.
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