La tribuna
Miré los muros de la patria mía
La inminente llegada a Sevilla en 1480 de tres monjes dominicos para la puesta en marcha de la nueva Inquisición provoca desasosiego en el concejo municipal. El judeoconverso Diego de Susón era el hombre de más poder en aquel momento, regidor y caballero veinticuatro de Sevilla nombrado por la reina Isabel “por los muchos e leales seruiçios que me auedes fecho y fasedes de cada dia”. Según oscuros datos contenidos en un manuscrito anónimo conservado en la Biblioteca Colombina, Susón tendría dos hijas: Sara (la Susona, en alusión al padre) y María Pinta, contando la leyenda que la Susona habría denunciado una supuesta trama anticristiana encabezada por su progenitor al estar enamorada de un caballero de alto linaje. Juan Gil y otros relevantes investigadores sólo estiman que los munícipes se habrían reunido de modo pacífico para deliberar ante la inmediata implantación del Santo Oficio. La realidad es que Susón fue procesado en el primer Auto de Fe del país –celebrado el 6 de febrero de 1481– y quemado por judaizante en el Prado de San Sebastián, sin acusación de conjura, junto a otros prohombres conversos de la urbe hispalense. El exaltado mito sería responsable de que la calle de la Muerte (entre la Plaza de Doña Elvira, el Callejón del Agua y Pimienta) fuese conocida con ese nombre desde tiempo después, figurando así en 1771 en el Plano de Olavide, hasta su rotulación como calle Susona en 1845 en una época de exacerbados relatos románticos. Una placa reciente en esta callejuela muestra la calavera de la “fermosa fembra”, quien, arrepentida, habría ordenado en testamento que su cabeza colgara en la fachada de la casa paterna para la expiación perpetua de sus pecados. Lo cierto es que Diego de Susón no residía en este barrio, pues estaba registrado como vecino en la collación de San Isidoro.
El naranjo amargo fue introducido en Sevilla en el siglo XI en los Jardines de la Buhaira por el rey taifa Al Mutamid, siendo aceptado después con fervor por cristianos y hebreos. La naranja se convertiría en un relevante ingrediente culinario sefardí en platos de pescado, ensaladas y dulces, por lo que la elección del cítrico para embellecer la antigua judería hispalense a comienzos del pasado siglo sería muy acertada. Más de ciento cincuenta naranjos la pueblan, tanto en el Barrio de San Bartolomé como en el de Santa Cruz. Destaquemos los cuatro existentes en el ensanche que comparten la calle Susona y el callejón del Agua, donde en uno de sus rincones se halla unido de modo indisoluble un naranjo a una elegante washingtonia germinada de forma espontánea sobre la base del cítrico, fenómeno botánico nada anormal en estas palmeras. Las raíces compartiendo el sustrato mineral y el agua en el mismo alcorque y los troncos abrazados de la singular pareja nos recuerdan los amores entre la Susona judeoconversa y el caballero cristiano, base mítica de aquellos tristes hechos que dejaron su impronta en el hermoso Barrio de Santa Cruz.
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