En los jardines del Alcázar de Sevilla alguien puso banderillas de tinieblas. Era la primavera de 1935 y Federico García Lorca lee los poemas de su nueva obra. Son versos que hablan de huesos y flautas, de lunas y níquel, de niebla y olivos tristes. Es el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, inspirado en su amigo muerto en la plaza de Manzanares el verano del año anterior. Una de las más hermosas y estremecedoras elegías de la literatura española.
Sánchez Mejías fue un destacado diestro de aquella Edad de Oro del Toreo, pero era mucho más que eso. Un personaje digno de la Edad de Plata, el torero ilustrado de la Generación del 27 y el impulsor del mítico viaje que los poetas del grupo hicieron a Sevilla en diciembre de 1927 para conmemorar el tercer centenario de Góngora y pasar a la posteridad en la famosa fotografía.
En la próxima celebración del centenario de la generación en 2027 hay un claro interés por ampliar el foco de aquella famosa fotografía. Se buscará incorporar a otros escritores que no salieron en la instantánea y a creadores de otras disciplinas: pintores, cineastas, dramaturgos, músicos, bailarines, arquitectos y pensadores que simbolizan el espíritu de la Edad de Plata. Y, sobre todo, las creadoras entrarán con naturalidad después de demasiados años de penumbra y olvido.
Sin embargo, a pesar de este ánimo integrador y felizmente abierto, hay quien parece empeñado en expulsar a algunas brillantes figuras que merecen la gloria del homenaje y el recuerdo. Uno de ellos es Sánchez Mejías. A Sánchez Mejías lo quieren encasillar sólo como torero y, según los parámetros de una mirada pobre, presentista y doctrinaria, la tauromaquia no debe estar en la celebración. Una peligrosa censura, porque no hay que olvidar que la tauromaquia fue uno de los grandes temas que inspiró a los creadores del 27.
La torpeza de arrojar a Sánchez Mejías del Parnaso creativo de la Edad de Plata desvela cierta ignorancia sobre su biografía. Ahí están sus obras de teatro como Sinrazón, primera aproximación al mundo del psicoanálisis en la dramaturgia española; Zaya; Ni más menos; Soledad y la novela inacabada La amargura del triunfo. Sin olvidar su participación con La Argentinita en aquel memorable espectáculo de Las calles de Cádiz donde, según relataba Alberti en La arboleda perdida, buscó por Jerez y los pueblos de la bahía gaditana bailaores y cantaores puros.
Ahí está también su curiosa obra periodística pues incluso escribió crónicas de sus propias corridas en el diario La Unión. Algo absolutamente inédito en el mundo de la tauromaquia, porque ¿quién si no él fue capaz de torear en la plaza de Valladolid, cortar orejas y rabo y leer esa misma tarde en el Ateneo de la ciudad páginas de una novela que estaba escribiendo? Y añadamos un detalle más: su participación en una conferencia en la Universidad de Columbia en 1929. ¿Hubo alguna vez un matador de toros dando una conferencia en Nueva York?
Su figura simboliza el espíritu de aquella época moderna: fue un sportman que practicó acrobacias en avioneta, jugador de polo y amante de los deportes de riesgo. Deportes que practicó incluso en clave castiza, como cuando hacía de garrochista con las faenas de acoso y derribo de reses realizadas desde su automóvil. Como buen hijo de su tiempo, miró al cine con pasión y fue actor en la película La malcasada, además de asesor taurino en El embrujo de Sevilla, de Benito Perojo. Además, se convirtió en presidente de la Cruz Roja en Sevilla y presidente del Betis.
A los que ahora quieren expulsarlo, les vendría bien leer aquella conferencia que impartió en la Universidad de Columbia de Nueva York donde el torero-filósofo habló de la relación simbólica entre la vida y la muerte, del toro bravo y del caballo hasta enlazar con Don Quijote y Sancho Panza. No hay duda de que Sánchez Mejías fue un verdadero intelectual que además simboliza lo mejor del espíritu de la Generación del 27. Ya lo escribió Lorca antes de convertirlo en un mito: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura”.