Rosamar Prieto-Castro | Política

"Susana Díaz se ha equivocado en la forma y en el fondo"

  • Pese a ser mujer, de izquierdas y granadina, será siempre recordada como una de las delegadas de Fiestas Mayores que mejor se llevó con el complicado mundo de las cofradías

Rosamar Prieto-Castro, en el Hotel Alfonso XIII.

Rosamar Prieto-Castro, en el Hotel Alfonso XIII. / Belén Vargas

Rosamar Prieto-Castro llega al bar del Hotel Alfonso XIII pisando seguro y repartiendo sonrisas. Viste de negro con un bonito pañuelo de seda de vivos colores que subraya una personalidad alegre y abierta. Pese a sus orígenes granadinos, pertenece a esa gauche-divine sevillana que mandó una época en el PSOE, gente culta, progre, cinéfila y con un sesgo de niños bien difícil de ocultar. Aunque empezó a militar desde joven en el PSA, Prieto-Castro puede considerarse como una vocación tardía, ya que hasta pasada la cuarentena no tuvo un cargo público. Abogada de carrera, fue jefa de gabinete de la entonces delegada del Gobierno Amparo Rubiales. Después vendría el Gobierno Civil de Huelva, la Dirección General de Comercio de la Junta, la Delegación municipal de Economía y, finalmente, la de Fiestas Mayores, en la que dejó el mejor de los recuerdos. Mujer vitalista a la que le gustan la conversación y las copas cuando toca, ahora está jubilada y dedica su tiempo a colaborar con ONG y con el Foro Andaluz Nueva Sociedad. Pero, sobre todo, a estar con su marido, el también ex político y profesor de Derecho José Antonio Sainz-Pardo.

–Me han comentado que es usted descendiente de un ministro de Alfonso XIII.

–Biznieta, por parte de madre. Se llamaba Antonio Gacía Alix. Fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena y, luego, con Alfonso XIII ministro de Hacienda y Gobernación. De hecho, su mujer fue dama de la reina y llegaron a vivir en el Palacio Real. La familia de mi madre, los Gacía-Alix, son muy monárquicos.

–¿Y usted?

–Yo tengo un ramalazo, porque lo que se vive desde pequeño es muy difícil de olvidar. Es cierto que soy del PSOE, pero tengo muchas contradicciones, me imagino que como mucha gente.

–Eso puede ser un síntoma de inteligencia...

–Pues entonces yo soy un lince [risas]. Tuve una educación muy determinada, para ser señora de y punto.

–¿Y qué pasó para que terminara siendo roja?

–Fui creciendo y evolucionando, un proceso en el que me influyó mucho mi marido. En aquella época era muy normal ver a personas de izquierdas que provenían de familias de derechas. Una prima hermana mía se casó con Ramón Tamames, que entonces era muy de izquierdas –aunque ahora ha evolucionado a la derecha– y también me influyó. Cuando yo era joven, en mi casa no se hablaba de política, era de mala educación y estaba absolutamente prohibido. Tampoco de religión ni de dinero.

–Habría que recuperar esa costumbre.

–Sí, nos pelearíamos todos mucho menos.

–Usted es granadina, ¿casualidad?

–No, mi padre era granadino de pura cepa. Yo viví allí hasta que me casé. A mi marido Jimmy [José Antonio Sainz Pardo] lo conocí en la playa, en Garrucha (Almería), donde seguimos teniendo un apartamento al borde del mar al que vamos siempre que podemos. Más ahora que ya estoy jubilada.

–¿Cuando se vino a vivir a Sevilla?

–En el año 70, cuando aún no tenía 22 años, recién casada.

–¿Ya era militante del PSOE?

–No, antes milité en el PSA, pero me echaron por díscola, en el 80. Estuve unos ocho años sin pertenecer a ningún partido. Ya en el 88 me hice del PSOE.

–Dicen de usted que es una “socialista de derechas”.

–Eso lo dice la gente de derechas y alguno de mi partido... Quizás se deba a mi época como Delegada de Fiestas Mayores, que es un cargo que debe guardar las tradiciones y fomentarlas. Fueron sólo cuatro años al final de mi carrera política, pero hay personas que se creen que estuve ahí toda la vida, cuando lo cierto es que mi trabajo en el Ayuntamiento, tanto como Técnico de la Administración General como en cargos de confianza política, ha estado más vinculado a la empresa y la economía.

