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Juan Eslava Galán | Escritor

“Cuando se enfrentó a la muerte, María Antonieta mostró una gran entereza”

  • El entrevistado es uno de los grandes divulgadores de historia en España

  • Vuelve a las librerías con un ameno relato sobre la Revolución Francesa, el ‘big bang’ del mundo contemporáneo

Juan Eslava Galán, durante la entrevista.

Juan Eslava Galán, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Aunque residió en Sevilla casi treinta años (ahora vive en Madrid tras una temporada en Barcelona), este jiennense conserva una austeridad expresiva casi castellana, muy alejado del desparpajo expresivo bajoandaluz. Uno saluda a Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 7 de marzo de 1948) y le da la sensación de que lo conoce de toda la vida. De hecho, desde que, en 1987, su novela ‘En busca del unicornio’ ganase el Premio Planeta ha sido uno de los autores que más ha frecuentado los escaparates de las librerías. Hijo de campesinos y formado en la Universidad de Granada, los españoles debemos a Eslava Galán una amplia labor de divulgación histórica, tanto en ficción como en ensayo. Su mirada a los hechos pasados siempre está impregnada de una ironía y un escepticismo que le evita cualquier tipo de fanatismo. Fruto de esta labor y de este espíritu es su último libro ‘La Revolución Francesa contada para escépticos’, un ameno relato de los acontecimientos en el que mezcla el ensayo con la reconstrucción novelesca. Otras ‘historias escépticas’ del autor son las dedicadas a la Primera y Segunda Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Guerra Civil o la conquista de América. En total son 12 los libros que componen la serie.

–Thomas Piketty, considerado por algunos como el ‘nuevo Marx’, dijo recientemente que vivimos unos tiempos similares a los que precedieron a la Revolución Francesa.

–Francamente no lo veo así. La Revolución Francesa la hizo una burguesía que quería acceder a la igualdad de derechos. Fue, ante todo, una revolución burguesa, aunque el que puso la sangre fue el pueblo. Hoy en día la burguesía ya ha accedido plenamente a esos derechos. Si quisiéramos extremar las cosas podríamos decir que la clase política es la nueva aristocracia, porque son gentes que muchas veces no tienen mérito ninguno y son privilegiados. Pero esto sería extremar demasiado las cosas y yo prefiero no hacerlo.

–Otra cita, esta de Félix de Azúa: “La Revolución Francesa fue el espectáculo inaugural de un mundo amoral y eficaz”.

–Estoy de acuerdo, como en casi todo lo que dice Azúa, aunque amoral era ya el mundo desde antes. Desde luego fue mucho más eficaz a partir de la Revolución Francesa. Antes de esta, el gobierno estaba en manos de una clase aristocrática que en su mayor parte estaba formada por holgazanes y gente con escasos estudios. Sin embargo, lo que entroniza la revolución es una burguesía ilustrada, la Ilustración, que se ha ido desarrollando, especialmente en Francia, a lo largo del siglo XVIII.

–Azúa habla de un mundo amoral, pero los revolucionarios presumían de virtuosos. Aún lo hacen.

–A los revolucionarios la virtud no se les caía de la boca, pero entre ellos el único virtuoso de verdad fue Robespierre, todos los demás eran gentes muy corruptas. Incluso tipos como Mirabeau podían jugar con las dos barajas, la de la revolución y la monarquía.

–Pero Robespierre también fue uno de los grandes tiranos e impulsores del terror político de la historia. Personaje interesante.

–Todos los políticos de esa época adoptaban costumbres y vestimentas populares para no hacerse sospechosos ante el pueblo. Sin embargo, Robespierre vestía como un aristócrata porque sabía que nadie desconfiaba de él. Siempre iba impoluto y con casaca de seda.

En la Revolución Francesa se impuso la burguesía; en la rusa, una nueva aristocracia, la nomenclatura

–En su libro cuenta muy bien su muerte. Fue atroz. Acabó en la guillotina , aullando de dolor debido a que tenía la mandíbula destrozada por un tiro que le habían dado al detenerlo.

–No se sabe muy bien si este tiro fue producto de un intento fallido de suicidio al ver que iba a ser detenido o partió del arma de un tercero. Pero durante la detención hay un momento entrañable. Cuando lo ve malherido alguien lo atiende y le coloca una casaca debajo de la cabeza para que estuviese cómodo. En ese momento Robespierre recupera los buenos modales del Ancien Régime que él mismo suprimió por decreto y le dice a su benefactor: “merci, monsieur”. Se olvida de la palabra “citoyen” (ciudadano), que era el habitual para los revolucionarios.

–¿La Revolución Rusa es hija de la Francesa o es su antagonista?

–La Revolución Francesa genera toda una serie de revoluciones en los países europeos. Obviamente, los líderes de la Revolución Rusa beben de la Francesa. Todos somos hijos de la Revolución Francesa. Al menos, todos los occidentales. Marx tuvo muy en cuenta la Revolución Francesa a la hora de escribir su obra. El lujo infame en el que vivía la aristocracia rusa era incluso superior al de la francesa. Lo mismo se puede decir de la pobreza de los campesinos eslavos. La gran diferencia es que en la Revolución Francesa se impone la burguesía, mientras que en la rusa se impone una nueva aristocracia, la de la nomenclatura del Partido Comunista.

