Francisco Aranguren | Notario

“He conseguido no tener jefe e ir andando al trabajo”

  • Este navarro afincado definitivamente en Andalucía, escritor diletante e impulsor de la ya desaparecida Ediciones el Desembarco, es actualmente el delegado de Cultura del Colegio Notarial

Francisco Aranguren, en su notaría.

Francisco Aranguren, en su notaría. / Juan Carlos Vázquez

Sus apellidos no pueden ser más vasconavarros. Sin embargo, Francisco José Aranguren Urriza (Pamplona, 1958) llegó un día a Carcabuey con su flamante título de notario para quedarse definitivamente en el Sur. Aunque vive en Sevilla desde 1991 es en Priego de Córdoba donde tiene el arraigo, la casa y la tumba. Da perfectamente el tipo de notario. Es hombre tranquilo, afable y viste con corrección, pero sin alardes. Más allá de su profesión, su gran pasión es la literatura. En su única novela publicada hasta la fecha, ‘Y estrellas para presidir la noche’ narra su oposición a notarías, una historia de caída y redención que aborda con sentido del humor y la intención de ayudar a los siempre sacrificados opositores. Como impulsor de Ediciones el Desembarco, publicó libros a Bernardo Víctor Carande y a juristas letraheridos como José Manuel Sánchez del Águila, Jesús García Calderón o Alfonso Castro, entre otros. Es delegado de Cultura del Colegio Notarial de Andalucía y dio clases como profesor asociado en la Pablo de Olavide. En la actualidad es profesor honorario de la Universidad de Sevilla.

–Jueces, fiscales, abogados... todos protagonizan grandes películas y novelas. Los notarios, sin embargo, no. ¿Poco sex-appeal?

–Lo más novelesco de los notarios es la figura del opositor. En La colmena de Cela hay un personaje francamente divertido que se prepara a notaría. Yo mismo escribí una novela un poco autobiográfica en la que contaba mi oposición.

–Sin embargo, el notario ha sido una figura decisiva en la construcción de la sociedad española a partir del XIX.

–Sí, pero la sociedad sigue teniendo una visión muy tópica de la profesión. Es una imagen que refleja, sobre todo, al notario de pueblo, una figura como la del farmacéutico o el cura, muy estandarizada.

–Una pieza de las “fuerzas vivas”.

–En la ciudad es diferente, porque aquí la notaría es un despacho profesional más, como tantos otros. El conocimiento que se tiene de los notarios es por personajes concretos, como Antonio Ojeda, Rafael Leña o, en su día, don Ángel Olavarría. Gente que ha destacado en la política o en el mundo social.

–La profesión se suele asociar a personajes pudientes. Notario es sinónimo de rico meritocrático.

–Está esa imagen, muy difícil de cambiar, del notario que llega al despacho, firma y se lleva el dinero. Un tío mío lo veía como una maravilla. Pero no se tienen en cuenta muchas otras cosas, como la necesidad de estar al día en una época en que las leyes se reproducen muy rápidamente. Hay que estudiar continuamente. Todo documento debe tener un asesoramiento previo. Hoy, por ejemplo, ha venido una señora para hacer testamento. Tiene los bienes aquí, pero reside con sus hijos en EEUU, donde por ejemplo no existe la legítima... Hay que tener en cuenta el derecho nacional norteamericano... Son muchos los problemas a los que los notarios tenemos que dar una solución.

La gente se sorprende cuando conoce el interior del Archivo de Protocolos, junto al Vizcaíno

–¿Qué es lo mejor de ser notario?

–Que es una profesión que puedes organizarla según tus ambiciones. Yo me podría haber quedado en el primer pueblo en el que empecé, donde sólo había que ir a la notaría dos veces por semana, porque no había más trabajo. Alguien me dijo que hay dos cosas fundamentales en la vida: ser tu propio jefe y poder ir andando al trabajo. Creo que he conseguido las dos. Ser notario te permite, si quieres, tener otras aficiones y ocupaciones. En el Archivo de Protocolos, el Colegio de Notarios hemos organizado ahora una magnífica exposición de Ramón Corrales Arnau, un notario que además es fotógrafo profesional.

–Un gran desconocido, el Archivo de Protocolos Notariales, que se ubica en la antigua iglesia del Convento de Nuestra Señora de Montesión.

–Su entrada, justo al lado del bar Vizcaíno, es muy pequeña, pero la gente se queda sorprendida cuando lo conoce.

–Su gran afición es la literaria, ha escrito una novela y fue editor. ¿Se considera letraherido?