–¿Se considera una mujer tradicional? No tiene pinta.

–Nunca me he considerado una mujer tradicional, sino todo lo contrario, pero intenté hacer mi trabajo en Fiestas Mayores lo mejor posible, como todas las cosas que me han encomendado.

Nunca me he considerado una mujer tradicional, pero intenté hacer bien mi trabajo en Fiestas Mayores

–También trabajó como jefa de Gabinete de Amparo Rubiales cuando fue delegada del Gobierno.

–Ese fue mi primer cargo público y ya tenía 46 años. Yo conocía a Amparo de cuando había sido concejal en el Ayuntamiento de Sevilla y de la Universidad, donde fue mi profesora. Tenga en cuenta que yo había estudiado la carrera de Derecho ya casada y con niños, y mis compañeros tienen once años menos que yo.

–¿Hubo momentos duros?

–Muchos, fueron años muy difíciles. Fue la última legislatura de Felipe González y había una gran crispación política, con Aznar poniendo toda la carne en el asador para sacar al PSOE del Gobierno. Recuerdo también la sequía, que fue gravísima, y una huelga general que no ayudó a calmar los ánimos. Aparte de eso, he de decir que aprendí mucho de Amparo.

–¿Es usted tan feminista como ella, o un poco menos?

–Es difícil ser tan feminista como Amparo [risas]. Es una mujer muy inteligente y resolutiva. Fue ella la que luego me propuso como gobernadora civil en Huelva, donde nada más que estuve seis meses, porque el PP ganó las elecciones. Entonces me llamaron para la Dirección General de Comercio de la Junta y, después, para poner en marcha el Consejo Económico y Social de Andalucía.

–Hasta regresar al Ayuntamiento, ya con un cargo político.

–Tras aprobar Aznar la Ley de Grandes Ciudades, que permitía nombrar a delegados municipales sin necesidad de ser concejales, Alfredo Sánchez Monteseirín me llamó para que me encargase del área de Economía e Industria. Creo que fui la primera delegada a dedo de España (“dediles”, les llamaba yo).

–Debió ser duro en una ciudad que apenas tiene industria y cuya economía no es precisamente ejemplar.

–Al principio, la gente de prensa del Ayuntamiento no quería venirse a trabajar a la Delegación, porque decían que no había nada que contar. Pero formé un equipo magnífico, con gente como Alicia Hernández o Anabel Moreno Muela (que ahora es también presidenta en la Plaza de Toros). Entre otras cosas, empezamos a potenciar el mundo de la moda. En Sevilla tenemos muchos creadores de primer nivel en este sector. También trabajamos en los polígonos industriales y en el fomento de pequeñas empresas en los barrios. Hicimos un trabajo que yo creo que fue más que bueno, porque cuando llegaron las elecciones mucha gente quería esta delegación: Viera, Torrijos...

–En el mandato siguiente la nombraron Delegada de Fiestas Mayores, un cargo más peligroso que el de ministro del Interior en Irak.

–Sinceramente era lo que menos me podía esperar.

–¿Era usted capillita?

–¡Qué va! Hombre, a mi me gustaba la Semana Santa, pero no entendía nada. De hecho, cuando llegué creía que los hermanos mayores tenían que ser curas. Me esforcé muchísimo en comprender este mundo que es muy suyo. Me he sentido una privilegiada por las cosas que he podido vivir y conocer.

–¿Cuál es el secreto para meterse el capilleo en el bote como usted hizo?

–El caso es que no le sabría decir. Tuve a un gran director de área, Carlos García Lara, que es muy inteligente y trabajador, y que ahora lo han vuelto a recuperar para este cargo. Después conté con dos buenos amigos, Juan Salas y Manolo Grosso, que se parecen como un huevo a una castaña, pero que, cada uno a su estilo, me ayudaron muchísimo. No quiero olvidarme de Manolo Yruela, ya fallecido. Al principio, me miraban con un cierto recelo: mujer y no sevillana... Pero vieron que me esforzaba en comprenderlos.

–¿Qué le gusta de las hermandades?

