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Laura Salcines | Experta en artesanía y propietaria de Populart

“Ya no tiene sentido copiar la cerámica tradicional de Sevilla, hay que innovar”

  • Su negocio en el Barrio de Santa Cruz es una referencia para los coleccionistas de las más variadas artesanías ibéricas

  • Ha trabajado con los mejores decoradores de los últimos tiempos

Laura Salcines, en Populart.

Laura Salcines, en Populart. / Belén Vargas

Pese a llevar viviendo en Sevilla desde 1972 no ha perdido su acento montañés. Laura Salcines es la propietaria de una de las pocas tiendas con encanto que van quedando en el Barrio de Santa Cruz, Populart, un punto de encuentro para los amantes y coleccionistas de la artesanía española. Con uno de los escaparates más antiguos de la ciudad y de hechuras galdosianas, en el interior de la tienda se amontonan todo tipo de cacharros de barro, azulejos diferentes épocas (desde el XVI hasta el XX), exvotos, grabados, juguetes antiguos... En muchos casos son las piezas que sobrevivieron a la piqueta, a esos derribos indiscriminados que ha sufrido Sevilla. Gracias a Populart aún podemos ver algunos pequeños fragmentos de su brillo. Viuda del artista Rolando Campos –autor, entre otras obras de la escultura de Mozart del Maestranza– y madre de dos hijos que colaboran con ella, Laura Salcines sigue buscando y vendiendo con entusiasmo algunas de las piezas artesanas más interesantes de España.

–Pese a llevar toda una vida en Sevilla, por su acento se nota que no es nativa.

–Soy de Santander, de Soto de la Marina, a seis kilómetros de la costa.

–Hay una larga tradición de montañeses que vinieron al sur a montar negocios de ultramarinos, pero usted no tiene pinta...

–Primero me matriculé en Bellas Artes en Bilbao y después me fui a Madrid. Allí conocí a Quico Rivas, a Juan Manuel Bonet, a Pancho Ortuño y su mujer, Charo Castrillo Mirat... Todos estaban vinculados a Sevilla, pero pasaban mucho tiempo en Madrid. Aquel verano me fui a Florencia y allí decidí que me venía a vivir a Sevilla... Fue en el otoño de 1972

–¿Pero ya conocía la ciudad?

–No, conocía sólo a estos sevillanos...

–Eso es una auténtica vocación por la ciudad.

–Pancho y Charo, en cuyo estudio de Gran Vía yo trabajaba, se iban a casar y a instalarse en Sevilla. Montaron un taller de grabado en la calle Lope de Rueda. Por allí aparecieron Paco Cortijo y Rolando Campos, que entonces vivía en el Castillo de las Guardas, donde no tenía tórculo... Nos casamos al mes y medio de conocernos...

–¿Un arrebato?

–Yo tenía que ir a Santander y él, siendo novio, no podía venir a mi casa. Me dijo, ¿por qué no nos casamos y voy contigo? Lo hicimos pensando que si nos iba mal nos separábamos y se acabó.

–Bueno, duró mucho tiempo.

–Mucho, fue una buena historia.

–¿Cuál fue su primera impresión de la ciudad?

–Llegué a la Estación de Cádiz, a las 20:30, en octubre, me sentí deslumbrada. El sol ya estaba bajo y se veían las palmeras y las murallas del Alcázar a contraluz... Aquí me quedé. Sigo teniendo muchos amigos de ese periodo.

–¿Cómo era aquella Sevilla?

–Una ciudad un poco atrasada. Recuerdo que las tiendas de ropa eran muy tristes... Eso ya no es así, hoy Sevilla es igual que Berlín... Por desgracia.

En Mota del Cuervo se siguen haciendo tinajas como las que aparecieron con la Dama de Baza

–Hablaba de su trabajo en el taller de grabado. ¿Alguna aportación en este campo de la que se sienta orgullosa?

–Hice con Rolando un libro que lo compró la Biblioteca Nacional. Los grabados, seis paisajes de Sevilla, los hizo él y yo los estampé. También me encargué de la encuadernación a mano. Rafael Ortiz lo llevó a Arco. Fue a principios de los ochenta.

–Su estimable aportación a la ciudad ha sido montar esta tienda, Populart, un referente para los amantes y coleccionistas del arte popular, donde se pueden encontrar artesanías de diversos lugares y épocas. Hay una larga tradición cultural de tiendas de artesanía. Ahí están, por ejemplo, la que tuvo la mujer de Juan Ramón Jiménez, Zenobia, o la de Robert Graves.

