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Antonio Cáceres | Gestor cultural y poeta

“Sevilla no debería pasarse haciendo la calle”

  • Ha estado detrás de algunos de los proyectos culturales más importantes de la ciudad de las últimas décadas.

  • Ahora retoma su obra poética con la publicación de ‘La luz más quieta’

Antonio Cáceres, durante la entrevista

Antonio Cáceres, durante la entrevista / Juan Carlos Vázquez

Uno empieza a leer el currículum de Antonio Cáceres (Madrid, 1960) y parece que está ante el de un ejecutivo: licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla (1982); Executive MBA. Máster en Economía y Dirección de Empresas por el Instituto Internacional San Telmo (2009-2010); formación en Mercados Financieros, Sistemática Comercial, Análisis de Riesgo, Calidad, Fiscalidad.... Sin embargo, si hoy hablamos con él es por su condición casi secreta de poeta hondo y palabras sencillas, avalada por escasos pero evocadores títulos: ‘Vuelta de hoja’, ‘Lagar de San Antonio’ y ‘Tono menor’. Antonio Cáceres vuelve al ruedo poético con ‘La luz más quieta’, volumen escrito en estado de duermevela que se edita en la colección Vandalia (Fundación José Manuel Lara). Muy conocido en el ambiente cultural sevillano por su época como director de la Obra Social y la Fundación Cajasol, Antonio Cáceres fue uno de los protagonistas de uno de los momentos más dorados de la gestión cultural de la ciudad. Este poeta de mirada un tanto melancólica, pertenece a la estirpe de los sevillanos finos pero no fríos, que ven ya con cierta distancia una ciudad que no termina de ser consciente de sus encantos más profundos y todo lo convierte en mercancía.

–Muchos tienen de usted la imagen de un ejecutivo de la cultura, un director de fundaciones importantes. Sin embargo hay un Antonio Cáceres poeta mucho más ignoto y, me permitiría decir, interesante. ¿Con cuál de los dos Antonios se identifica más?

–Son dos planos distintos. Me siento un privilegiado por haber podido ejercer como gestor cultural, porque desde muy joven me permitió trabajar en lo que a mí me gusta: la música, la literatura, la pintura… Este trabajo me facilitó el conocer a mis maestros, Fernando Ortiz y Pablo García Baena, organizar exposiciones, ciclos… He tenido muchísima suerte. El otro plano me permite expresar mi yo poético. No soy un fingidor, como le gustaba decir a Pessoa que eran los poetas. Todo lo que sale en mi poesía soy yo, pero en mi poesía no sale todo lo que soy yo.

–Tiene un poema, ‘La respuesta elegante’, en la que el mundo de la cultura no sale muy bien parado. Incluso lo trata con sarcasmo: “Ocurrió en un sarao con pretensiones./ Parias del intelecto y la cultura/ exhibiendo las galas del ingenio/ ante el poder, su corte lujuriosa”.

–De alguna manera los “parias del intelecto” siempre han estado al socaire de los poderosos. En la cultura hay mucho postureo. Y en el poder también. Entre ambos mundos siempre ha existido una relación muy tensa y promiscua. El poder ha utilizado y sigue utilizando –en estos días más– la cultura como elemento de prestigio. Un poco como el gargajo en la solapa del que hablaba Octavio Paz. El calorcito que da arrimarse al poder siempre ha sido una tentación.

–Usted vivió la gran época de la gestión cultural sevillana, los años ochenta y noventa, cuando había dinero a mansalva y se acometían grandes proyectos. Me imagino que comparar esos tiempos con los actuales lleva a la melancolía.

–Entonces vivimos en una sobreabundancia que tenía seguramente algo de artificial. Pero fue un momento extraordinario. Recuerdo las grandes exposiciones de San Clemente, como la del Oro de México… trajimos piezas del British Museum, el Louvre, América… Fue una época de proyectos costosísimos, pero se dotó a Sevilla de una infraestructura cultural fundamental y un bagaje de gestión importante.

–¿Algo negativo?

–Esto me traerá problemas con algún amigo, pero creo que los precios de las obras de arte no se han ajustado. Muchos artistas vendieron a precios muy buenos gracias a las grandes cantidades de dinero público que se dedicó a comprar arte, lo que desajustó el mercado. Ahora vemos que grandes obras se quedan en los almacenes de los artistas, porque no se pueden vender debido a su alto coste. La mayor carencia de la cultura en Sevilla no es la falta de actividad (aunque se echan en falta muchas cosas), sino por la mediocre calidad del público. La famosa inmensa minoría cada vez es más minoría y menos inmensa. Pero no creo que esto sea un problema exclusivo de Sevilla, ni siquiera de Andalucía o España. Es algo que está muy condicionado por el modo de vida actual. Además, estamos perdiendo la oportunidad de convertir a Sevilla en una ciudad cultural a la altura de otras de Europa.