–Y con el disfraz del proletariado.

–Sí, con el disfraz del proletariado.

–Otra de las grandes similitudes entre ambas revoluciones es el terror.

–En el caso de la francesa el terror tenía una justificación. La revolución se sentía acosada por todos los países de Europa que tenían ejércitos que fácilmente podían marchar sobre París. Hay una quinta columna de nobles y de curas reaccionarios, y los revolucionarios se sienten en peligro. Hay un afán de guillotinarlos a todos para defenderse.

–Pero en la Revolución Rusa también había enemigos externos e internos importantes.

–Sin duda, pero no hasta el punto de sentirse completamente rodeado. Rusia es muy ancha.

–Hace mucho tiempo le leí un artículo en el que usted hablaba de la última revolución francesa, el Mayo del 68. Vivía en Francia en aquella época.

–Pero era de los pocos que no vivía en París, sino en el sur, trabajando en el aeropuerto de Marsella. Ni yo ni mis compañeros franceses éramos conscientes de que aquello fuera tan revolucionario. Más bien nos parecía un levantamiento de universitarios gamberros en París. Más tarde hemos visto la trascendencia social que tuvo.

Rousseau, que era una mala persona, fue el intelectual que más influyó en la Revolución Francesa

–Quizás es que los franceses se dan mucha importancia. Digamos que tienen un gran marketing revolucionario. La verdadera revolución de los sesenta y setenta no se produjo en París, sino en EEUU, en California.

–El francés es muy chovinista y no lo puede remediar. Pero hay un fondo de verdad en la valoración de sus revoluciones. Soy francófilo y anglófilo hasta cierto punto. A la Revolución Francesa no se le puede quitar ninguna importancia. Es el gran acontecimiento histórico junto al descubrimiento de América.

–Hubo varios españoles en la Revolución Francesa. Hablemos de dos muy vinculados a Andalucía: el Abate Marchena –que no era Abate ni de Marchena, sino de Utrera– y Pablo de Olavide –español del Perú–.

–El Abate Marchena es un personaje interesante, un ilustrado con tintes románticos, un poco desordenado en su pensamiento y vida. Se exilió de España y, en Francia, intentó vivir de la revolución. Era peculiar, por decirlo de alguna manera, muy distinto de Olavide, que es un verdadero intelectual, con muchísimo más fundamento que el Abate, un ilustrado con la cabeza muy ordenada.

–Lo curioso es que los dos sufrieron el terror y los dos acaban en la cárcel durante la época jacobina.

–Entonces eso no tenía mérito, era la cosa más fácil del mundo. En el momento que uno era mínimamente sospechoso lo metían en el chiquero, y después tenía que tener suerte para que no lo guillotinasen.

–Como cuenta en el libro, en la cárcel Olavide inicia la escritura de un libro en defensa de la religión, ‘El Evangelio en triunfo’, con el que espera congraciarse con la Inquisición y poder regresar a España. ¿Hay un arrepentimiento?

–Pablo de Olavide era un hombre ordenado que no podía más que ver con desagrado los excesos de la revolución. Pero no se pasa al bando contrario. Si escribe el libro que usted dice es para que le dejen venir a morir tranquilamente a España, a Baeza. Es un libro interesado. Y de los españoles no podemos olvidar a Teresa Cabarrús, una mujer muy española, una Carmen, como le gusta a los franceses. Hija de banquero con una gran cultura y una educación exquisita, era una mujer de una delicadeza y un pensamiento muy notable, que consiguió sobrenadar en las aguas turbulentas de la revolución, aunque como casi todo el mundo pasó también por la cárcel.

–Voltaire, Rousseau, Montesquieu... ¿Cuál de los intelectuales ilustrados fue el que más influyó en la revolución?

–Rousseau, sin duda, aunque era una mala persona. Voltaire tenía unas ideas más aristocráticas. También habría que destacar a la Enciclopedia y Diderot.

–Me hizo gracia cuando afirma que tanto Danton como Mirabeau o Robespierre eran muy feos.

–Robespierre tenía un pase y además era elegante. Pero los otros eran horribles de feos. Aun así tenían mucho éxito con las mujeres.

–El poder...

–Yo creo que sí. El atractivo del poder siempre hay que tenerlo en cuenta.

El punto de ignición de la revolución lo produjeron las mujeres, las pescaderas de París

–Pero suena todo demasiado a relato romántico.

–Los revolucionarios fueron en gran medida prerrománticos sin lugar a dudas. Su aspecto así lo deja claro, el desmelenamiento, la renuncia a la peluca aristocrática... Las actitudes teatrales que adoptan a veces lo dejan claro. Eso le gustaba mucho al pueblo.

–Los relatos de la revolución son siempre muy románticos, quizás una herencia de su primer y gran historiador, Michelet.

