Juan Rodríguez Garat | Almirante (R)
“La Guerra de Ucrania no la va a ganar nadie”
Escardiel González Estévez | Historiadora del Arte
Escardiel González Estévez (Sevilla, 1984) pertenece a esa generación de historiadores del Arte que ya no estudian las piezas como hitos estéticos dignos de ser colgados en las paredes de un museo, sino como elementos dentro del tupido contexto histórico de la sociedad que las ha visto nacer. Más que la evidente belleza de los retratos ecuestres de los Doce Césares de Giuliano Romano, le interesa la difusión del tema iconográfico por todo el mundo, desde Italia a Japón –pasando por Sevilla– y, sobre todo, su resignificación. Es decir, el largo recorrido para que unas pinturas italianas de inspiración clásica lleguen a ser el modelo de los retratos de los emperadores incas. También se ha dedicado al estudio de las reliquias, esa obsesión contrarreformista que es fundamental para comprender el mundo hispánico y sus festividades. No hace falta hablar mucho tiempo con esta profesora de la Universidad de Sevilla para darse cuenta de que es una mujer que combina modernidad y tradición sin ningún tipo de contradicciones. Además de aficionada cabal, es miembro de la Fundación de Estudios Taurinos. Algunos de sus trabajos los ha dedicado a la tauromaquia en la América española.
–Perdone la curiosidad, ¿de dónde viene el nombre de Escardiel?
–Es la patrona de mi pueblo, Castilblanco de los Arroyos. El segundo fin de semana de septiembre se hace una romería. Es una virgen de origen medieval, con una leyenda que la vincula a Fernando III, aunque su factura es tardogótica. Hay muy pocas vírgenes de verdadero estilo fernandino en Sevilla, quizás solo la Virgen de las Batallas.
–¿Y desde cuándo tenemos noticias de esta virgen?
–Aparece por primera vez en el Libro de la montería de Alfonso X. Escardiel tiene una etimología árabe y significa “campo de cardos”. Antiguamente, el camino real de Castilla pasaba por allí, no por El Ronquillo. Por tanto era un lugar importante en la conexión de la Meseta con la Baja Andalucía y la devoción a Santa María de Escardiel tenía mucha importancia. Pero fue a menos y la finca donde está la ermita, que era del Concejo, se desamortizó y pasó a manos privadas. Hasta recientemente, gracias a Juan Lobo, no se ha ganado un pleito que da derecho de paso, acampada y saca de agua durante la romería, y a que se abra la ermita una vez al mes. Importante es también la devoción al Cristo de los Vaqueros, que es el primer crucificado que hizo Ruiz Gijón y está muy vinculado a la gente que trabajaba con el ganado bravo.
–Precisamente, como historiadora del Arte usted ha trabajado en las relaciones entre las imágenes y el mundo festivo hispano.
–El conocimiento y la experiencia de estas festividades, que se siguen desarrollando prácticamente igual que en la Edad Moderna, te permite entender cosas que no se comprenden si solo acudes al análisis de las imágenes y los textos.
–¿No son de origen bajomedieval estos fenómenos?
–Peregrinaciones existen en la Edad Media, pero la configuración actual de muchas de estas fiestas pertenece más a la Edad Moderna, a los siglos XVI, XVII y XVIII. Se ve en cosas como la “pugna de bancos”.
–¿La pugna de bancos?
–Después de la procesión, antes de entrar en el templo, se subastan públicamente cada una de las esquinas de las andas. Sobre esto tenemos documentos desde 1620. Es una forma de financiación.
–Todo este mundo festivo y religioso pasa a América, ¿no?
–Obviamente. Lo interesante es ver que en América se producen hibridaciones entre el sustrato prehispánico y lo español. Algo parecido pasó aquí en la Edad Media en la hibridación entre lo islámico y lo cristiano. Hay fenómenos de continuidad solapada, tanto en las festividades como en la indumentaria. Por ejemplo, a partir de los Reyes Católicos y, sobre todo, de Carlos V, la mayoría de los chapines son de origen islámico. O el hecho de que los españoles prefieran montar a la jineta en vez de a la brida... Esto tendrá mucha importancia en la fiesta de los toros.
–Volvamos a América y a su mestizaje.
