Gonzalo García-Pelayo | Director de cine, productor musical y jugador profesional

"Un camarero recitando tapas es una maravilla de la literatura"

  • Aunque más conocido por ser el tahúr que desplumó a los mejores casinos, el entrevistado fue uno de los impulsores de la cultura ‘underground’ sevillana del tardofranquismo y la Transición

García-Pelayo, en un momento de la entrevista.

García-Pelayo, en un momento de la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

Aunque lleva más de cuarenta años viviendo en Madrid, Gonzalo García-Pelayo (Madrid, 1947) nunca ha abandonado del todo Sevilla, ciudad a la que llegó con ochos años para vivir en Los Remedios, barrio en el que, pasado el tiempo, fundaría el ‘Dom Gonzalo’ (así, con m final), club de referencia para la cultura underground sevillana del tardofranquismo. Fue allí donde se pudo escuchar por primera vez en público a Pink Floyd o Jimi Hendrix gracias a los discos que compraba el entrevistado en París y a la influencia de los militares norteamericanos que trajo a España el pacto Franco-Eisenhower. La música ha sido una de las grandes pasiones de García-Pelayo, quien como productor ha ganado “mucho dinero” con auténticos éxitos: Lole y Manuel, Triana, Hilario Camacho, Labordeta... Está considerado como uno de los padres del llamado Rock Andaluz. De su faceta como director de cine, su gran pasión, destacaremos dos películas: ‘Manuela’ y ‘Vivir en Sevilla’, denigradas en su día por la crítica y rescatadas en los últimos tiempos por un grupo de críticos que las han convertido en obras de culto. Para el gran público, García-Pelayo es conocido por ser el héroe que encontró una fórmula para ganarle a las bancas de los casinos, epopeya llevada al cine bajo el título ‘The Pelayos’.

–Ahora lo veo todos los días en los carteles de la Bienal de Flamenco en el tranvía, con su papagayo al brazo. ¿Qué se siente siendo una imagen publicitaria?

–Pedro G. Romero me dio a elegir un animal y yo opté por el tucán, que es un ave que siempre me ha gustado. Pero me dijo que no era fácil encontrar un ejemplar y optamos por un papagayo verde, que además tiene encaje por el verso de Antonio Machado: “Y te enviaré mi canción:/ ‘Se canta lo que se pierde’,/ con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón”. Estoy sorprendido con el cartel de Pedro G. Y me extraña que no haya una percepción de que es una obra maestra. Sé que ha sido poco apreciado en la ciudad.

–Antes de esta entrevista, ha sido emocionante verle filmar, aquí en el Teatro Central, el cante de Inés Bacán en la más completa oscuridad. ¿En qué consiste su nuevo trabajo?

–Estamos haciendo una película que se va a llamar Nueve Sevillas, en el que profundizo en los nueve personajes que salen en el cartel de la Bienal del que estamos hablando. Es decir, la bailaora chilena Javiera de la Fuente, el poeta David Pielfort, la abogada Pastora Filigrana, Bobote, el cantante y bailarín húngaro Rudolph, la bailaora africana Yinka Esi, la torera Vanesa Montoya, la actriz Rocío Montero y yo mismo.

–Auténticos raros.

–Son personajes con muchísimo juego, elegidos por Pedro G. con un gran sentido. Están representados el inmigrante, el foráneo enamorado de Sevilla... Gente muy diferente al sevillano más característico. Al igual que el cartel, la película pretende dar una visión no clásica del flamenco.

–Muchos le colocan la etiqueta de padre del Rock Andaluz. ¿Se siente cómodo con ella?

-Sí, sí... No estoy en contra de las etiquetas. ¿Qué son nuestros nombres si no meras etiquetas?

–Usted fue uno de los personajes claves en la cultura sevillana del tardofranquismo. Muchos se sorprenderían de lo rico e imaginativo que era ese ambiente. Nada que ver con la grisalla de la que algunos hablan.

–Sí, pero era un ambiente siempre a contracorriente. Recuerdo el ambiente teatral, con representaciones como la de El Rinoceronte, de Ionesco; cineclubs como el Vida, donde me encontraba siempre a Alfonso Guerra; el club Dom Gonzalo... Había un ambiente cultural, pero siempre underground, como bien se recoge en el libro de Jordi Costa. Eran cosas no permitidas, pero que tampoco podían controlar. Cuando ya no sabían qué hacer le pegaban el cerrojazo al Dom Gonzalo o mandaban a la gente a hacer la mili al Sahara, como le pasó a Camilo Tejera. Desde luego, no se podía hablar de una voluntad de apertura del régimen.

"El club Dom Gonzalo, en Los Remedios, fue una de las cumbres de mi vida. Tuvo mucho éxito”

–Ha hablado del Dom Gonzalo, el club que abrió en los Remedios y donde se pudo escuchar por primera vez a músicos como Jimi Hendrix o grupos como Pink Floyd. También el lugar donde tocaron en directo grupos míticos como Smash o Gong ¿Por qué esa m final?