–Totalmente románticos. Algunos de esos relatos son estremecedores, como la muerte de la primera mujer de Danton, Antoinette Gabrielle. Él estaba en Bélgica y, cuando se enteró, regresó corriendo, desenterró el cadáver y lo cubrió de besos suplicando el perdón por sus infidelidades.

–Es curioso, porque nuestro primer romántico, el coronel de caballería José Cadalso, escribió una historia parecida en ‘Noches lúgubres’.

–Los intelectuales del siglo XVIII son en su gran mayoría hijos de la Ilustración, de Francia.

–Sin embargo, en España costó que entrasen las ideas revolucionarias.

–Había un control muy fuerte por parte de la Inquisición, que no estaba al servicio de la religión sino del Estado. No dejaban entrar ni un folleto ni un papel, pero al final estas cosas son inevitables. Ya con el Conde de Aranda se aceptan un poco mejor las ideas que vienen de Francia. Con la invasión napoleónica, gran parte de los ilustrados se convirtieron en afrancesados.

–Pero la revolución también cuajó en el bando patriota. En Cádiz se produjo la segunda revolución liberal de Europa. Esto no cuadra con el relato de la España fanática, cerrada, etcétera...

–En España había muchos ilustrados. Un tercio o más de los que hacen la Constitución eran curas. Eso pone en evidencia que hay una facción de la Iglesia que es ilustrada y que se ha ido forjando desde el XVII. No todo en España era Inquisición y cerrazón. Luego hay que tener en cuenta la influencia que llega de las colonias Norteamericanas, que han tenido su propia revolución antes de la francesa. La Declaración de los Derechos del Hombre se inspira directamente en la Declaración de Independencia norteamericana.

–Hay un gran ilustrado que no se vuelve afrancesado, Jovellanos.

–Jovellanos sabe guardar la ropa. Obviamente es partidario de la revolución. No en el sentido del terror, pero sí en el de que el mérito debe sustituir a la sangre.

–De los tres grandes conceptos de la Revolución Francesa –Libertad, Igualdad y Fraternidad– es quizás el último el más irrealizable.

–La fraternidad es un concepto absolutamente ingenuo. De hecho, si la fraternidad funciona en Occidente es porque hay agencias tributarias que te extirpan el dinero para dárselo a los que menos tienen. La fraternidad se puede aplicar en la familia o en un pequeño grupo de gentes, pero no se puede extender a la humanidad. En general, las ideas puras son inaplicables.

España destruyó su incompetente centralismo para sustituirlo por 17 incompetencias

–Una de las grandes olvidadas por la Ilustración y la Revolución Francesa fue la mujer.

–Es cierto. Cuando se produjo la Declaración de los Derechos del Hombre hubo una mujer, Olympe de Gouges, que redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Habría que esperar a la Primera Guerra Mundial para que se produjese la verdadera revolución de la mujer, cuando demuestran que pueden hacer los mismos trabajos que los hombres.

–Pero en la Revolución Francesa hubo una serie de mujeres con protagonismo.

–Si se fija, el punto de ignición de la Revolución lo provocaron las mujeres, las pescaderas de París, que son las que arrastran a los hombres a enfrentarse al Rey en Versalles. Pero su problema como mujeres no se arregló en absoluto. Algunas tuvieron papeles pintorescos, pero poco más.

–Es curioso, quizás la mujer más notable de la Revolución Francesa fue su principal enemigo, María Antonieta. Aunque la historiografía revolucionaria nos la ha pintado como un monstruo, fue un personaje más que interesante.

–Son los bulos del pueblo. A María Antonieta la desprestigiaron mucho. Aunque era buena persona, el marido, Luis XVI, era un completo pánfilo que se puso la escarapela revolucionaria desde el primer día. Pero María Antonieta era inteligente y tenía una formación. Claro que vivía en el lujo, como cualquier monarca de la época. Nunca la pudieron tragar porque era austriaca. El pueblo creía que la monarquía estaba entrampada por los gastos de María Antonieta, cuando era por el apoyo a la Revolución Americana. Cuando se tuvo que enfrentar a la miseria y la muerte mostró una gran entereza.

–No sé si ha visto ‘Vencer o morir’, película que relata las matanzas de los sublevados en la Vendée, un conglomerado de campesinos, nobles contrarrevolucionarios y clérigos. La Revolución mostró su cara genocida.

–No la he visto todavía, pero me han hecho muy buenos comentarios. Aquello fue un extermino sistemático. Si hubiera que buscarle una explicación, aunque las masacres nunca las tienen, es la espada de Damocles que pendía sobre la Revolución.

–De la revolución viene la idea del Estado central y nacional.

–Consiguió centralizar Francia. Como el centralismo francés no hay otro. En España conseguimos destruir nuestro incompetente centralismo para sustituirlo por 17 incompetencias. En Francia los gobiernos tienen claro que son jacobinos. Empezando por el idioma, cuya variedad en la Francia prerrevolucionaria era tremenda. Ahí estaban los patois o dialectos regionales. El francés aspira a hablar buen francés. Aquí al contrario, cualquier mindundi le da una patada al diccionario y se queda tan tranquilo. Ahí tenemos a Rufián, que intenta no saber español pero tampoco sabe catalán. Eso es impensable en Francia.

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