–He estudiado mucho el caso del San Miguel del Milagro de Tlaxcala (México). La inquisición llegó a juzgar a varios indígenas porque, bajo la apariencia de dar culto a San Miguel, estaban adorando a Moyucayacín, una divinidad prehispánica. El culto a San Miguel del Milagro está vinculado al agua y a los lugares cavernosos, lo cual lo conecta con otros lugares europeos donde hay culto a San Miguel. Tanto Mont Saint-Michel, en Francia, como San Miguel del Gargano, en Apulia (sur de Italia) están vinculados a cuevas. Hay conexiones que son verdaderamente fascinantes.
–¿Algún otro caso llamativo de hibridación?
–En los Andes es muy habitual que las tallas cristianas que procesionan lleven dentro de las andas una huaca, que son las piedras sagradas de la cultura incaica. Lo vemos en San Cristóbal, el Cristo de los Temblores... Los pueblos indígenas tenían sus peregrinaciones, algunas de miles de kilómetros. También procesiones. En un libro muy interesante, Primer nueva corónica y buen gobierno (sic), del cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala, se ve un dibujo de una momia de un inca procesionando en unas andas.
–Las reliquias es uno de sus temas de investigación. ¿qué es una lipsanoteca?
–Es una colección de reliquias.
–En el mundo hispano había una auténtica obsesión por las reliquias.
–Es una obsesión contrarreformista, al igual que el culto a las imágenes, el sacramento de la eucaristía y todo lo que había sido atacado por los protestantes. La respuesta del catolicismo fue reforzar todo eso a través de una campaña visual. Los historiadores no han estudiado la fuerza de las imágenes y los historiadores del arte se han limitado a la cuestión estética. La imagen va mas allá de la belleza, tiene un gran poder. Y eso fue lo que quiso aprovechar la Iglesia Católica. Como le decía, se fomentó mucho el culto a las reliquias, pero se le quiso imprimir rigor y apartarse de las fantasías medievales. Se crean las sagradas congregaciones de los Ritos y la de las Reliquias.
–Esta obsesión afectaba especialmente al poder.
–Felipe II estaba obsesionado por las reliquias y llegó a reunir unas 7.500. Esto tenía su explicación, porque el hecho de estar cerca de una reliquia implicaba tener más salud, más éxito en las batallas, etcétera.
–Otro de sus temas son las representaciones de los arcángeles.
–Los arcángeles tienen mucha presencia en el arte cristiano desde muy antiguo. La primera pintura que tenemos de un arcángel lo representa sin alas y con barba. Es una Anunciación que está en una catacumba del siglo III. Pero rápidamente la iconografía irá fraguando como un mancebo dotado de alas.
–¿Y América? Están los famosos ángeles arcabuceros.
–Se dan en el contexto andino y en algún pueblo de España. Yo propongo que tienen que ver con el mundo festivo. Es decir, que estas pinturas representan a personajes disfrazados de ángeles. Sabemos que los había por las crónicas de las fiestas. En la procesión del Santo Entierro en Sevilla, hasta no hace mucho, había gente que se vestía de los siete arcángeles, los canónicos y los heterodoxos. Los que tienen arcabuces están siempre tirando al cielo. Aunque se han apuntado muchas teorías, creo que simplemente estamos ante salvas, como los coheteros de Almonte.
–Y junto a los ángeles y arcángeles está el ángel caído, el demonio. Hoy se le representa casi como un tipo elegante, con frac y capa.
–Los demonios medievales son más híbridos y tienen alas de murciélago, garras de león, cuerpos de arpía... Ya en la Edad Moderna se van antropomorfizando, aunque siempre con algún cuerno, algún ala de murciélago o cualquier rasgo animal. Hay una pintura del demonio que publico en un estudio sobre San Miguel en los Andes que es un retrato de una persona concreta. Viene acompañado de un texto que dice: “Aquí ven ustedes/ a Satanás del Rivero/ recibiendo mojicón fiero/ para escarmiento de ustedes”.
–Los jesuitas son otra de sus preferencias como investigadora.
–Los he estudiado en cuanto impulsores de la imagen. Su expulsión por Carlos III afectó mucho a América, porque la mayoría de las instituciones educativas estaban regentadas por ellos. Fue un auténtico drama. La gente no quería. Los jesuitas fueron los más conscientes del poder que tenía la imagen, de su valor propagandístico. Entre otras cosas porque les permitía comunicarse con masas de indígenas que no hablaban el castellano.