–Lo de Don Gonzalo me parecía demasiado vulgar y opté por el Dom, en referencia a Domine Gonzalo de Berceo. Pero la gente no hacía caso y lo llamaba Don Gonzalo. Antonio Cruz hizo un diseño espectacular del local, con ladrillo visto, la foto de Hemingway y el Che, lo que nos trajo algunos problemas y respondía a la ingenuidad de la juventud (luego no he sido muy cheísta). El Dom Gonzalo fue una de las cumbres de mi vida. El club tuvo mucho éxito en aquella Sevilla efervescente.

–Usted fue un ‘niño de Los Remedios’, un barrio al que la gente que desconoce la historia de la modernidad en Sevilla le suele colocar muchos sambenitos despectivos. Fue el barrio por donde empezó a colarse la cultura pop en la ciudad: pizzerías, bares, tiendas...

–Cuando he vuelto a Sevilla he intentado coger un apartamento en Los Remedios precisamente por eso, por estar cerca de sitios como el Sloopy Joe´s. En esos momentos en Los Remedios estaba la clase emergente y era lógico que ocurriese lo que usted dice. Había mucha gente que, como yo, veníamos de fuera de la ciudad.

–Además de productor musical de evidente éxito con 130 discos en su haber (Lole y Manuel, Triana, Pablo Milanés, Hilario Camacho, Amancio Prada, etc.) es director de cine con más de una decena de películas. ¿Dónde se siente más a gusto?

–Cuando hago música soy una persona que ayudo a los artistas, pero en el cine es al revés, el resto del equipo es el que me complementa a mí. Me siento sobre todo director de cine.

–Su primera película fue ‘Manuela’, una adaptación de la novela homónima de Manuel Halcón, escritor aristocrático que, en principio, poco tenía que ver con usted. ¿Llegó a tratarlo?

–Sí, tuve una comida inolvidable en la que él tenía que dar el visto bueno a que un chico de 28 años adaptara su novela, que según creo era, al menos parcialmente, autobiográfica. Fue una reunión muy feliz, tête à tête, solamente los dos, en su piso de Madrid, en el Paseo de la Castellana. Tuve la suerte de comentarle mi relación con la música y de cómo recientemente había trabajado con Luis Pastor en un disco donde había algún tema de Octavio Paz. Eso fue mágico, ya que el hecho de que yo conociese al escritor mexicano le dio la confianza necesaria en que yo podía hacer la película. Fue una persona muy generosa.

–¿Qué le comentó cuando la vio?

–Yo había cambiado algunas cosas de la novela y, al verla, me dijo que no era exactamente su obra, sino otra que se superponía a la suya, pero que tenía valor por sí misma. Entendió de una manera muy generosa que la película tenía su camino propio, algo que no hizo la crítica.

–Sin embargo, la película por la que es más conocido ahora es ‘Vivir en Sevilla’, un filme claramente experimental.

–Manuela ya tenía algo de experimental, pero Vivir en Sevilla lo es completamente. Ha sido la película clave de mi vida, la que me ha hecho volver al cine después de más de treinta años de silencio. Es una cinta muy personal, que está llena de sentimientos e ideas propias. Siempre he pensado que las películas deben de tener emociones e ideas. Para decir esto me baso, evidentemente, en lo que afirma Samuel Fuller al principio de Pierrot el loco, de Godard: el cine es fundamentalmente emoción. Yo añado lo de las ideas, que son muy importantes. Lo que no puede ser es que una película no tenga ni una cosa ni la otra.

"Vivir en Sevilla’ ha sido una película clave para mí. La que me ha hecho volver al cine treinta años después”

–En esta película, como en otras de su filmografía, se ven personajes muy verborreicos. ¿Usted lo es?

–Supongo, pero me gusta que mis personajes lo sean más que yo.

–¿Y esa idea de que en cine no digas con palabras lo que puedes decir con imágenes?

–Esa es una idea del cine clásico, pero a partir de Godard, que revoluciona el cine contemporáneo, esto cambia y la palabra y el sonido pasan a tener muchísima importancia. Como le decía, a mí me gusta que mis personajes sean excesivamente verborreicos, que larguen lo que yo llamo letanías, largos parrafazos... Como el camarero que recita una larga lista de tapas... Un camarero recitando tapas es una maravilla de la literatura.

–La impronta andaluza de su cine es evidente, pese a que los últimos cuarenta años los ha vivido en Madrid.

–Me considero andaluz y una buena parte de mi trabajo, tanto en la música como en el cine, ha estado vinculada a esta tierra. El amor al arte popular andaluz es uno de los conceptos fundamentales que ordenan mi cine. No sólo el de la gente cantando o bailando, sino también hablando.

–En su momento, ‘Vivir en Sevilla’ no fue muy apreciada en la ciudad.

–No y me imagino que esta que estoy haciendo ahora tampoco lo será.

–¿Fue muy duro leer las críticas tan adversas que se le hicieron a sus películas?

–Mucho. Sería mentira decir que no me importaron. La crítica me destrozó Manuela y con Vivir en Sevilla fue excesivamente fría.

