Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

El silencio de las sirenas

El más humano de los héroes, fortalecido por las adversidades, solo pretendía el dulce regreso al hogar por prosaico que le pareciera a Brecht

El silencio de las sirenas El silencio de las sirenas

El silencio de las sirenas / rosell

Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer", porque siempre hay una doble posibilidad de interpretación, escribió Albert Camus en un estudio sobre el escritor checo. Toda obra clásica ha de ser releída y reinterpretada. También la vida nos invita a ese ejercicio constante de repensarla. Consecuente con su estilo, Kafka, releyó y reescribió a otros. En 1917 en medio del ruido sangriento de la Gran Guerra, publicó El silencio de las sirenas, una relectura del canto XII de la Odisea de cuyos versos hizo una reescritura solo amortiguada por el respeto a Homero.

En los versos de la epopeya homérica el encuentro con las sirenas cobra un dramatismo aterrador. El suceso es conocido de todos. Tras su visita al Hades y su ardiente relación con Circe, Ulises continúa su regreso a Ítaca. En la ruta para salir al mar ha de resistir el melodioso canto de las sirenas que solo él debía escuchar. Trabado al mástil "con cruel atadura" siente el halago y la fascinación de las voces e intenta zafarse, pero el sacrificio voluntario y momentáneo de su libertad le ha salvado de la muerte temprana.

Kafka somete el episodio a una libérrima e imaginativa modificación: Ulises no pudo escuchar el canto de las sirenas porque taponó sus oídos y, sin posibilidad de escuchar, el héroe pensó que cantaban. Y lo que parece más original: no las escuchó porque las sirenas no cantaron. Su silencio era un arma más terrible que su canto. A esta historia Kafka añade un comentario que no es más que una metamorfosis de la metamorfosis: es posible que Odiseo, astuto como un zorro, se diera cuenta que las sirenas permanecieron calladas y, atado al mástil, "representó una farsa para ellas y para los dioses, a modo de protección".

En el plan de Kafka, entre Odiseo y las sirenas no hubo relación alguna sino el silencio perturbador propio de todo misterio. No es difícil ver un paralelismo entre su particular relectura del poema y su intimidad amorosa, como si escribiéndola tratara de curarse del sufrimiento del vínculo con Felice. Entre ellos se interponía el silencio, un silencio destructor, como él mismo anotaba en su diario el 24 de enero de 1915: "creo imposible que nos unamos alguna vez… cada uno se dice a sí mismo en silencio que el otro es inconmovible y despiadado". El silencio kafkiano de las sirenas es el de la apatía y la indiferencia. Se entiende así que Kafka les arrebatara el canto.

En ese juego despiadado de atracción y repulsión, en ese dilema kafkiano, la única salida posible hubiera sido mirarse en el espejo de Ulises: "No hay en el mundo sentimiento comparable a la pasmosa soberbia de haberlas vencido mediante las propias fuerzas", escribe un Kafka eufórico. Sin embargo, el método de Ulises para salir indemne no fue el silencio esquivo y ni siquiera el engaño, sino la posesión de un propósito ineludible y sagrado, y una fuerza heroica para llevarlo a cabo mediante la voluntad. El más humano de los héroes, fortalecido por las adversidades, solo pretendía el dulce regreso al hogar por prosaico que le pareciera a Brecht. Sentir el correr de los días en el silencio apacible de su palacio, recordando su victoria.

Pese a la vanguardista y estética interpretación kafkiana las sirenas cantaron; y su canto no era un fin sino un medio de seducción al que precedía la farsa y el halago y le seguía la perdición, el vacío y la muerte, como sostiene J. Palma. Por el contrario, la propuesta homérica consistió en advertirnos contra la ingenuidad de la juventud: acrisolado en el asedio a Troya, Ulises estaba listo para rechazar aquella fascinación que interrumpía su propósito.

El canto de las sirenas de hoy es un ruido estruendoso: el ruido de las redes sociales, de la televisión, del individualismo enfermizo, de la sobreexposición de lo íntimo. El ruido hipnótico de las olas que baten los acantilados donde habitan, y cuyo ritmo sin descanso nos adormece, invitándonos a soñar que vivimos una vida eternamente gozosa, sin vejez y sin muerte. El hechizo de aquellos monstruos con rostro de doncella es el hechizo del mundo y de la mundanidad, del honor fatuo, del poder narcisista, de la vanagloria de la riqueza, de la belleza y de la fama. E incluso el hechizo del conocimiento "de todo aquello que ocurre por doquier en la tierra fecunda". Es necesario y urgente fortalecerse contra ellas apostando por la ética de la renuncia y la responsabilidad, sin engañarnos a nosotros mismos. Y volver a la música triunfante de Orfeo que proviene de Dios.

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