El poder ha usado y sigue usando a la cultura –en estos días más– como elemento de prestigio

–¿Qué es lo mejor que le ha aportado la gestión cultural?

–El privilegio de conocer a personas que han formado y transformado mi vida de una forma muy profunda. Aunque ahora no esté de moda citarlo, Eugenio d’Ors decía que “hay que tocar cuerpo de sabio”. Yo he tenido esa suerte. Para mí haber convivido con Fernando Ortiz, Pablo García Baena, Pepe Soto, Gerardo Delgado, Jacobo Cortines o Carmen Laffón ha supuesto una formación muy profunda. Mucho más que la que me pudieron dar en el colegio o la Universidad.

–Es la segunda vez que sale Fernando Ortiz, un grandísimo poeta…

–Y un crítico formidable. Tenía una cabeza privilegiada. Sobre todo amaba verdaderamente la poesía. Ha sido un maestro que ha dejado una huella importantísima en los poetas actuales... Tenía una gran virtud que como maestro lo hacía impagable: era muy generoso. Las primeras palabras de aliento que yo recibí como poeta vinieron de él.

–En su último poemario, ‘La luz más quieta’, se detecta un cierto sentido de la pérdida, que al fin y al cabo es una de las fuentes de la poesía. Se canta lo que se pierde. ¿Qué ha perdido con los años?

–Una inmediatez en el goce de los sentidos. Se pierde la ingenuidad de la mirada. Cuando eres joven eres más primario para tocar la vida y eso inevitablemente se pierde con los años. Y después, claro, se pierden amigos, lugares, rostros, nombres… Pero también es cierto que se gana riqueza y templanza. Ahora soy más consciente de ese verso maravilloso de Machado que son tres adverbios de tiempo: “Hoy es siempre todavía”. Dentro del sentido común, es importante cuidar tus ilusiones. Es la pasta de la que estás hecho. La poesía es una manera de intensificar la vida, te acerca a lo inexplicable.

–¿Qué es El Morisco, al que le dedicas un poema de pérdida?

–Es un cortijo blanco de la Sierra de Morón que tenemos seis cuñados con las respectivas. En un momento dado decidimos venderlo, lo que provocó este poema melancólico. Lo curioso es que al final no se vendió, pero decidí incluir el poema en el libro.

–En su poesía tiene una presencia evidente el paisaje. Desde el Plan de Estabilización del 59 hasta la actualidad, con la nueva Ley del Suelo aprobada recientemente por el Parlamento de Andalucía, el paisaje ha sido y es uno de los grandes sacrificados en España.

–Es cierto que el paisaje está siendo esquilmado. Yo no soy feísta, busco la belleza. Reconocer la belleza de un sitio, sentirla, es algo carnal, aunque suene a cursi. Siempre he procurado tener contacto con la naturaleza y puedo presumir de conocer como la palma de mis manos la Sierra de las Nieves y Grazalema. También Sierra Nevada.

La mayor carencia de la cultura en Sevilla en la actualidad es la mediocre calidad del público

–Pero parece que no terminamos de poner coto a la destrucción del paisaje.

–El capitalismo, para el que no tenemos una alternativa clara, se sustenta en una base muy perversa: el crecimiento. Antes se decía que en España no se podía crear empleo sin un crecimiento del 5%, aunque ahora creo que ha bajado al 2,5%. El capitalismo nos impulsa a predar los recursos naturales: mineros, pesqueros… todo. Quizás es el momento de pararnos a pensar si no es mejor vivir con un poco menos. Esta reflexión viene ya de Malthus. Es imposible que el capitalismo no destruya el paisaje. Y esto, por supuesto, no significa reivindicar al padrecito Stalin.

–Le gustan mucho las aves. Aparecen en algunos de sus poemas.

–Me gusta observarlas, todos compartimos el sueño placentero de volar. Las aves son seres privilegiados que viven sin peso. Significan la gracia, la ligereza, la nota musical de un paisaje… Fíjese en esos ruiseñores que son pequeñísimos pero que con su canto llenan todo un bosque. Hay mucha belleza en esto.

–Algunos poemas de La luz más quieta parecen velados por la tristeza. ¿Estamos condenados al desencanto?