–Muy interesantes sus estudios sobre los Doce Césares.
–La Vida de los doce césares es una obra que escribió Suetonio en la Antigüedad y que tuvo un gran éxito en la Edad Media. Que yo sepa, el primero en pintar este motivo es Giulio Romano. Tempesta y otros grabadores sacaron estampas de estas imágenes que se difundieron ampliamente. Gracias a estos, el taller de Zurbarán pintó la serie hasta la saciedad. Había mucha demanda de esta iconografía en América. Por la conquista, la simbología del caballo era muy potente. Había normas que prohibían montar a los indígenas. He estudiado unos grabados en los que los conquistadores de Chile son representados de la misma manera que Giulio Romano pintó a los doce césares. Todo eso se resignificará y vamos a ver a los líderes de la revolución de Túpac Amaru representados en caballos blancos. También tenemos biombos peruanos y japoneses con este tema. Los emperadores indígenas también se representarán posteriormente a la conquista en número de doce y de esta forma, pese a que no conocieron el caballo. La de los Doce Césares se convierte en una imagen global que representa al poder y que se difunde por todo el mundo gracias al imperio español, que fue el responsable de la primera globalización. España fue el primer país en globalizar imágenes, fundamentalmente religiosas, pero también otras, como las de los soberanos.
–Es miembro de la Fundación de Estudios Taurinos y ha dedicado a la tauromaquia algunos de sus trabajos. Llama la atención el poco interés que han despertado los toros en la historiografía española, pese a haber sido una de las obsesiones nacionales desde muy antiguo.
–La tauromaquia proporciona una amplísima información sobre la historia de España. Vas a un archivo buscando lo que sea y siempre te encuentras algo de toros. Es un tema que trasciende lo festivo y toca muchos campos. Por ejemplo, a mí me interesa mucho cómo en América se ve que la tauromaquia es uno de los poquísimos campos que permiten el ascenso social. También es interesante ver cómo están organizados los tendidos, lo cual generaba una gran cantidad de pleitos.
–Ha estudiado los toros en la época virreinal y durante los procesos de independencia. ¿Eran muy diferentes los toros que se podían ver en Lima o México de los que se celebraban en Salamanca o Valladolid?
–No, son lo mismo. En eso hay uniformidad entre América y la Península. Es obvio que la calidad del ganado no era igual en América que aquí. De hecho hay muchas referencias escritas sobre este asunto. Pero también depende del territorio. Por ejemplo, en Chile proliferan grandes vacadas hasta convertirse en un problema, como los caballos. Hay muchas manadas salvajes.
–Con la independencia sí hay un momento de crisis para la tauromaquia, quizás como el que se está viviendo ahora. ¿Hay una identificación de lo taurino con los realistas y de lo antitaurino con los patriotas?
–Absolutamente. Pero hay excepciones. Por ejemplo, a San Martín le gustaban los toros y en las ciudades que conquistaba se celebran corridas para celebrar la independencia. En Chile cuaja la abolición, pero en México, veinte años después de prohibirse, estamos viendo corridas con total normalidad (clandestinamente nunca se habían dejado de celebrar). Los argumentos van en el sentido de siempre: la barbarie vinculada a lo hispánico frente a la civilización vinculada a lo europeo. Al final se conservan los toros donde había una mayor tradición.
–Han vuelto los vientos prohibicionistas a América.
–De la mano de los políticos que están haciendo un discurso antihispánico: López Obrador, en México; Maduro, en Venezuela (a Chávez le gustaban los toros)... Pero hay territorios donde la afición es muy grande y se han producido fenómenos de hibridación que han generado identidad, como la Charrería en México. Eso es muy difícil cambiarlo.
–¿Alguna última voluntad?
–Me gustaría poner en evidencia que no se reconoce el trabajo que hacemos los investigadores de la Universidad española. Los proyectos españoles no superan los 40.000 euros, cuando los de EEUU llegan a los 280.000. No tenemos derecho a sabático, algo totalmente contraproducente. Cuando cuentas por ahí tus condiciones laborales la gente se echa las manos a la cabeza.
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