–No me considero letraherido, pero aún recuerdo perfectamente cuando cayó en mis manos Nueva antología personal, de Borges... Tengo grabado cuando leí poemas como El reloj de arena o Fervor de Buenos Aires. También las primeras páginas de la Divina Comedia. Soy un fervoroso lector de Vila-Matas. Siempre he estado en clubs de lectura. Ahora estoy en uno que se llama Proyectos, porque casi todos los componentes son arquitectos. El autor que toca esta semana es Mircea Cartarescu, un posible Nobel rumano.

–Hablemos de la novela que escribió sobre su periodo de opositor, ‘Y estrellas para presidir la noche’.

–Fue un poco como el puente de los leperos, que lo hicieron antes que el río. Yo había publicado artículos en la revista Capela de mi amigo Bernardo Víctor Carande. Lo de escribir para mí no era nuevo, en la universidad quise ser periodista y le hice una entrevista a María Ostiz. A Bernardo lo solía acompañar a la imprenta donde se hacía la revista Capela y allí coincidía con Jesús García Calderón, que dirigía la sección de poesía. Un septiembre, Bernardo me propuso escribir una novela para publicarla en diciembre en su editorial. Me puse a escribirla sobre el momento más dramático de mi vida antes de la muerte de mi hija: la preparación de las oposiciones.

–¿Fue muy duro su periodo opositor?

–Sí, la situación económica en mi familia no era muy buena y tenía que sacarla rápidamente. Me fui a Zaragoza, a la residencia sacerdotal San Carlos, donde junto con otros opositores convivía en régimen monacal con sacerdotes jubilados de la Diócesis. Era un sitio que por poco dinero tenías todas las necesidades básicas cubiertas, pero vivías en unas habitaciones que eran celdas. Era normal encontrarte por los pasillos a algún cura anciano con su orinal. Me impuse un ritmo muy duro y rápido, por el sistema acumulativo.

Mi primer destino como notario fue en Carcabuey; tuve que coger el atlas para saber dónde estaba

–¿Cómo es ese sistema?

–Repasas constantemente los temas, por lo que el tiempo que dedicas a a cada uno de ellos es cada vez más corto. Estaba todo el día recitando. Además, la reforma del Código Civil de los años 1981-1982 me obligó a rehacer gran parte del temario.

–En su sobrecogedor relato ‘El palomar’, Isaak Babel cuenta la pesadilla que puede llegar a ser el tener que enfrentarse a un examen en el que te juegas el futuro.

–Pero en mi novela lo negativo sólo está presente en la primera parte del libro, titulada Oscuro. Allí cuento lo peor de la vida del opositor, la soledad... La segunda parte, sin embargo, es Claro, en la que narro la superación de la crisis, que en mi caso fue una depresión, algo que no tiene por qué ser normal. Empecé a oír ruidos y no conseguía acallarlos ni con cascos. No me dejaba seguir con la oposición. Superarlo fue un proceso casi místico. Aprobé a la primera. Mi intención siempre fue hacer un libro divertido que pudiese ayudar a la gente. Pero quiero dejar claro que lo normal no es que lo pases tan mal.

–Antes ha comentado la muerte de una hija.

–Con dos años.

–Dijo don Juan de Borbón que un hombre que ha visto morir a un hijo es diferente al resto. Debe ser una experiencia muy dura.

–Uno de los problemas es cómo se vive el duelo. Lo normal y aconsejable es llorar todo lo que haga falta. Pero yo lo viví sin sacarlo, que es mucho peor. El libro lo escribí poco después de la muerte de mi hija y me sirvió de catarsis. Quise transmitir a los demás esperanza.

–Como estudiante vivió la Transición... y en Navarra, con ETA a velocidad de crucero.

–Estudié con gente a la que ETA mató a su padre. Enfrente de mi casa pusieron una bomba a un cuartel y nos rompieron todos los cristales. Me impresionó mucho la matanza de Atocha. En general, toda la violencia de la época. La Constitución fue un intento de evitar todo eso. Era apasionante estar en la Universidad estudiando Derecho Constitucional al mismo tiempo que se redactaba nuestra norma fundamental. Yo no tenía ideología, pero había estudiado en un colegio del Opus Dei. Era un chico más bien de derechas, religioso, muy formal, de orden y sociológicamente franquista.

En la oposición sufrí una depresión. La superé por un proceso casi místico. Aprobé a la primera

–¿Por qué decidió venir al sur? ¿Fue una opción personal o el azar?

–A eso le respondo con el poema de Borges El Reloj de Arena: “(...) al tiempo y al destino/ se parecen los dos: la imponderable/ sombra diurna y el curso irrevocable/ del agua que prosigue su camino”. Es lo imponderable del destino administrativo. Antes de examinarte tenías que pedir en orden tu preferencia por las plazas vacantes. Lo hice en media hora. Me tocó Carcabuey.

–En la Subbética cordobesa.