–Es verdad que buena parte de mi poesía tiene un tono melancólico, aunque también hay cántico, que es una parte muy significativa en mi obra.

–Sí, por ejemplo estos versos: “Es la belleza/ que salta donde quiere/ y por sorpresa”. Hay ahí un requiebro, un gozo.

–El mundo es para mí una sorpresa permanente. Casi todo lo que tenemos está fuera de nosotros y hay que estar abierto a la sorpresa, la primera y más importante es la de estar vivos.

–Muchos poemas son conversaciones interiores. Recuerdo ese verso de Machado que dice: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”.

–Esta conversación interior es un poco ensoñada, como los pensamientos que uno tiene cuando está dando un paseo, lo que los ingleses llaman walking dream… El paseo es muy rico, porque acuden a la cabeza imágenes y palabras que vienen del sueño, asociaciones que son riquísimas para la poesía. Ese algo que es diferente al pensamiento lógico.

El capitalismo se sustenta en el crecimiento. Es hora de pensar si podemos vivir con menos

–Su poesía se caracteriza por el tono menor. ¿Hay otra forma de hablar de las cosas importantes sin caer en la pomposidad?

–Yo pretendo una poesía limpia de pomposidad y elocuencia, limpia y sencilla. Para ello utilizo un lenguaje llano.

–Uno de los poemas del libro está dedicado a un álamo los pisos de La Estrella.

–Es un árbol que está pegado a mi casa. Lo suelo observar y con sus vibraciones y el movimiento de sus hojas por el viento... parece que te dice algo.

–Debe ser el primer poema dedicado a La Estrella.

–Fernando Ortiz decía que era el mejor poeta sordo del barrio de San Lorenzo. Quizás yo sea el mejor poeta de La Estrella. No lo sé.

–En ese poema se habla del destierro que debe sentir el álamo allí en un jardín urbano, lejos de una ribera. ¿Se siente usted también un desterrado?

–En el buen sentido estoy desterrado de todos los sitios. O lo que es lo mismo: a mí me gustar reconocerme en cualquier lugar. He tenido la suerte de viajar muchísimo y siempre he intentado sentirme a gusto. Me gusta ir a los mercados, a las estaciones, a las terrazas…. Antes era un paliza que quería ir nada más a los museos y las instituciones, pero ya hace tiempo que prefiero la vida de los lugares.

–Entre lo muy poco que ha escrito en prosa destaca un ensayo sobre Carmen Laffón. ¿Qué tuvo esta pintora que gustó a todos, modernos y antiguos, progres y carcas, conocedores y desconocedores?

–Carmen Laffón es sencilla, pero no simple. Sus paisajes no son fotografías, no son literales, pero al mismo tiempo son asequibles. Sobre todo es una pintura bella, que busca la armonía, la tonalidad reconocible. Su lenguaje es, como decíamos, sencillo, pero complejo. Cuando inauguramos la exposición de su colección particular estaba retocando su cuadro de Sevilla vista desde el río media hora antes de la inauguración. La tuvimos que echar porque todavía se tenía que cambiar y el público estaba empezando a llegar. Era una pintora sin prisas, con un proceso muy lento, moroso. Sus cuadros tienen una virtud que sólo tienen los grandes: son absolutamente reconocibles, sólo pueden ser de ella.

Hay otras maneras de acercarse al turista más allá de ofreciendo cervezas y tapas baratas”

–Ha dicho una palabra casi prohibida en el arte actual: bello.

–No sé si se me puede tachar de decadente, pero no tengo ninguna duda de que la vida sin belleza es mucho más triste y pobre. La intensidad de la vida está asociada a la belleza en todos los sentidos. Si yo he contribuido a que haya un poco de más belleza en el mundo sería para mí una enorme satisfacción.

–¿Y Sevilla?

–Es una ciudad muy amable, aunque ruidosa. Me gustaría una ciudad más refinada, con unos paisanos más cultos que conocieran bien su historia y su legado. Muchas ciudades francesas que no llegan ni a los 50.000 habitantes están perfectamente cuidadas, con su catedral y su biblioteca con incunables, sus parques perfectos… En Sevilla no hay mimo. No aspiro a los sevillanos “finos y fríos”, pero finos sí.

–¿Qué le parece la llamada turistificación?

–Creo que Sevilla no debería pasarse haciendo la calle. Hay otras maneras de acercarse al turista más allá de ofreciendo cervezas y tapas baratas. Sevilla sigue siendo una ciudad hermosísima y amigable. Eso hay que valorarlo.

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