Antonio Castro | Librero anticuario

“En Sevilla hay grandes bibliotecas privadas, pero algunas están ancladas en el tiempo”

  • Formado en su oficio en Inglaterra y Madrid, este librero es una de las referencias del libro antiguo y viejo de Sevilla desde que abriese su pimer negocio en el Barrio de Santa Cruz

Antonio Castro, en su librería.

Antonio Castro, en su librería. / Belén Vargas

La librería de Antonio Castro (Sevilla, 1951) tiene algo de vanitas, de reflexión sobre la vida y la muerte: allá van a dar todas las bibliotecas, las de los palacios y las de los pisos VPO. Caos organizado, paraíso del ácaro y el bibliófilo –animales extraños y persistentes– este negocio del arranque de la calle Sol tiene algo de lugar licencioso donde los tratados de física se unen con las novelas de Baroja en promiscuos montones. Hombre tranquilo y cultivador de la ironía, Castro aprendió el oficio de librero anticuario con Carmelo Blázquez. Para él trabajó en Inglaterra y Madrid, hasta decidió sentar plaza en el Barrio de Santa Cruz, cuando aquello aún no había sido sacrificado al Moloch del turismo. Librería de referencia para los americanistas, en sus anaqueles, sin embargo, el curioso puede tropezar con todo tipo de materias y autores, sobre todo si Castro accede a abrirle la puerta que da entrada al almacén, mezcla de mazmorra y jardín borgiano, con infinitas baldas cuyo contenido exacto sólo el ordenador de Castro conoce. O quizás ni eso.

–¿Librero de viejo o anticuario?

–Mi escuela con Carmelo Blázquez fue la del libro antiguo, pero en Sevilla también te tienes que dedicar al libro viejo y de ocasión, porque si no...

–Sin embargo, empezó como actor en el legendario grupo Esperpento, en la época en que lo dirigían Alfonso Guerra y José María Rodríguez Buzón.

–Al principio éramos sólo amateurs, aunque nos sacamos el carnet profesional para dar un paso más. Quería ser actor, pero entonces, para lograrlo, era fundamental irse de Sevilla. Por esa época era muy joven, 18 años, y el reto me dio un poco de miedo. Además, ya había montado mi primera librería, Cenital, en el Pasaje de los Azahares, con José Manuel Padilla.

–No duró mucho, unos tres años.

–Me fui al Servicio Militar y Padilla derivó hacia la distribución. Hice la mili en la Marina, en un transporte de ataque, el Castilla, y convencí al capitán de mi brigada de la necesidad de montar una biblioteca en el barco. Me dieron un presupuesto y salía con el oficial por El Ferrol a comprar libros. Todavía vivía Franco y había que ser muy cautos con lo que se compraba, pero yo colaba las cosas que me gustaban… Yo aquello lo llevaba al margen de mi destino, que era el de pañolero de vestuario.

–Y tras la mili, ¿cómo retomó el contacto con los libros?

–Me fui a Barcelona y allí trabajé en la librería Cinc d’Oros, que era de orientación catalanista y pertenecía a la familia de joyeros Farràs. Allí se presentaban los discos de Raimon, María del Mar Bonet… todo, como le digo, de claro signo catalanista, movimiento que entonces no era independentista.

Todos los que nos dedicamos al mundo del libro antiguo tenemos alguna extravagancia

–Me imagino que no habría el mal ambiente que hay ahora…

–En absoluto, pero volví a Sevilla, donde conocí a Carmelo Blázquez, que pertenecía a una prestigiosa familia de libreros de Madrid y fue mi maestro en el negocio. En 1977 participé en la primera Feria del Libro Antiguo de Sevilla, pero conocí a mi mujer, que era inglesa, Jane Phelps, y me fui con ella a su país para que terminase la carrera de piano.

–Recuerdo que Jane tenía una tienda de grabados antiguos frente a su librería del Barrio de Santa Cruz, en Pasaje de Andreu.

–Sí, también estudió la carrera de Francés y trabajó como editora para Heinemann y dando clases a profesores de inglés. Murió en 2011. Durante la época que viví con ella en Inglaterra me dediqué a comprar libros antiguos en español o sobre España, anteriores a 1936, para Carmelo Blázquez. Curiosamente había muchísimos y magníficos: primeras ediciones de Valle-Inclán, Baroja, Juan Ramón Jiménez… todo a precios muy baratos.

–¿Estuvo mucho tiempo allí?

