Fernando Castillo: “La huida de Léon Degrell fue digna de una película de Spielberg”

Fernando Castillo | Escritor e historiador

Renacimiento lanza su nuevo libro, ‘El último vuelo’, donde narra con su habitual pulso literario y rigor histórico cuatro huidas agónicas y desesperadas en la España de la Guerra Civil y la Europa de la IIGM Manolo León: “El mundo de la cultura destila clasismo” Justo Cuño: “La independencia americana fue una guerra civil española”

Fernando Castillo en el hotel Doña Blanca.
Fernando Castillo en el hotel Doña Blanca. / Juan Carlos Vázquez

Nombres conocidos y desconocidos, anécdotas, brillantes análisis... charlar con Fernando Castillo (Madrid, 1953) es asistir a un auténtico despliegue de conocimiento de la historia más reciente (pero también de la medieval, según el día). Lo mismo te habla del París ocupado por los nazis que del Madrid terrible y heroico de la Guerra Civil; de Tintín y su creador que de Tánger y la guerra de Ucrania. Siempre va elegantemente vestido (corbata y pañuelo blanco en la chaqueta), siempre es entusiasta y erudito, siempre amable y parlanchín. Este escritor e historiador, antaño alto funcionario en los ministerios de Defensa e Interior, derrocha esa simpatía entre castiza y cosmopolita de los mejores madrileños. Narrador fino e historiador riguroso, sus libros suelen introducirnos en las zonas más oscuras del pasado: las retaguardias, las traiciones, las heroicidades olvidadas, los raros, los espías, los idealistas... Es fotógrafo y pintor ocasional, apasionado de la arquitectura y comisario de exposiciones. Ahora, la editorial sevillana Renacimiento publica su libro ‘El último vuelo. Fugitivos de la República y la colaboración (1939-1945)’, cuatro historias trepidantes sobre la huida de fugitivos derrotados en un mundo en ruinas (tres fascistas europeos y y el Comité Central del PCE). Si el entrevistador tuviese que redactar la faja del libro no tendría duda: “la mejor y más rigurosa historia escrita con la mejor y más amena prosa”.

Pregunta.–Usted es un escritor de ciudades. Más de la urbe que del campo: Tánger, Madrid, París, Moscú...

Respuesta.–Las ciudades son el entorno de la Historia. Los grandes acontecimientos y los grandes personajes, a partir de la Modernidad, se producen casi siempre en las ciudades. La ciudad tiene también algo que a mí me ha interesado mucho y sobre lo que he escrito: la arquitectura. Tiene edificios acumulados a lo largo de la historia, lo cual supone un decorado estético. Soy de una familia absolutamente urbana. No tengo ningún vínculo con el campo, cosa que echo de menos. Cuando veo a escritores como Delibes, Trapiello o Muñoz Molina escribir con soltura del campo, las plantas... siento envidia.

P.–¿Todas las ciudades son literarias?

R.–Sí, pero como decía aquel hay algunas más que otras: Tánger, París...

P.–¿Y Sevilla? No es obligatorio ser elogioso.

R.–Es un referente artístico e histórico, una ciudad muy interesante. Preferiría vivir aquí que en el resto de las ciudades. Es un placer tomarse un café bajo un campanario mudéjar y una palmera.

P.–En sus libros se ha fijado en las retaguardias de conflictos como la Guerra Civil o la II Guerra Mundial. El frente siempre nos parece un sitio noble y heroico, mientras que la retaguardia se nos suele presentar como el lugar de la cobardía y la traición.

R.–El frente tiene muchos escritores, pero la guerra no es solo el frente, sino que requiere de una retaguardia donde los comportamientos son contradictorios: abyectos y canallescos, heroicos, picarescos.... Eso lo ha sabido ver como nadie Patrik Modiano.

P.–El gran escritor sobre ell París ocupado por los alemanes y toda su fauna de personajes oscuros.

R.–Sobre todo muestra la vida de una retaguardia interesada en la que vivieron esos gánsteres, los gestapaches que prosperaron con la ocupación. Es algo muy común a todas las retaguardias. Ahora mismo está ocurriendo en la guerra de Ucrania, gánsteres que viven en Montecarlo, trafican con la ayuda occidental y tienen sus fondos en el sur de Francia. Es un mundo especialmente novelesco.

P.–¿Todas las retaguardias son iguales?

–Creo que sí. He escrito sobre la ocupación de Francia y el Madrid de la Guerra Civil y se observan los mismos personajes: el traficante de bienes escasos y servicios, el relacionado con la prostitución, el que se encarga de la huida y el pase al otro bando...

El Madrid de la guerra fue un mundo especial. Era frente y retaguardia al mismo tiempo

P.–Madrid y su leyenda heorica.

R.–Durante la guerra, Madrid fue un mundo especial. Era frente y al mismo tiempo retaguardia. Y ambos mundos estaban separados solo por un billete de tranvía. Pese a lo que cree la gente, Madrid sufrió muy pocos bombardeos aéreos. Solo en el año 36 hubo una actividad intensa en este sentido. Madrid estuvo sometida a un fuego de artillería normalmente esporádico. No tiene nada que ver con los bombardeos estratégicos de la II Guerra Mundial, como el de Dresde. Volvamos a la comparación con Ucrania. Podemos decir que la situación de Madrid era como la actual de Kiev, que esporádicamente sufre los ataques de drones. En Madrid esto permitió que hubiese una vida en la retaguardia muy especial. Cuando una sociedad está sometida a la tensión extrema de la guerra, a Tánatos, se desata el Eros. De ahí las necesidades de actividades lúdicas, de sexo, alcohol, drogas... sustancias que escasean, son muy caras y favorecen la aparición del mercado negro. Todo es más intenso.