–Sí, tuve que coger el atlas para ver dónde estaba. Gracias a esa decisión conocí a mi mujer, Marisa, que era maestra en Priego, el pueblo donde hoy tengo mi arraigo, donde tuvimos nuestra primera casa y donde hemos comprado una tumba.

–¿Se sintió como don José, el soldado navarro al que seduce la cimbreante andaluza Carmen?

–En mi caso he tenido mucha suerte. Marisa –que tiene varias carreras y dirige un centro de orientación familiar fundado por el padre Navarrete– y yo hemos crecido y evolucionado juntos. Hemos pasado cosas muy duras, pero también nos hemos divertido y hemos viajado mucho...

–Hablemos de su faceta como editor. ¿Cómo surgió?

–En la tertulia el Sábalo, que aglutina a gente vinculada con el Derecho, nos conocimos un grupo de amigos compuesto por Bernardo Víctor Carande, José Manuel Sánchez del Águila y Jesús García Calderón. Todos escribíamos en la revista Capela de Bernardo Víctor y terminamos publicando libros en su editorial. En la revista también colaboraba con temas taurinos José Santos, que ahora es magistrado. Bernardo Víctor escribía una columna en el Hoy de Badajoz llamada La voz del sesmo y hubo una que me gustó mucho: Añora el hambre de Van Gogh. Es un texto en el que Bernardo, que en esos tiempos estaba agobiado con la administración de su finca, añoraba la libertad del pintor neerlandés pese a no vender un solo cuadro. Pensé que estaría bien publicar una antología de estos artículos y se la encargué. Después no estuve muy de acuerdo con la selección que hizo Bernardo, porque metía piezas muy buenas con otras que no lo eran tanto, pero él me decía: “en el jamón tiene que haber también tocino”. Titulamos el libro El sesmo de la vida.

–Agricultor, escritor, fotógrafo, pintor... Hizo de todo Bernardo Víctor Carande, hijo del gran historiador don Ramón Carande.

–Era un gran escritor de cartas, un género que ahora está muy abandonado. También era un hombre muy fantasioso. Cuando presentamos su libro en Sevilla, Paco Correal fue un poco malo y tituló –jugando con el famoso título de don Ramón Carande– “Los Banqueros de Bernardo Víctor Carande”, en alusión a que había sido yo el que había puesto el dinero para su libro.

–Pero su editorial no se quedó en ese volumen.

–Fue una época de muchos proyectos. Nos reuníamos en un restaurante de Los Palacios, donde yo estaba de notario, llamado El Desembarco, de ahí el nombre de la editorial. Pero Bernardo se murió y un hijo de José Manuel Sánchez del Águila tuvo un accidente muy grave. Aunque me quedé solo, decidí seguir con la editorial. Entre otros publiqué a José Joaquín Parra, catedrático de Arquitectura, que ha seguido con su carrera literaria y acaba de sacar con Atalanta su libro Noé en Imágenes. También el primer libro del actual decano de la Facultad de Derecho, Alfonso Castro, Los caminos del agua. La editorial me permitió hacer buenos amigos.

–También editó ‘Ropa vieja’, un volumen con cuentos y recuerdos de Sánchez del Águila sobre el barrio de Los Remedios.

–José Manuel tenía unos planteamientos vitales muy originales. El ejercicio de la abogacía era para él algo casi sagrado. También la lealtad a sus orígenes.

El gran problema de una editorial es la distribución. Yo intentaba cubrir gastos con las presentaciones”

– ¿Qué pasó con la editorial?

–El gran problema de una editorial es la distribución. En la última obra de Antonio Rivero Taravillo, Un hogar en el libro, se ve claramente. Yo intentaba cubrir gastos con las presentaciones. Los autores se comprometían, pero alguno falló y se quedaban las cajas llenas de libros. Le vas perdiendo la ilusión. Cuando llegó la crisis de 2008 lo dejé.

–Usted es delegado de Cultura del Colegio Notarial de Andalucía, una institución poco conocida en la ciudad.

–Ahora estamos intentando que los sevillanos conozcan el edificio, que está en la calle San Miguel y es muy bonito. Lo restauró Rafael Manzano en los años 90. Organizamos actividades culturales, como la conferencia del escritor colombiano Hector Abad Faciolince, que se llenó; o la entrevista que le hicimos en directo a Javier Gomá, que es hijo de notario. El 1 de febrero vendrá José Calvo Poyato a hablar de su libro sobre la Primera República. Además, en breve intervendrán también José María Font, que nos hablará de Tintín, y Carlos Navarro Antolín, sobre Semana Santa. También, como dije antes, tenemos el Archivo de Protocolos. La exposición de Ramón Corrales ha tenido ya 5.000 visitas y la hemos prorrogado hasta febrero.

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