–Hay que valorar mucho el esfuerzo que hacen por mantener el patrimonio histórico y la enorme labor social. También descubrí que la articulación de la sociedad sevillana se realiza a través de las hermandades.

–¿Qué le pareció el polémico artículo de la consejera Rocío Ruiz?

–Lo he criticado mucho entre los amigos, pero es cierto que hay cosas que se pueden decir en un momento dado y luego arrepentirte o matizar tus opiniones. Cuando lo escribió no debía ni imaginarse que iba a ser consejera.

–Muchos piensan que las hermandades mandan demasiado.

–Las hermandades mandan mucho porque se lo han trabajado y tienen detrás una importante base social.

–Llegó a ponerse mantilla. Su antigua jefa Rubiales nunca consintió.

–Sí, llegué a ponerme mantilla pero, en confianza, ahora que nadie nos escucha, para que quedara claro que tenía una preciosa de mi abuela [risas ]. En Granada, el encaje que se usa es la blonda, mientras que en Sevilla se prefiere más el chantilly. Ahora bien, le aseguro que la mantilla no es nada operativa para trabajar.

–Dígame un momento especial como delegada de Fiestas Mayores.

–Cuando en el último pregón al que acudí como delegada recibí una larga ovación. Eso emociona a cualquiera. Pero sobre todo cuando me dejaron a solas con la Macarena. Eso es... qué quiere que le diga.

–Sinceramente, ¿qué le parece la ciudad?

–Cada uno opina de las cosas según le ha ido el baile, y yo he tenido en Sevilla una suerte bárbara. Es una ciudad abierta y luminosa, pero el sevillano es muy suyo, muy cerrado. Sin embargo, insisto, desde que llegué a mí me acogieron estupendamente y he podido disfrutar de muy buenos amigos. Sevilla tiene esa dualidad de un sociedad muy tradicional y endogámica frente a otra muy moderna y abierta al

Las hermandades mandan mucho porque se lo han trabajado y tienen una importante base social

, pero al final, en la dinámica de la ciudad, pesa más la primera que la segunda. Aparte, creo que necesita urgentemente un plan de choque en empleo.

–Estuvo a muy poco de ser alcaldesa. ¿Es su espinita clavada en el corazón?

–No, no tengo esa espinita. A mitad de mandato, una Semana Santa, Susana Díaz me dijo que querían que Alfredo diese un paso atrás y que yo asumiese la Alcaldía mientras se decidía un nuevo candidato, que no tenía por qué ser yo. Pero Alfredo no se quiso ir, entre otras cosas porque a quién él apoyaba y estaba preparando para candidato era a Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, el actual delegado del Gobierno. Yo estaba encantada con la propuesta, sería una tontería decir lo contrario. ¿Qué concejal no quiere ser alcalde de su pueblo? No tengo espina, pero me dio pena. Me habría encantado. El alcalde de ahora, Juan Espadas, lo está haciendo muy bien.

–Es muy amiga de Chaves. ¿Qué opina del caso ERE?

–Una tremenda injusticia. Creo que la juez Alaya ha politizado el juicio. Tengo plena confianza tanto en Chaves como en Griñán. Sé que no se llevaron un euro.

–¿Y cómo ve el PSOE de hoy?

–Un poco revuelto.

–¿Le gusta Sánchez?

–Sí, soy sanchista. Me alineé con él cuando desde Andalucía se le obligó a dimitir como secretario general del PSOE, pese a que había sido elegido de forma completamente legal. Me pareció algo muy injusto y me dio casi vergüenza el que la maniobra se hubiese propiciado desde Andalucía. Desde entonces el PSOE está muy dividido.

–¿Susana Díaz se tiene que ir?

–Creo que Susana, que es muy lista y trabajadora, se ha equivocado al querer correr tanto. En muy poco tiempo fue presidenta de la Junta, secretaria general del PSOE de Andalucía... Para eso ha tenido que pisar muchos callos y meter muchos dedos en los ojos, y eso se paga, como se vio en las autonómicas. Los andaluces entendieron que estaba de candidata en Andalucía porque no había podido serlo a nivel nacional.

–¿Pero se tiene que ir?

–Yo no soy quien para decidirlo, pero es cierto que está en una situación muy complicada. Se ha equivocado en la forma y en fondo.

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