–No, cuando Jane terminó nos vinimos a Madrid donde también trabajé con Carmelo. Estuvimos unos años, pero llegó un momento en que ya no aguantaba más. Era responsable de tres casetas de la Cuesta de Moyano, la 5, la 11 y la 25, y para poder atender los numerosos avisos de compra me pasaba todo el día montado en el coche. Decidí volver a Sevilla y montar la librería del Barrio de Santa Cruz. Allí me llevé 20 años.

–Se convierte entonces en uno de los libreros de referencia de la ciudad, de cuya asociación fue presidente. Dígame, ¿qué fue de aquel proyecto de crear una feria permanente de libros antiguos, al estilo de Moyano en Madrid?

–Esa idea fue mía y se le encargó el proyecto arquitectónico a Juan Ruesga, que hizo un trabajo magnífico. Queríamos hacerlo en el Prado de San Sebastián, con quioscos de obra para evitar lo que ocurría en Moyano, que como las maderas estaban podridas robaban los libros con sólo dar una patada. Tanto Soledad Becerril como Rojas Marcos estuvieron de acuerdo, pero al final, como tantas cosas, quedó en nada.

–Los libreros de viejo tienen fama de raros.

–Estoy totalmente de acuerdo, sólo conozco a un librero de viejo que sea una persona completamente normal. Todos los que nos dedicamos a esto tenemos alguna extravagancia.

No tiene nada de malo el fetichismo por las cosas bellas y bien hechas, como muchos libros antiguos

–¿Y los coleccionistas?

–Igual o más, al fin y al cabo pertenecemos a la misma familia. Yo he tenido clientes que han echado para atrás un libro largamente buscado y codiciado por una manchita de óxido en una página y, sin embargo, quedarse con libros comprados en Cuba absolutamente deteriorados, con las páginas completamente marrones y engalletadas, que se rompían nada más tocarlas.

–¿Es Sevilla una gran plaza en este negocio?

–No. Es cierto que hay unas cuantas librerías, pero no hay grandes libreros anticuarios. El único que juega en primera división es Abelardo Linares, especializado en las vanguardias, el 98, el 27… Pero aquí no existe ese gran librero de piezas antiguas, de códices…

–Una librería de viejo se nutre de restos editoriales, de las bibliotecas de los difuntos…

–También se venden bibliotecas con sus propietarios aún vivos. Es el caso de muchos catedráticos cuando se jubilan y no tienen a ningún hijo que siga con su labor. También el de los coleccionistas que pierden la pasión. Eso suele pasar cuando el bibliófilo consigue todo lo que es posible sobre la materia de su afición.

–El bibliófilo, animal peculiar.

–Hace poco leía a alguien que decía que no le interesaban los bibliófilos y los coleccionistas en general, porque convierten los libros en cosas muertas. Yo creo que no, que los bibliófilos, además de por el objeto, sienten amor por el contenido.

Es difícil que un joven pueda tener dinero para libros antiguos, pero conozco casos heroicos

–Les acusan de fetichistas.

–No tiene nada de malo el fetichismo por las cosas bellas y bien hechas, como muchos libros antiguos. Comprendo a los que buscan sin tregua libros de la Imprenta Real o encuadernaciones de Brugalla o de Galván, porque son cosas francamente hermosas…

–Perdón por la ignorancia, pero ¿quién era Brugalla?

–Emilio Brugalla fue un encuadernador catalán que murió en los años ochenta. Sus libros son verdaderas obras de arte.

–¿Y los Galván?

–Una familia de Cádiz que lleva encuadernando 100 años. Empezó el padre, José Galván, y continuaron con el taller sus hijos Antonio y José. Ahora sólo queda vivo Pepe, con el que he estado hablando esta mañana. Vivimos un resurgir de la encuadernación y se hacen cosas extraordinarias y vanguardistas.

–Una biblioteca dice mucho de su propietario.

–Una biblioteca es un retrato, una radiografía del gusto, cultura, inteligencia y sensibilidad de su dueño. En Sevilla hay grandes bibliotecas privadas, con grandes libros antiguos, pero algunas están fosilizas, ni se amplían ni se venden… Están ancladas en el tiempo… Ha faltado un hilo generacional que continúe la pasión de sus fundadores.

–¿La gente joven no compra?