–El interés por el arte popular es muy antiguo. Por ejemplo, tengo un libro de 1921, Tejidos y bordados populares españoles, de Mildred Stapley, que entre otras cosas documenta un dechado de virtudes [trabajo de costura que se realizaba para aprender y en el que se practicaban distintos tipos de puntos y bordados] de Isabel la Católica, que se encuentra en el monasterio de Guadalupe. El arte popular recoge un sentimiento muy profundo y se va perdiendo inevitablemente con la industrialización y la desaparición de los oficios.

–¿Cómo decidió montar esta tienda?

–Un domingo estaba desesperada, realizando una encuesta –algo que solía hacer para ganar dinero– sobre electrodomésticos en Tomares, en casas que tenían el suelo de tierra. Ese día le dije a Rolando: mañana voy a buscar un local para montar una tienda.

–¿Y ya tenía claro que quería montar Populart?

–Sí, porque la mujer de Josep Ginovart, María Antonia Pelauzy, había montado una Populart en Barcelona... Al año siguiente, Carola Torres, la mujer de José María Moreno Galván, abrió otra en Huertas. Ellas me animaron para que montase la mía en Sevilla. Todas éramos amigas y nos conocíamos mucho.

–Antes de montar la tienda fue coleccionista.

–La primera pieza la tuve con nueve años. Es de Lorca, Murcia, una tinajita muy pequeña, con cuatro asas y un mandil verde en la boca. El desván de mi familia, que era de campo, estaba llena de cacharros. Los saqué, los limpié y los sembré de gitanillas. Desde muy chica me quedaba absorta mirando un restaurante, El Riojano, que era un antiguo hórreo con todas las balconadas llenas de tinajas... Me llamaban mucho la atención, porque en Santander no hay alfares.

–Hay cacharros cuya simplicidad y belleza son sorprendentes.

–Las formas de la alfarería española son increíbles. En Mota del Cuervo, por ejemplo, las tinajas son iguales que el ajuar que apareció junto a la Dama de Baza.

–¿Y este local? Es una de los escaparates más antiguos de Sevilla.

–Me encontré con Gerardo Delgado buscando local, él para su estudio y yo para mi tienda. Gerardo quería un sitio sin humedad, por lo que no le valía un bajo, que era lo que, precisamente yo pretendía encontrar. Quedamos en que si él daba con un bajo me llamaría y viceversa. A los dos o tres días me llamó y me dijo: “He encontrado tu tienda, es el sitio ideal, vamos a verla ahora mismo”. Llevamos 42 años aquí.

–Más allá de la labor comercial habrá una labor importante de investigación, de búsqueda...

–Y sobre todo de fregar [risas], mira como tengo las manos. Buscamos piezas por todas partes; después de tantos años tengo una colección de proveedores: gitanos, chamarileros, de gente que me llama de muchos lugares, porque saben lo que me interesa...

Decidí venir a vivir a Sevilla sin conocerla. Llegué un día de otoño de 1972. Me sentí deslumbrada

–¿Y hay mucho fraude?

–Muy poco. Esto no es como la joyería o la pintura. Esto es una cacharrería. Además, después de tantos años, veo un azulejo a diez metros y sé de qué época es.

–La tradición alfarera de Triana se está perdiendo aceleradamente, ¿no?

–La última fábrica importante, Montalván, que estaba en la calle Alfarería, se cerró hace unos tres años. Todavía quedan algunos alfareros, pero la calidad no es muy buena... Los vidrios son industriales... Hay algunos ceramistas que copian muy bien, pero no hay una ilusión por hacer una alfarería nueva...

–Ahora, el Museo de la Cerámica está impulsando exposiciones de artistas sevillanos en este campo. Ahí están las que ha realizado de Concha Ybarra o Fernando Clemente con Miki Leal.

–Es lo lógico. Ya no tiene sentido copiar los modelos tradicionales sevillanos. Hay que innovar. En Portugal y muchos otros sitios se hace una cerámica moderna maravillosa. En Sevilla no hay muchos ceramistas contemporáneos, la tradición puede con la modernidad. Hay gente que critica el Museo de la Cerámica porque dice que es muy pequeño, pero a mí me parece muy positivo. También el del mudéjar en el Palacio de los Marqueses de la Algaba.