P.–Usted tiene una obra muy dilatada. Ahora vuelve con un libro apasionante, ‘El último vuelo’, en el que reconstruye cuatro historias donde se cuentan las huidas in extremis en avión, cuando ya todo estaba perdido, de tres fascistas europeos. También la del comité central del PCE en la Guerra Civil.

R.–La huida es una de las situaciones más extremas a la que puede estar sometida una persona. Pero en este siglo la hemos mirado siempre desde un punto de vista colectivo: el éxodo de los republicanos españoles a Francia, las columnas de alemanes huyendo de los rusos, la huida de los franceses ante el avance de los alemanes... Pero yo hablo en el libro de huidas individuales. Hay muy poco colectivo, porque en un avión cabe poca gente. Son privilegiados que pueden acceder a un medio que, en unas pocas horas, te sacaba del infierno y te colocaba en el cielo. De la muerte a la vida. Esto hace que aparezcan situaciones y comportamientos absolutamente literarios. Lo mejor y lo peor de cada uno. En El último vuelo se exponen comportamientos absolutamente heroicos y absolutamente abyectos.

P.–Habrá sido difícil reconstruir estas situaciones.

R.–Sí, en primer lugar porque en los libros de memorias de muchos de los que van en estos vuelos, desde Léon Degrelle hasta María Teresa León, se miente descaradamente o se corre un tupido velo. Además, hay muy poca documentación escrita. Son momentos en que todo se improvisa y la burocracia desaparece. Es llamativo el silencio que hay sobre muchos de los que acompañan en los aviones a los principales protagonistas. Hay un evidente silencio culpable, porque saben que esos acompañantes no deberían ir con ellos, que había otros que se lo merecían más y se habían tenido que quedar en tierra. Esto se ve muy claramente entre los republicanos españoles. Hubo muchos privilegios.

P.–El libro supone, por decirlo de alguna manera, una teoría general de la huida. Da igual que uno sea un fascista Belga o una comunista española, la manera de proceder es muy parecida.

R.–Hay un síndrome de los últimos momentos caracterizado por la tensión, la angustia, la ansiedad... Se sufre un peligro indeterminado, a la espera de que se concrete. Se sabe que en cualquier momento pueden llegar las tropas enemigas y fusilarte. Todos han tenido importantes responsabilidades y saben que no habrá perdón para ellos.

P.–De las cuatro historias, la de Léon Degrelle es la más cinematográfica. Su huida en avión es una auténtica peripecia.

R.–Por muy conocida que fuera no la podíamos dejar fuera. La historia de Degrelle se justifica solo con el viaje y, sobre todo, con ese aterrizaje forzoso en la Concha de San Sebastián. Es un periplo extraordinario. Degrelle era un mentiroso compulsivo y sus memorias están llenas de falsedades. Se inventa una historia militar que no tiene y manda a la sombra y a la oscuridad al verdadero héroe de la brigada valona que luchó contra la Rusia comunista, que fue Lucien Lipp, un militar profesional de militancia rexista. Pero la huida de Degrelle, el mismo día que acabó la guerra en Europa, es digna de una película de Spielberg. Contra todo pronóstico salvó la vida.

En ‘El último vuelo’ se exponen comportamientos heroicos y abyectos

P.–Uno siente admiración por el piloto, que navega en la más negra noche, sin apenas gasolina y en una Europa a oscuras y destruida.

R.–Guiándose por la línea plateada de los ríos. Llegar en un avión desde Noruega hasta San Sebastián sin apenas combustible es increíble. En el aterrizaje en la playa de la Concha, Degrelle se partió algunos huesos, pero fue el único herido. Los otros que iban en el avión apenas tuvieron alguna contusión.

P.–También apasionante es la salida de España del Comité Central del PCE, cuando tras el golpe de Casado ya saben que todo está perdido.

R.–Tras el golpe de Casado, el 5 de marzo de 1939, la España republicana se fragmenta al extremo; aquello tuvo que ser un auténtico caos: la Quinta Columna, los fieles al Gobierno, los partidarios de Casado, los asesores extranjeros que aún quedaban en España... una cosa de locos. Pues en esa situación, el Comité Central decide huir en avión, consciente de que si caían en manos de los casadistas estaban perdidos.

P.–Pero no todos cabrían en los aviones.

R.–Hay gente que se queda en tierra. Hablo de gente como Pedro Checa, que yo creo que es el responsable, junto a los asesores soviéticos, de Paracuellos. Es increíble que aún no haya un trabajo importante sobre él. Fue el cerebro en la sombra del PCE, siempre a las órdenes del Komintern. Checa fue el que elaboró la lista de los que iban en el avión, pero él decidió quedarse en tierra. Muchos lo vinculan con el asesinato de Trotski. Era muy querido por los militantes. También está el caso de Fernando Claudín y su mujer embarazada, que solo tomaron un avión hacia Orán cuando estaban a punto de llegar las tropas franquistas. O el de Jesús Hernández, un personaje que decía que la vida consistía en las tres P: “política, pistolas y putas”. Todos aguantaron hasta el último momento y huyeron, irónicamente, en un avión modelo Dragon Rapide, el mismo que llevó a Franco a África para iniciar el golpe.

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