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Un golpe para una de las zonas más despobladas

  • Los vecinos temen que la dificultad para remontar tras el fuego aumente el abandono de fincas. La prioridad es lograr ayudas para alimentar al ganado este invierno.

Varios días después de que se extinguiera el incendio de El Castillo de las Guardas -el más grave del verano en Andalucía, a falta de evaluar el de este fin de semana en Archidona (Málaga)-, la zona ha dejado de ser objeto de atención para las televisiones que llevaron sus unidades móviles a aldeas remotas, como La Alcornocosa, con 72 vecinos, y donde el fuego llegó a lamer las casas. Pero es ahora cuando se empieza a calibrar lo que conllevará a largo plazo la pérdida de 1.846 hectáreas. Es mucho terreno -el fuego alcanzó más de diez kilómetros de longitud-, aunque represente apenas el 7,5% de un municipio con mucho término y poco poblado: unos 1.500 habitantes en doce núcleos. En la comarca, la densidad de población es de 19 habitantes por kilómetro, cuando la media provincial es 138.

Hay medio centenar de propietarios afectados, algunos también en los términos de Zufre (Huelva) y El Ronquillo. Salvo una ganadería de reses bravas y otra de vacuno, se trata de explotaciones familiares y fincas con dehesa, que suman muchos cientos de ejemplares de ovejas y cochinos. El fuego ha trastocado una supervivencia difícil, por la escasa rentabilidad de los productos en origen, incluso los cerdos ibéricos, que se han quedado sin la bellota que les hace característicos. "Mi finca no ha salido mal parada porque la tenía cuidada y limpia, aunque he perdido la cosecha de bellotas", explicaba este miércoles al pie de la SE-5403, rodeado de grises y negros, Francisco Rodríguez, 63 años, 35 hectáreas afectadas. Hace cuentas de lo que tendrá que desembolsar para 250 ovejas. "El medio kilo de pienso está a 50 pesetas, el kilo de paja, a 12 ó 13". "Otros lo tienen peor, han perdido para los restos la montanera": la época en la que el cerdo se ceba en los campos a base del fruto de la encina. En la aldea de Valdeflores, una familia ha perdido 120 de 123 hectáreas en las que criaban cabras y a 90 cochinos, cuya venta estaba apalabrada. Los padres y tres hijos con sus parejas viven de ese trabajo.

Se han quemado encinas centenarias. Otras, en las que se percibe color en las copas, necesitarán varios inviernos para recuperarse. Confían en que llueva pronto, pero no torrencialmente, para que brote hierba y contenga el suelo y se salven las semillas, aunque necesiten décadas para adquirir porte. Tanto éstas como las encinas que se planten tendrán que ser protegidas con "jincos" -piezas de hierro o madera, que se colocan en la tierra- y bidones para evitar que los animales, que buscarán un alimento escaso, las dañen. Tiempo y dinero. También se han quemado colmenas.

El alcalde, Gonzalo Domínguez, explica que los datos sobre las pérdidas que conlleva el fuego estarán en unos 15 días, pero coincide con Francisco en que, aún cuando se puedan articular ayudas, lo ocurrido puede llevar a un aumento del abandono de fincas y explotaciones ganaderas que son la mejor garantía contra los incendios que nos sobrecogen cada verano, como este de El Castillo, en una zona que ya recuerda a la Sierra de Aracena pero que sólo la reserva de animales importados de otros climas parece haber puesto en el mapa. "El fuego hay que evitarlo todo el año, con el ganado, que limpia los terrenos", pero en la sierra hay muchas fincas que no producen porque "los precios son los mismos que hace 30 años y se han abandonado", dice Francisco, que lamenta lo poco que se valora el campo, pese a que "todo lo que comemos sale de la tierra", y un trabajo que se mantiene casi por afición. "Te hablan como si no supieras nada", dice sobre la burocracia y el control al que están sometidos. El incendio ayuda al círculo vicioso.

La obsesión del alcalde, que recuerda que la zona se está intentando impulsar con el turismo, es evitar la sensación de derrota y aligerar esa burocracia, que lleguen ayudas para que los propietarios alimenten este invierno al ganado. Esto es nuevo para él y se está dejando asesorar, pero insiste en que es importante la declaración de zona catastrófica, que depende del Gobierno central en funciones, para que las administraciones se impliquen en la recuperación y repoblación en montes privados.

También es significativo del golpe que las llamas han supuesto para la economía local el testimonio de Florencio Rodríguez. Tiene 30 hectáreas abrasadas, sólo ha salvado dos. Ha perdido 500 encinas, salvó 27 borregos. No hacía mucho que su hermano y él habían heredado la finca de su padre. Tenía apalabrada su venta con un propietario colindante que cría cochinos y cuya finca también se ha quemado. No habrá trato. "Aunque el muchacho me hubiera dado la señal, se la hubiera devuelto", dice, mientras avanza por un estrecho sendero junto al Barranco del Confite. Muy cerca está la única casa de segunda residencia que los bomberos no pudieron salvar de las llamas, porque se prendió el techo de anea de un porche. El fuego pasó por los gallineros y corralones junto a las casas, aunque algunos cerdos vuelven a andar sobre suelos chamuscados. En el cauce del arroyo hay restos de un zorro. En su finca, Florencio halla otro abrasado. El alcalde explica que la fauna también ha salido mal parada: se han quemado jabalíes y venados. En un vuelo sobre la zona, se han detectado animales agolpados en pequeñas islas. La caza menor y mayor, otra de las fuentes de ingresos estacionales, quedará afectada.

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