La tribuna
El problema es la plurinacionalidad
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Nietzsche aseguraba que la etimología era una de las principales ramas del pensamiento, es decir, de la filosofía. Y tenía no poca razón. En el origen de las palabras se asientan con frecuencia las claves no solo de la lengua, sino de todo un devenir histórico, del latido de los pueblos y su cultura. Véase por ejemplo la conocida -y resbaladiza- palabra baladí, documentada por primera vez en español en 1343, en el arcipreste de Hita, aunque su uso debía de venir de bastante más lejos. Es puro vocablo árabe y significa, de entrada, algo del país, local, sencillamente como término despectivo hacia los productos indígenas, que se consideraban siempre peores que los importados, los que traían el marchamo de tierras lueñes. O sea, que la España musulmana ya suponía sus elaboraciones de peor calidad que las de fuera, de Oriente, en concreto, entonces. La idea pasó, y no poco, a nuestro idioma castellano, y lo que es peor, a nuestro pensamiento. Viene ello a colación porque el otro día, en un céntrico bar hispalense de cierta enjundia, al pedir un vino tinto andaluz me salieron con los típicos síndromes de riojitis y riberitis como toda alternativa. No soy bebedor desaforado, pero sí bastante viajero y conozco razonablemente bien ambas geografías norteñas y sus excelentes caldos, Así y todo, da no poca grima el desprecio envuelto en ignorancia hacia los vinos blancos y tintos andaluces, si exceptuamos los clásicos generosos jerezanos, expandidos por cierto en el mundo gracias sobre todo a apellidos ingleses, como aún reza en muchas de sus etiquetas. Sin embargo, en Andalucía tenemos una serie de magníficos vinos que deberíamos frecuentar con más asiduidad. En el mismo Jerez y en Arcos, la provincia de Cádiz da unos tintos de gran talla. Además están allí recuperando una uva simpática y única, la llamada tintilla de Rota. La sierra norte de Sevilla, que en su tiempo tanto abasteció espirituosamente a la flota de Indias con el aloque o clarete llamado ojo de Gallo, tiene hoy en Cazalla y Constantina unos blancos y tintos de categoría. Málaga da, aparte de su conocido dulce, unos vinos supremos en Ronda, en un rosario de pequeñas bodegas que miman sus caldos trabajados en altura. No olviden probarlos cuando repasen la zona. Y hace poco, correteando la geografía cercana a esa ciudad increíble, descubrí unos tintos y blancos soberbios en Álora, la bien cercada… Prueben si no el muy seco y frutal blanco hecho allí con uva moscatel de Alejandría, la misma que por cierto se cultiva en los Guájares granadinos y da también una verdadera exquisitez para el olfato y el gusto. No todo iba a ser allí el recio vino llamado costa, de Albondón. Jaén tiene en sus sierras sureñas los muy ricos tintos de Alcalá la Real y Frailes, e incluso en Arbuniel, en la ladera sur de sierra Mágina, se consigue un coupage delicioso. El viticultor me confesaba haber hecho las proporciones que había leído sobre el Vega Sicilia: mucho Tempranillo, con algo de Cabernet Sauvignon y Merlot. El resultado sorprende. Asómense por allí. Almería, aparte de su gran potencial frutícola, hace unos tintos riquísimos, sobre todo en el valle del río Andarax, por más que uno de los mejores lleve el irreverente nombre de Tetas de la Sacristana, qué le vamos a hacer.
El caso es que, volviendo a nuestros viejos moros, ¿qué dirían hoy de la ignorancia local al respecto, ellos, que no bebían riojas ni riberas, producidos en vetadas tierras idólatras? ¿Qué brebaje local trasegaría el jiennense Al-Gazal, cuando en el siglo IX escribió: "En el vino he ahogado mis penas, olvidando toda vergüenza y recato…"? ¿O el muy golfo y gran poeta Ben Suhayd, del siglo XI, del que decía el historiador contemporáneo Ben Hayan que estaba más apegado al vino que los pájaros a las ramas? Suyo es el impío poema que comienza: "¡Cuántas veces en la taberna del monasterio he bebido el vino de la juventud mezclado con los vinos más puros...!"¿Y qué vino sino local -es decir, baladí- tomaría el pacense Ben Sara de Santarem cuando en su visita a la fría Granada se quejaba de que en esta tierra se puede dejar de hacer la oración y hasta beber vino, aunque sea cosa prohibida… y añadía que …Cuando sopla el viento del norte ¡Qué felicidad para el creyente hacerse acreedor al infierno!
Que a estas alturas tengan que venir nuestros antiguos sarracenos a recordarnos nuestros caldos es como para darle la razón a la hoy frondosa podemita de apellidos muy castellanos que, pese a ser mujer, está montando un partido localista y filoagareno en la provincia española que mejor se conoce etílicamente en el planeta. Aunque tampoco es cuestión de darle muchas alas a la chica, no sea que la idea cuaje y en dos o tres generaciones los viñedos gaditanos queden sólo para hacer uvas pasas, tan apreciadas por cierto en la España antigua por los seguidores del profeta, cual recogían las crónicas.
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