–Uno de los problemas de la cerámica es su fragilidad.

–La fragilidad es parte de la belleza. Fíjese en la Alhambra... Pero es cierto que hay que cuidar más este patrimonio. Por ejemplo, en los patios interiores del Museo de Bellas Artes de Sevilla han colocado muchos azulejos del siglo XVI que son maravillosos, pero que se están haciendo polvo con la lluvia y otros elementos. Habría que retirarlos.

–Hablemos de piezas concretas. De las preferidas de su colección.

–Tengo un brocal de pozo, estampillado entero, que es de los siglos XIV-XV. Hay cosas tan bonitas... Una colección de perulas desde el siglo XVI: con asas, sin asas, más gordas, menos gordas... Una pila bautismal que compré en el Rastro, vidriada de verde oscuro de Triana, con un escudo del Carmelo, del XVI... También una colección maravillosa de azulejos. Los he disfrutado muchísimo. Pero lo que más me gusta con diferencia son las piezas de vajillas domésticas, que es lo que no tienen ningún museo, porque nadie las quiere. Lo más importante para mí es el arte popular, no las piezas extraordinarias. Me gustan los platos corrientes, los cacharritos, generalmente vidriados en blanco...

–Como los cacharros de los cuadros de Zurbarán...

–Exacto. Muchos de esos cacharros no se conocen, porque no están en los museos. Pequeñas jarritas y platitos que son deliciosas.

En Mota del Cuervo se siguen haciendo tinajas como las que aparecieron con la Dama de Baza

–Después están los grandes nombres de la cerámica, como Niculoso Pisano.

–Pero eso es ya otra cosa. Niculoso hizo aportaciones técnicas muy importantes y es el autor de Tentudía, del Oratorio del Alcázar, de Santa Paula... Hace unos años se hicieron excavaciones en la calle Pureza, que es donde se sabía que había tenido su taller. Se encontraron los hornos y restos de piezas. Hubo mucha gente importante en el arte de la cerámica en Sevilla. Por ejemplo, también está Cristóbal de Augusta y sus zócalos del salón de Carlos V del Alcázar.

–Populart es ya uno de los pocos comercios con solera que queda en el barrio de Santa Cruz...

–Van desapareciendo, como la tienda de Lili Romero de Solís, Fernán Caballero, o la librería de viejo Trueque, de Rebecca Buffuna...

–¿Y ente sus clientes que hay más, extranjeros o españoles?

–Hay de todo. He tenido clientes maravillosos durante años. Muchos de ellos son decoradores. Uno especialmente importante fue Jaime Parladé. Trabajé mucho con él, desde la primera casa entera que les hizo a los March, en Guadalcanal. Recién abierta la tienda me compró sesenta lebrillos de Granada, del tirón. Era un enamorado de la tienda; una persona buena y elegante. También suelo colaborar con otras firmas internacionales.

La fragilidad es parte de la belleza. Hay que cuidar más este patrimonio cultural

–No me gustaría terminar la entrevista sin hablar de la obra de su marido, el artista Rolando Campos, que falleció en 1998. Su escultura de Mozart, según mi modesto criterio, es de lo mejor que se ha hecho en escultura urbana en los últimos tiempos, sobre todo si se compara con otras que han venido después.

–¿De verdad lo piensa?.

–Creo que puede llegar a muy diversos públicos. Es bonita, algo que sé que a los artistas no les gusta que se diga de su obra.

–La verdad es que no conozco a nadie que se haya metido con ella. Tampoco han dicho grandes cosas. Se hizo rápidamente, en dos meses. Sufrimos mucho con ella. Hay veces que esta ciudad no tiene nombre. Tenía que instalarse en los jardines de la Caridad, pero como estos terrenos eran de la Diputación y la escultura era del Ayuntamiento, se puso de cualquier manera junto a la Torre del Oro, a ras del suelo, algo para lo que no estaba pensada. Luego, por fin, terminó en su ubicación actual, para la que se había pensado. La escultura ha padecido mucho el vandalismo: robaron el violín, la partitura...

–También, en Ciudad Expo, podemos ver ‘El Equilibrista’.

–Tras trece años sin instalar, la han colocado en un sitio lleno de ruido, totalmente inapropiado para la escultura. No tiene ningún sentido que esté allí. Espero que algún día se encuentre un sitio mejor.

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