–Sin embargo, ‘Manuela’ fue un éxito de público.

-Un millón doscientos mil espectadores, según consta en la ficha del Ministerio, que está en internet. Tuvo mucho éxito en Madrid, Barcelona y en los pueblos de toda Andalucía. El ambiente popular en las salas era tremendo. La gente me hablaba emocionada de la película.

–¿Y ‘Vivir en Sevilla’?

–No le interesó a nadie. El poco tiempo que se exhibió en el cine Florida fue mucha gente, pero el público salió decepcionado, la pateó. La crítica, como ya le dije, la pasó por alto, excepto una malísima de Fernando Trueba en El País.

–Después de aquellas experiencias se llevó treinta años en silencio (cinematográficamente hablando) hasta que, de repente, es recuperado por un grupo de críticos que lo convierten en un autor de culto.

–Fueron gente fundamentalmente vinculada a la revista Lumière. En especial un crítico de Valladolid, al que yo no conocía de nada y se llama Álvaro Arroba. Me escribió y me dijo que había votado a Vivir en Sevilla como una de las diez mejores películas del cine mundial. Yo creía que era una broma por lo de arroba en un correo electrónico. Fue una sorpresa enorme, porque ya había guardado el guión, con enorme dolor de mi corazón, en el desván. Había sido una especie de entierro, ya que pensaba que la película estaba completamente perdida. Me hicieron un ciclo retrospectivo en Sevilla que fue un éxito. Esa recuperación ha sido una de las cumbres de mi vida y me hizo tomar la decisión de volver al cine.

"Veo a Sevilla explotando de amor por la tradición: el flamenco, la manteca ‘colorá’...”

–¿Y qué tal el regreso? ¿Ha vuelto a notar el rechazo de la crítica?

–Esta vez ha habido de todo. A muchos del grupo Lumière no les han gustado mis últimas películas, pero también han existido algunas críticas formidables. El desierto que me encontré con Vivir en Sevilla afortunadamente no se ha vuelto a repetir.

–¿Cuál cree que es su sitio en el cine actual español?

–Hubo un comentario en el ciclo que me dedicaron en París que afirmaba que yo era el eslabón perdido entre Buñuel y Almodóvar. Me gustó mucho.

–Ahora vuelve a Sevilla de vez en cuando. ¿Cómo ve la ciudad?

–Explotando de amor a la tradición... Al flamenco, a la manteca colorá. Lo cual me ha llenado de sorpresa.

–Hemos hablado de su condición de productor musical y de director de cine. Nos falta la tercera pata, la de jugador profesional. ¿Le molesta si le llamo tahúr?

–No. Es vedad que la palabra no es demasiado bonita, porque parece que se refiere a un jugador tramposo, pero su acepción real es la de jugador a secas. El juego es una de mis profesiones.

–¿Y se gana mucho más dinero que con la música y el cine?

-Con la música he ganado bastante dinero, pero con el cine nunca. Más bien he perdido.

–¿Existe la suerte?

-No lo dude. La suerte es la desviación de la expectativa. Si usted espera que su equipo gane 2-0 y lo hace 3-0 ha tenido suerte. Pero si gana sólo por 1-0 ha tenido algo de mala suerte. Conocer esos límites de la suerte son fundamentales para un jugador profesional. Como en el ajedrez, hay que saber medir la posición, saber en todo momento dónde estás en la partida.

"En un casino de Dinamarca, en Copenhague, me llegaron a enseñar una pistola”

–El poeta y ornitólogo Ferrer Lerín, también jugador a tiempo parcial, escribía el otro día que quien se sienta en una timba y no sabe quién es el ‘pichón’ (el pardillo al que se puede desplumar) es que no es jugador profesional.

–Sí, en el póker se dice que si te sientas en una mesa y no ves a ningún primo es que el primo eres tú. Siempre tiene que haber algún primo.

–Usted es muy conocido popularmente porque encontró un sistema matemático para ganar, junto a su familia, millones en los mejores casinos del mundo. Debe ser un placer, ¿no?

–Por supuesto. Otra cumbre de mi vida, como la de ser profesor y apoderado del campeón mundial de póker, Juan Carlos Mortensen.

–Esta peripecia se plasmó en la película ‘The Pelayos’. ¿Cuenta bien su historia?

–En el 80% sí. Evidentemente tienen que poner elementos de dramatización, porque si no el argumento sería muy árido. Pero creo que está muy bien llevada. Me siento perfectamente representado por Lluís Homar, el actor que hace mi papel.

–Durante la época en la que desafió a los grandes casinos, ¿llegó a tener miedo?

–En algún sitio tan democrático como Dinamarca, en Copenhague, me enseñaron una pistola. Lo peor fue que cuando fui a denunciarlo a la policía y me dijeron que si seguía acusando a daneses, siendo yo extranjero, me meterían preso. También vi mafia en Niza. Por supuesto, por motivos obvios, no me he atrevido a jugar en Moscú o Colombia. En Francia, sigo teniendo prohibido jugar. En España, sin embargo, aunque lo intentaron, ganamos el caso ante la justicia.

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