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Tribuna

Tomás García Rodríguez

Doctor en Biología

Las mujeres de Antonio Machado

Las mujeres de Antonio Machado Las mujeres de Antonio Machado

Las mujeres de Antonio Machado

Antonio Machado Ruiz, hijo de dos trianeros de pura cepa y amantes de las tradiciones de su tierra, no se sentía partícipe de muchas de las costumbres y vivencias de su ciudad natal. Su carácter austero, introvertido, ensoñador y tímido no encajaba en demasía con los aires andaluces de su primera infancia ni con el temperamento de su hermano mayor, Manuel, persona alegre, extrovertida y con ganas de vivir intensamente, al cual no se ha valorado en toda su dimensión. Su influencia en el sentir y la producción literaria de Antonio fue crucial, sobre todo en la obra conjunta teatral, ofreciéndole siempre inspiración, apoyo e influencias.

Antonio no conoció mujer que le interesara hasta que a finales de 1907, con treinta y dos años, encontró en Soria a Leonor Izquierdo, de apenas trece, donde el emergente escritor ocupaba una cátedra de Francés en un instituto, aun sin poseer una licenciatura. ¿Qué tipo de amor pudo ser ese? Una buena parte de los investigadores sostiene que esta unión estaba cubierta por un sutil halo de cariño entre dos personas necesitadas de ello y que la relación pasional y erótica fue secundaria, esperando la pareja más de un año para poder consumar un matrimonio desigual, protector y desprendido. Era propio del poeta su evasión de la cotidianidad, su desapego a las normas sociales, su abandono en el cuidado de sí mismo y todo era ilusión romántica, alma enfervorizada e imaginación subyugante. Al morir Leonor en 1912 le fue concedido traslado a Baeza, donde acudió Ana Ruiz, su madre, para ayudarle y consolarle en esos momentos difíciles. A partir de entonces, la vida de Antonio estuvo ligada estrechamente a la de su querida progenitora y nunca volvería a visitar la tumba soriana de su niña.

En 1928, el poeta obtuvo una plaza en un instituto de Segovia, donde conocería a su musa Pilar Valderrama, la Guiomar de sus canciones poéticas. El encuentro se produjo después de una ruptura sentimental momentánea entre Pilar y su desapegado marido, persona de alta posición social y de ideas muy conservadoras, acudiendo ella a orillas del Eresma para presentar a su reverenciado ídolo sus poemas, recogidos en Huerto Cerrado, que le había enviado previamente sin recibir respuesta alguna. Las relaciones personales comenzaron allí, exclusivamente platónicas según la opinión unánime de estudiosos y biógrafos, y se prolongaron después en Madrid hasta 1936, con citas en los jardines de la Moncloa y en un café de Cuatro Caminos; creándose además entre ambos espíritus un mundo ficticio, ideal, de encuentros virtuales al que denominaron "tercer mundo". Antonio la ayudó en la presentación y recomendación de sus creaciones, incluso escribiendo un artículo elogioso referente al poemario Esencias, libro que él envió a su amigo Miguel de Unamuno para su aprobación y divulgación. En esta composición poética están incluidos dos versos del embelesado amador, requeridos por la autora de manera vehemente. Era su diosa y por ella haría cualquier cosa, a pesar de la distancia ideológica entre ambos y de sus diferencias artísticas en cuanto a objetivos, profundidad y relevancia.

De las doscientas cuarenta cartas estimadas que el amante envió a su objeto de deseo sobrevivieron cuarenta, fechadas entre 1929 y 1932 y seleccionadas por la poetisa, destruyendo el resto de la correspondencia y alterando el texto de algunas misivas, incluso con decolorantes. Según el reconocido biógrafo Giancarlo Depretis, el procedimiento es manifiesto; así, en una carta recuperada con métodos químicos, se revela una amorosa despedida con un "beso inacabable" del poeta. Del conjunto de epístolas de Pilar a Machado no queda absolutamente nada, pues se extraviaron probablemente poco antes de atravesar la frontera en 1939, camino del exilio, cuando Antonio, su madre, el hermano José, esposa e hijas subieron a una ambulancia, naufragando la maleta en el lodo de unos días lluviosos, trágicos y de simple supervivencia en su huida hacia tierras francesas. La unión filio-maternal era tan intensa que hijo y madre fallecieron en el ostracismo galo en un intervalo de tres días. Las memorias póstumas de Valderrama y el epistolario contenido en Sí, yo soy Guiomar no aportan datos definitivos sobre el alcance de esta conjunción íntima entre dos seres ávidos de afecto, comprensión y liberación de sus respectivas existencias anodinas, degradantes en ocasiones, que impulsan a los seres humanos hacia metas más confortantes, desconocidas y sublimadas.

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