–El libro antiguo y las buenas ediciones, en general, siempre han sido caros. En la crisis permanente en la que vive la sociedad española es difícil que alguien joven pueda detraer de su sueldo una parte para libros antiguos… Aún así conozco casos heroicos de coleccionistas que pagan en tres o cuatro veces…

–Toda biblioteca que llega a una librería de viejo es un naufragio en el que vemos los restos de una vida.

–Se cumple un ciclo vital. Cuando los libros llegan aquí, de alguna manera inician una nueva vida. Dejan el antiguo hogar y se lanzan a encontrar una nueva casa, nuevas manos y ojos… Todos estos libros que ve usted aquí vivirán más que nosotros, volverán a crear ilusiones y sueños. Esa es la vida de los libros…

–El negocio ha cambiado mucho con internet, ¿no?

–Muchísimo, como la noche y el día. Hay que decir que si no fuese por internet no subsistiríamos muchos de nosotros. La gente joven ha dejado de venir a las librerías, porque ha dejado de ser algo atractivo para las nuevas generaciones.

–Sin embargo, hay escritores muy interesados por este mundo: Andrés Trapiello, Juan Bonilla…

–Ellos también son coleccionistas y clientes míos, como de cualquier librero que tenga algo que les interese. Aquí no existe la fidelidad. Sin embargo, algunos millonetis sólo se relacionan con su librero de cabecera, que actúan como intermediarios cuando quieren comprar algo a un tercero. No es raro que llamen a Bardón y le digan “Antonio Castro tiene tal libro, consíguelo para mí”… no se tratan con libreros de tercera.

–¿Quién es Bardón?

–Luis Bardón es uno de los grandes libreros de antiguo de Madrid y España.

Todos esos libros que ve usted ahí vivirán más que nosotros, volverán a crear nuevas ilusiones y sueños...

–Cuando le llaman estos libreros ya sabe usted que puede subir el precio del ejemplar...

–Al contrario, te piden un descuento para sus clientes

–Sigamos hablando de internet.

–Ha servido también para que afloren libros que no se sabía que estaban en el mercado, así como para la unificación de los precios. Antes era la anarquía total, cada uno le ponía a los libros el precio que Dios le daba a entender. Ahora es fácil contrastar.

–Sin embargo, cuando se busca un determinado libro en internet, aunque sea uno reciente y de bolsillo, siempre existe alguien que pide un dineral por él, para ver si pica…

–Hay gente que está rozando el código penal y que piden, por ejemplo, 500 euros por libros nuevos que están en el mercado por sólo a diez. El mercado es libre, pero hay que proteger a la gente que no tiene información. Los mismos portales deberían filtrar a esos individuos… Es una barbaridad.

–Una pregunta para el Guinness, ¿cuántos libros tiene usted?

–No lo sé… en internet tengo catalogados unos 26.000, pero tengo muchos más.

–Usted se especializó en Historia de América.

–Tengo muchos libros de Historia de América. Sin embargo ahora acabo de comprar unos 3.000 volúmenes de Matemáticas y Física. También poseo un buen fondo de Arquitectura. Un librero se especializa según lo que le va llegando, lo que compra… Pero es cierto que he trabajado mucho la Historia de América, algo que he disfrutado. Hace unos dos años compré una biblioteca importante de Historia Medieval, pero está en el almacén y todavía no le he metido mano.

–Dígame alguna biblioteca cuya compra le fuese especialmente dichosa…

–Más que biblioteca, un archivo sobre gitanos. Curiosamente lo ofrecí aquí en España y no lo compró nadie. Al final se lo vendí a un inglés, sir Angus Fraser, que era jefe de aduanas de la ciudad de Londres y especialista en temas gitanos. Cuando murió, el archivo pasó a la Universidad de Mánchester, que me ha realizado algunas consultas sobre el mismo.

–¿Y quién era el propietario en Sevilla?

–Benigno González, un periodista y militar que, durante la Guerra Civil, se encargaba de la adquisición de caballos para el Ejército Nacional. Eso le hizo tratar mucho a los gitanos, dedicados tradicionalmente a este negocio, cuyos campamentos tenía que localizar por distintas sierras. Dicho roce le hizo que se interesase mucho por esta etnia, sobre la que investigó y acumuló un material amplísimo. Me regaló un curioso manuscrito anónimo, firmado por el Bachiller Revoltoso, con noticias de la gitanería de Triana entre 1740 y 1750, y del que se hizo, en 1995, una edición a cargo de la Junta Municipal del barrio con motivo del XXIV Congreso de Flamenco.

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